Ceremonia de confirmación

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—Han salido —contestó viendo como uno de los hijos de Baem levantaba las dos telas que había a ambos lados de la tienda  comenzando a salir un denso humo rojo que hizo que le picase la nariz—. No entiendo por qué tienen que usar este tipo tan fuerte de eola —se lamentó.

—Los zorros sois muy sensibles a su olor.

—Vosotros también —le recordó molesto—. Aunque tú seas la excepción.

—Ya sabes que soy resistente al eola.

—Lo cual no sé si es bueno o malo.

—¿No lo sabes?

—Se supone que es un signo de fortaleza, pero siempre tienes que usar tanto que acabo mareándome. Seguro que mañana tengo dolor de cabeza.

—Nalbrek, Dau —los llamó Sarnat así que se levantaron dirigiéndose hacia él. Por fin era su turno—. Comencemos. Se os dará un puñado de eola rojo, en cuanto entréis Dau deberá cerrar la tela asegurándose de que no entra luz y Nalbrek deberá encender un pequeño fuego, luego apagáis el fuego y esparcís el eola sobre las cenizas. Todo. Debéis permanecer dentro hasta que no quede ningún rescoldo. Es importante que hagáis las cosas de forma correcta, sobre todo vosotros que, a lo largo de este año habéis tenido algunos problemas con vuestra relación.

—Problemas que superamos —señaló él.

—Entonces esto será fácil —replicó Sarnat—. ¿Alguna pregunta?

—¿Algo que debamos hacer? —le preguntó Nalbrek.

—Lo que hagáis ahí dentro, depende de vosotros —negó—. ¿Algo más? —se miraron entre ellos antes de negar—. En tal caso, ¿quién llevará el eola?

—Yo —contestó él.

—Muy bien, id a la tienda —les indicó y ellos lo hicieron.

—Es mucho más pequeña de lo que imaginaba —murmuró mirando dentro. Allí apenas había espacio para ellos dos, no era posible hacer un fuego.

—Debéis decidir dónde hacer el fuego —les explicó el hijo de Baem y ellos miraron el interior. Lo hiciesen donde lo hiciesen, se quemaría algo.

—Espera —le pidió Nalbrek entrando, por lo que no pudo ver lo que estaba haciendo hasta que, cuando retrocedió, vio que había excavado un agujero, donde metió la leña, así que cogió las ramas de eola antes de cerrar la tela y, al volverse, vio el pequeño espacio iluminado por el fuego que comenzaba a brillar con fuerza.

—Siempre has sido rápido encendiendo fuego —lo alabó.

—Cuando vives en invierno en las montañas, aprendes a hacerlo muy rápido —asintió—. ¿Crees que es suficiente o esperamos más? —le preguntó poco después.

—Empieza a hacer calor aquí y no parece estar preparado para que el humo salga, así que imagino que la respuesta es sí. No quiero ser de esas parejas que tienen que salir antes de tiempo por no haber sabido hacer los preparativos. Ya hemos generado suficientes temas de conversación para el resto de nuestra vida.

—Entonces lo apagaré.

—Espera, primero debemos sentarnos —lo detuvo—. Siéntate ahí —le pidió señalando la pared y este lo hizo, así que se sentó entre sus piernas.

—¿Estás seguro de querer sentarte así?

—Estoy seguro de no querer que ninguno de los dos se queme —respondió apagando el fuego con tierra antes de echar el eola, que comenzó a brillar con un fuerte color rojo pero sin terminar de arder—. Es bonito —murmuró viendo los centenares de puntos rojos que comenzaba a brillar en medio de oscuridad que era la tienda.

Cambiantes Libro II. Vínculo.Where stories live. Discover now