Estaba sentado en el banco de la calle melancolía, no recuerdo muy bien con quién quedó solo sé que estaba ahí, esperando a "alguien" con una sonrisa posada en su boca de melocotón en almíbar.
Creo, que la cita se estaba haciendo de esperar y él se estaba inquietando.
De repente y sin saber por qué me iba aproximando a aquél banco pero era raro porque él no notaba mi presencia.
¿Desde cuándo tenía una capa de invisibilidad?
No recuerdo que Harry me la hubiera prestado.
Cuando llegué a estar a su altura me fijé en su melena, tenía el pelo ondulado y parecía que echaban fuego sus raíces.
Sus ojos marrones, que dicen que son más sinceros que el resto de la gama de colores de ojos, transmitían deseos frustrados y dudas existenciales. Y lo sé porque tenía la vista recién graduada y podía ver por mi vidriera infranqueable lo que nadie se imaginaba.
Pude hasta ver las arrugas que se le hacían al sonreír en la comisura de sus labios, también el hoyuelo que se le formaba en la barbilla.
Oh, ese hoyuelo redondo que hasta te daban ganas de deslizar el dedo índice en él, apretarselo y gastar la típica broma de:
-¿Ding dong hay alguien ahí?
Me parecía verle una pestaña suicuda debajo de su ojo izquierdo.
Me estaba volviendo loca por escurrirme entre su boca. Creo que estaba comenzando a delirar, pues por muy bien que vea no podía ser posible que mis ojos contemplaran con tanta exactitud el enfoque de una cara.
Quizás estaba atrapada en un sueño.
¿Pero cuándo me iba a despertar?
Me di cuenta de que no estaba metida en una burbuja imaginaria cuando escuché su risa.
¿Cómo podía un sueño superar la realidad?
Comencé a sentir que sus labios se abrían como una flor con la luz del sol y que los míos seguían el compás de una melodía tatareada en mi subconsciente.
En los sueños no puedes escuchar, pues están formados de sucesivas imágenes. Ni menos ser consciente del Yo.
Y fue ahí, cuando comprobé el sabor dulce de ese melocotón en Almíbar.
Desde entonces, esa se volvió mi fruta favorita.
