Ya deja de gritar, Keyra...

Fruncí el ceño. Las paredes tenían colchones a su alrededor y la imagen de un hospital psiquiátrico entró en mi mente. ¿Tan lejos llegaron los internados que debieron concurrir a aquél método de prevención?

La celda estaba helada, la humedad se colaba por el techo y lo único que podía escuchar era el sonido de las gotas caer y mis dientes rechinando. Me abracé los codos y me moví para entrar un poco en calor. No hacía efecto.

―Keyra. ―escuché decir por una de las paredes acolchonadas. Me paré en seco y giré la cabeza. Conocía esa voz como la palma de mi mano. A millas de distancia podría conocerla y jamás me cansaría de escucharla.

―¿Damien? ―pregunté esperanzada. Esperé unos minutos para que contestara. No lo hacía. La desesperación corría por mis venas. Solté un suspiro sentándome en el colchón donde debía dormir hasta que decidan sacarme de aquél lugar.

Esperé con la cabeza apoyada en la pared. Lo peor que podría hacer ahora era pensar. Aunque si no lo hacía, ¿con qué me entretendría? ¿Cómo lo evitaría?

Tres golpes se escucharon del otro lado. Dejé de mirarme las manos y levanté la cabeza. No debía alarmarme, sólo esperaría a que los golpes volvieran a sonar. Al cabo de unos segundos, volví a escucharlos.

―Key, estoy aquí.

―Damien ―murmuré en un susurro, plantándome frente a la enorme pared. Necesitaba verlo. Necesitaba abrazarlo. Sus palabras eran las únicas que podían tranquilizarme. Apoyé la frente en la pared. Respiré profundamente.

―Saldremos de aquí, ¿de acuerdo? Nadie te hará daño. ―levanté la palma de mi mano y la dejé a un lado. Sabía que él estaba en la misma posición que yo, en el otro extremo― Keyra, yo...

Las lágrimas se escapaban de mis ojos.

―No digas nada, ¿sí? ―supliqué con la voz entrecortada. Escuché la puerta de mi celda abrirse.

―Vámonos ―dijo Alai, apareciendo en mi campo visual. Negué con la cabeza. Instantáneamente dos tipos entraron, a pedido de ella, y me tomaron de la cintura. Grité concentrándome en aquello que Damien me había dicho una vez en la biblioteca. Lo intenté. Miré fijamente a la joven.

Todo el mundo puede hacerlo.

Ella se estampó contra la pared del angosto pasillo. Los tipos me dejaron caer al suelo corriendo en su ayuda. La nariz me sangraba.

―¡Corre, Keyra! ―me gritaba Damien. Las alarmas del lugar comenzaron a sonar fuertemente. Me levanté sin dejar de mirarlo― ¡Podré hacerlo solo! ¡Corre!

Observé el pasillo. Comencé a retroceder lentamente. Vi que Damien estaba concentrado en los tres científicos que me habían atacado. Los estaba reteniendo.

Corrí alejándome de mi celda. Ya estaba cerca de la salida. Ya estaba por acabar con todo. Un disparo se escuchó tras mi espalda. El dolor me obligó a detenerme. Me caí y con una mueca en el rostro, observé mi pantorrilla. Alguien me había disparado.

―¿Qué no recuerdas las palabras de papá, querida? ―dijo mi padre con una sonrisa. Me alzó en sus brazos impidiéndome moverme y caminó hacia el pasillo otra vez― Mientras estés bajo mi techo, respetarás mis órdenes.

(...)

―Vas a responder a todas las situaciones que se te presenten. O las pasas, o mueres.

El tipo quitó las esposas de mis manos y bruscamente me empujó dentro de una habitación de cuatro paredes completamente blancas, sin ventanas. Comencé a marearme.

El atrapasueños.Where stories live. Discover now