Capítulo 3

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J&A era la cafetería menos concurrida de la ciudad, pero aún así; su servicio era exquisito. Nosotras dos amábamos ir allí, comer sus muffins y disfrutar del submarino que la señora Delly nos preparaba. Esa mañana, ella no se encontraba trabajando.

La campanilla que indicaba cuando un cliente ingresaba al establecimiento sonó apenas puse un pie en el lugar. Las pocas personas que estaban allí –con precisión, tres– nos miraron entrar y luego continuaron engullendo sus pedidos y leyendo el diario. Habían unas doce mesas, y me senté en la que estaba al lado de la ventana. Observé la lluvia caer torrencialmente, queriendo persuadir los pensamientos de la noche anterior. Abby se había quedado conmigo hasta que decidimos abandonar la casa y desayunar aquí para hablar sobre mi drama.

Hicimos el pedido y esperamos un buen rato hasta que la castaña nos lo trajo. Luego de unos minutos acomodándonos para comenzar, ella rompió el silencio.

―¿Cuántos años crees que tiene? ―me preguntó Abby señalando con la mirada al barman. Volteé para encontrarme con sus fríos ojos marrones, quienes me miraban con detenimiento ―Lo sabía.

―¿Qué? ―pregunté volviendo los ojos a la copa donde estaba el submarino.

―Lo conoces. ―afirmó. Junté las cejas y negué con la cabeza― Te está intimidando con la mirada.

―Nunca lo vi, Abby.

―Shh. Está caminando hacia aquí ―susurró. Guardé las fotocopias que hice la semana anterior sobre los sueños en mi bolso.

―Hola señoritas ―dijo el tipo, sonriendo coquetonamente. Tenía el cabello rubio ondulado detrás de las orejas, una sonrisa falsa y de rasgos faciales, ni uno.

―Hola, primor ―sonrió mi amiga, acariciando su cabello. La observé con asco, por su estúpida actuación y por el joven no me agradaba en lo más mínimo. Abby me codeó disimuladamente y saludé por obligación― Disculpa, Keyra no tiene un buen día.

―Espero que esto le cambie el humor. ―buscó una tarjeta en sus bolsillos y la sacó entregándomela. La miré pero no la abrí― El sábado hay una fiesta en mi casa, están invitadas.

―Yo... ah... lo siento, no soy de ir a fiestas. ―contesté. Abby me codeó por segunda vez y apreté la mandíbula volcando los ojos.

―Encantadas uh...

―Sean. Sean Grandow. ―dijo antes que la campana de la puerta suene, indicando que había un nuevo cliente. Nos sonrió en tono de disculpa y antes de irse, murmuró― Las espero allí.

―¿Eres idiota? ―protestó Abby tomando la tarjeta amarilla apenas él se fue.

―¿Para qué estamos aquí? ¿Para coquetear con hombres que ni conoces o hablar de sueños? ―dije furiosa. Revolví con la cuchara el submarino ya frío y bebí haciendo una mueca de asco.

―Keyra, ¡tienes que comportarte como una adolescente de dieciséis años! Tienes que salir, divertirte, despejar tu mente, ¡no pasarte las veinticuatro horas del día postrada en un escritorio! Lo que llevas no es una vida, es miedo.

Aquello me dolió. Sentí como cuchillos se clavaban en todo mi cuerpo.

―No puedo creer que hayas dicho eso. ―murmuré sorprendida. Abby se dio cuenta tarde que sus palabras me lastimaron. Como siempre― Ojalá pudiera vivir la vida normal como tú, pero desgraciadamente no puedo hacerlo. ¡De veras, desearía no tener pesadillas cada noche!

Me levanté de la silla, acomodando mi gorro de lana y puse la mochila en mi espalda. Le di una última mirada y salí furiosa de la cafetería.

La lluvia estaba mucho más intensa que cuando llegamos. Pisé charcos un par de veces mientras mis jeans se ensuciaban con el barro de mis pisadas.

(...)

En la clase de fisiología, materia la cuál teníamos tres veces a la semana, me senté a un extremo de Abigail. De vez en cuando, me lanzaba miradas furtivas pero en ningún momento le hablé. Sinceramente, sus palabras me habían dolido. Ella era la única que sabía sobre mis sueños y lo mucho que sufría con ellos. No podía exigirme algo que no era. Y si mis actitudes de loca maniática le molestaban, nadie la estaba obligando a quedarse.

―Buenos días, alumnos ―saludó Kinhorm entrando al aula―, esta mañana trabajaremos de a dos. ¿Les parece? Es una buena oportunidad para conocerse con sus compañeros que, por lo que veo, ninguno tiene trato con ninguno.

Al decir eso, todos se pusieron en parejas. Incluso Abigail, con la cerebrito del salón. Qué ingenua.

―¿No tiene pareja, Peters? ―me preguntó el profesor y asentí. Señaló un pupitre en el fondo del aula― Trabaje con Thompson. Él también está solo.

―¿Qué? No. ―dije abriendo los ojos― Puedo hacerlo sola.

―Quiero que te sientes con Damien, Keyra. ―sonrió. Lo hacía a propósito.

Tragué saliva. ¿Sentarme con mi acosador de sueños?

Me crucé de brazos y observé como las copas de los árboles se movían bruscamente debido al viento de la tormenta. Unas manos huesudas me tomaron del brazo, conduciéndome en reversa hacia el fondo. Supliqué unas tres veces, pero el anciano no tuvo compasión.

Damien me miraba sentado a mi lado, con los brazos cruzados sobre el pecho. Por el rabillo del ojo pude ver que él estaba en mi misma posición, y lo que no pude saber fue si me estaba imitando o porque no se daba cuenta.

―¿Cómo me encontraste? ―espeté de repente. Ni siquiera tenía en mente preguntarle ni dirigirle la mirada en toda la hora.

―Fue casualidad ―respondió, escuchando por primera vez en la realidad su voz. Me sorprendí al saber que su voz era idéntica a los sueños. No quería creerlo.

―No existen las casualidades. ―musité queriendo convencerme a mí misma de lo que acababa de decir.

―¿Tienes alguna evidencia de eso?

―No respondes a mi pregunta. ―lo miré― ¿Cómo me encontraste?

Desvió la mirada hacia el frente.

―¡Los jóvenes del fondo! ¿Pueden planear una cita otro día? ―bromeó Kinhorm. Entrecerré los ojos y me incliné sobre el banco para escribir una vez que el anciano terminó de explicar la consigna. Conocer a tu compañero, se basaba en poner sus cualidades representativas. Creo que no hacía falta conocernos con Damien.

―¿Qué día es tu cumpleaños? ―preguntó él. Lo miré incrédula.

―Supongo que lo sabes. Hurgaste en mi vida durante siete años.


El atrapasueños.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora