Capítulo 11

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―Key, ¿estás segura que este es el libro prohibido? ―preguntó Abby observando con detenimiento la tapa dura del libro. Fruncí el ceño luego de asentir con la cabeza. Me sequé las manos terminando de lavar los platos que ensuciamos en el almuerzo. Caminé hacia ella sintiendo la música proveniente del canal de éxitos en la televisión― No encuentro nada que llame la atención.

―Quizá tiene algún código oculto, para que no todos entiendan la información ―murmuré encogiéndome de hombros, logrando que la rubia se acomode sobre la mesa y vuelva a hojear intentando encontrar algo. Miré los contenidos de las hojas y me llevé una sorpresa al encontrar el título "Prueba Fisiológica" –no era un nombre demasiado concurrente, pero por alguna razón captó mi atención―, dejé caer la mano sobre la hoja antes que Abby la pase, y me senté a su lado.

Le quité el libro de las manos y supe que me miraba con el ceño fruncido. Ella leyó en voz alta.

Agosto 2013

En Septiembre de 2004, los científicos de la instalación correspondiente al nombre "Mraz Asosiation" organizaron un conjunto de desafíos, poniendo a prueba la capacidad mental de los trescientos inscriptos en él. Las edades variaron entre los cinco y dieciocho años, aunque tres niños llegaron al final del concurso; una niña de nueve, y dos niños, de trece y diez años de edad. El último desafío los obligaba a actuar en situaciones de peligro, casi al borde de la muerte; aunque el niño de diez años quedó descalificado al "morir" bajo los dientes de un lobo en la cima de una montaña.

Los coeficientes intelectuales de ambos eran superiores a los de cualquier persona. No cabía duda que eran niños índigo. Coincidían con sus características físicas y mentales. Los científicos creían que debían mantenerse a salvo, o quizá no. Salieron a la luz nuevos desafíos para confirmar con certeza que la raza índiga era real. Desafíos peligrosos, incluso el último; que fue el más destacado.
Se entrometieron en sus sueños, con la imagen de un niño (origen desconocido), quien los amenazaba constantemente. Según los científicos, preparaban a los dos índigos para el día en que se haga realidad aquella visión.
Aunque una de esas noches en que la niña descansaba sin siquiera saber lo que sucedía con ella, las visiones fallaron. El "peligro" que amenazaba a los dos finalistas intentó comunicarse con la pequeña, para mantenerla a salvo.

La mañana siguiente, los científicos (quienes podían controlarlo todo y hacer lo posible para que sus inventos no sean en vano), sedaron a la niña para que dejara de sospechar y continúe con el mal presentimiento hacia el acosador de sueños.

Ella, de catorce años actualmente, desapareció de la ciudad sin siquiera dejar rastro.

No podía contener las lágrimas. Tampoco podía verme vulnerable frente a mi amiga, quien a pesar de todo; era lo único que podía considerar confiable en mi vida. Me sentía traicionada. ¿Por qué mis padres habían tardado tanto en confesármelo? ¿Acaso este había sido el motivo por el que mi padre nos abandonó?

Las palabras de Damien resonaban en mi mente, sin darme un respiro. Me acobardaban, casi me ahogaban. "Tú no eres normal, Keyra, no lo eres" había dicho en uno de los tantos sueños que él apareció. Grité tapando mis oídos, recordando que esa voz no era de Damien. Él nunca quiso hacerme daño, fueron los científicos. Fueron ellos.

Apreté los ojos con fuerza, intentando recordar al menos una cosa de mi pasado. No recordaba absolutamente nada sobre mi infancia. ¿Y si había sido todo eliminado? Todos mis recuerdos... reemplazados por algo que los científicos querían que vea.

El rostro de Damien llegó a mi mente. Sus rasgos no estaban tan marcados como lo estaban ahora, su cuerpo parecía indefenso; era pequeño. Aparentaba unos trece o catorce años en ese entonces. Caí en la cuenta que fue la noche en que intentó comunicarse conmigo para mantenerme a salvo. Para que abriera los ojos y reaccionara que nada era como aparentaba ser.

Soy un experimento, una respuesta.

El niño de dieciocho años ahora es un fugitivo. Lo estamos buscando para reiniciar el mismo experimento. ―Abby leyó el último párrafo que me había rehusado a leer. Pude notar que su voz se entrecortaba.

―Joseph está muerto. ―tartamudeé tocando mi cabeza. La miré por el rabillo del ojo, confirmando mis sospechas― Eso quiere decir que...

―Eres su próximo objetivo.

(...)

Mamá regresó a casa con la abuela y los gemelos. Podía ver la alegría en su rostro y escuchar la satisfacción de tener a su madre con nosotros, bajo nuestro cuidado. A pesar de haberme distanciado de ella, me sentí feliz de que ahora se encuentre mejor. Sabía que mi madre la cuidaría mejor que estando sola y abandonada.

Me quedé en la cama durante tres días. El primero y segundo, Abigail había venido a visitarme y traerme los apuntes de las clases que había salteado. No sabía nada de Damien, tampoco me atreví a preguntarle sobre él a mi amiga, puesto que su vocabulario era muy cerrado.

No le hablé a mamá. Sólo conversé sobre las novedades con su madre y pregunté cómo se encontraban los niños. Siempre que se largaba a hablar o intentaba entablar una conversación, la dejaba sola.

―Estás comportándote como una niña ―me reprochó Abby sentada en el borde de la cama. Suspiré tragando la pastilla para el dolor de cabeza―. Tal vez tu madre lo hizo para mantenerte a salvo.

―Ocultármelo no es una manera de protegerme. ―mascullé acomodándome para seguir durmiendo. Mi amiga negó con la cabeza quitándome las frazadas y señaló la puerta, casi perdiendo la paciencia.

―Debes hacerle saber que estuvo mal. ¡Que cometió un error! ―exclamó esbozando una pequeña sonrisa para aliviar el ambiente. Tomó una bocanada de aire queriendo continuar, aunque su celular sonó indicando que recibía una llamada. Al responder, se mordió el labio inferior. Debía prestarle el coche a su hermano mayor― Perdona, el idiota de mi hermano me llama para pedirme favores. Si hablas con tu madre, no dudes en llamarme. ¿De acuerdo?

Asentí con la cabeza sonriendo. Me levanté de la cama y le di un corto abrazo, acompañándola hacia el pasillo.

―Claro. Y por cierto... gracias Abby. ―besó mi mejilla y la observé bajar las escaleras desde lo alto de ellas, apoyada en el barandal. Escuché que saludaba a mi madre y me agaché para verla sentada en el sofá.

Tomé aire. Era ahora o nunca. Debía enfrentarme a lo que más temía, iba a preguntarle también por qué papá nos había abandonado. Por qué me habían elegido a mí como concursante de los desafíos. Necesitaba saber la verdad y dejar mi estado de shock para poder afrontar las cosas como realmente era debido.

Antes de poner el pie en el segundo escalón, el timbre de la casa sonó. Mi corazón se aceleró por un microsegundo, aunque volvió a la normalidad rápidamente. Podría ser Abigail que se había olvidado alguna cosa en mi habitación. Giré la cabeza hacia mi habitación, pero no había nada sobre la cama.

Mamá gritó un "quién es" aunque no había obtenido respuesta. Fruncí el ceño, levantando con lentitud el pie derecho, para regresar a mi habitación. Un mal presentimiento crecía en mí y la sospecha de que algo malo estaba a punto de pasar también. Los tacones que mi madre llevaba puestos resonaban en el suelo y en mi cabeza. Todo parecía detenerse. Me obligué a concentrarme en la persona que estaba del otro lado de la puerta.

Ésta hizo un chirrido al abrirse. Un tipo desconocido para mí le dirigió una sonrisa a mi madre y con disimulo, le echó un vistazo a la casa. Me aparté de las escaleras para que no pueda verme. Llevaba un traje negro y una libreta bajo el brazo. Hizo un gesto de aprobación e intentó entrar, aunque mamá no lo permitió.

―Muy buen lugar para vivir, señora Peters. ―murmuró con voz ronca. Mi madre no respondió― ¿Me recuerda?

Vi que la mano de mi madre con la que sostenía la puerta temblaba. ¿Por qué se había puesto tan nerviosa?

―Es una pena que no lo haga. Soy el científico Rowell, de la Mraz Asosiation. ¿Ahora puede salir de su trance?


El atrapasueños.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora