Capítulo 17

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Unas voces lejanas y a la vez cercanas comenzaron a despertar mi cerebro aún sedado. No me atrevía a abrir los ojos puesto que quienes estaban a mi lado descubrirían que había despertado.

―Inyéctale eso ―murmuró un hombre, cuya voz llamó mi atención. Me obligó a abrir los ojos, dándoles a entender que escuché mayor parte de su conversación.

Una enfermera o científica tomó la jeringa, pero antes que pueda clavarla en mi brazo, me incorporé rápidamente en la camilla, llamando la atención de todas las personas que estaban en la habitación. Miré fijamente al hombre. Sus ojos llamaron mi atención, su color de cabello, sus rasgos faciales.

Trataron de calmarme.

―Las pulsaciones aumentaron, señor. ―murmuró una de las científicas observando la pantalla donde controlaban mis latidos cardíacos. El científico no dejaba de mirarme. Alzó su mano y negó con la cabeza.

Me levanté sintiendo la mirada de todos en mí. Caminé hacia el tipo, desafiante, rozando la yema de mis dedos contra las sábanas blancas que cubrían la camilla. Un escalofrío recorrió mi espina dorsal, pero no me inmuté. No podía creer lo que estaba viendo.

―¿Por qué...? ―pregunté en un susurro. Me detuve a pocos centímetros del científico. Tragué saliva sin dejar de mirarlo― ¿Nos dejaste... por esto? ¡¿A caso todo fue obra tuya?! ¿Quieres asesinarme?

―Keyra, relájate.

La ira corría por todo mi cuerpo. Lo había visto por primera vez en siete años. No podía creerlo. De tantas noches de insomnio pensando qué había sido de su vida, creyendo que tendría una nueva vida, una nueva familia que le hacía feliz... mi padre había terminado en el Mraz Asosiation. En la ICF. Trabajando con ellos.

―¿Relajarme, papá? ¿Crees que puedo relajarme cuando la primera vez que te veo luego de casi una década tú estás drogándome? ¿Queriendo asesinarme? ―exclamé. Apoyó sus manos en mis antebrazos queriendo controlarme. Grité con desesperación.

―¡No fue como realmente piensas que fue!

―¿Cuál es tu versión? ¿Qué nada había salido como esperabas? ¿Qué toda esta mierda ―miré a mi alrededor, señalando a cada uno de sus compañeros― es tu vicio? Ya no hay nada que explicar. Tuviste siete años para hacerlo.

―Hija... ―quiso decir. Lo interrumpí clavando un bisturí que tomé de la bandeja donde estaban apoyadas todas las jeringas. Su mejilla comenzó a sangrar y con una mirada de odio, les ordenó a dos científicas que me encerraran.

No podía ser cierto. Mi padre era quien me buscaba para asesinarme. Quizá él estaba sedado por los mayores jefes del lugar. ¿En quién se suponía que debía confiar? En absolutamente nadie.

Nadie era confiable en mi vida. Recordé las palabras de la madre de Joseph. "No puedes confiar en nadie más que Damien". Yo era fuerte. Ella se había sacrificado para que pueda escapar sin ninguna dificultad. Le debía el favor, pero no podía devolverla a la vida. Quizá cumpliendo lo que me había pedido podría ayudar en algo.

―Si gritas, mueres. ―dijo la más joven de las científicas. Ella me parecía conocida de alguna parte. Tenía aspecto gótico y el cabello corto, ¿por qué no podía recordarla? Incluso su tono de voz me recordaba algún momento del pasado. Entré en la pequeña celda y una brisa helada me abrazó de lleno. Abrí los ojos como platos, volteándome a la velocidad de la luz.

La puerta había sido cerrada, sin embargo, había una pequeña rendija con la vista al exterior.

―¡Alai Dazler! ―exclamé― ¡Tú metiste a Joseph en esta mierda! ¡Tú lo asesinaste!

El atrapasueños.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora