—Te entiendo, querido hermano. Pero no puedes hacerlo así, sin más. Nos matarán.

—¡Somos los dioses del Olimpo, por el amor de Gea!

—Cállate. O nos meterás en problemas a todos. Aquí te haces llamar el "Señor White", ¿no es así? —asentí con la cabeza. —Pues que así sea. No dejes que nadie, y repito, nadie, descubra quien eres. Nos llevarás a todos condenados al Inframundo.

Se levantó y se dio la vuelta, dispuesto a marcharse de mis dominios terrenales.

—¿Te olvidas de que soy su rey?

Se giró y me miró como si lo que dije hubiese sido una completa estupidez. Y lo cierto es que era totalmente verdad.

—Como provoques el caos en el Olimpo y Cronos levante la cabeza, el mundo se vendrá abajo.

—Lo tengo todo controlado, hermanito. —dije haciendo especial hincapié en esa última palabra.

—Hades. —dijo a modo de despedida.

—Majestad. —le dije haciendo una exagerada reverencia. Al fin y al cabo, es el rey del Olimpo. O eso piensa él. —Saluda a tu querida mujer de mi parte.

—Hera estará encantada de recibir noticias tuyas.

Dicho esto, se fue a través de un portal de rayos azul eléctrico que comunica con el Olimpo.

Miré a mi alrededor. Las sillas rojas se camuflaban con la tarima alargada aterciopelada de su centro, con una barra al principio y otra al final, llegando ambas al techo, de dónde colgaban espectaculares lámparas de araña y algún que otro foco.

Me dirigí escaleras arriba, en la zona VIP para poder ver el local desde más altura. Ahora era el rey de todo esto, y nadie me lo iba a arrebatar.

Cuando fui hacia mi habitación a continuar con mis labores, un taconeo repentino me cortocircuitó los esquemas mentales. La figura de una mujer esbelta, de cabellos pelirrojos y largos, llegando por debajo de su cintura. Esos ojos negros como el Inframundo...

Esos ojos que, después de todo, me siguen volviendo completamente loco.

—Hola, señor mío.

La mujer, o más bien, mi mujer, se quedó parada en medio de la pista de baile, con su vestido rojo sangre que no dejaba mucho a la imaginación.

Me acerqué a ella, la cogí la mano y la besé el dorso de la misma.

—Tan impresionante como siempre, querida. —la dije, notando un fugaz brillo de lujuria en sus abismales ojos oscuros. —Estás deslumbrante, ¿qué te trae por aquí?

—He oído que Zeus ha estado aquí hace un rato. Así que decidí pasarme yo también. Quería ver a mi marido.

—Ex-marido, Perséfone.

Zeus no se podía ver callado nunca.

—Será mejor que te vayas. Va a ser casi media noche y debo abrir el local para mi clientela.

—¿Este es el antro de pervertidos del que tanto me ha hablado tu hermano?

—Cuidado con lo que dices, nena. Serás mi esposa, pero sigo teniendo otro poder a mayores sobre ti. Sigo siendo tu tío.

Se acercó cautelosamente a mí, moviendo sus caderas de un lado a otro. Un gesto muy peligroso.

—No creo que eso te importase cuando yo estaba sobre de ti, en otro contexto, claro.

La agarré de las caderas y la aprisioné contra la barra del bar, de espaldas a mí. Giró su cuello para intentar mirarme, así que le aparté el cuello para susurrarla al oído.

INFERNUS ©Hikayelerin yaşadığı yer. Şimdi keşfedin