—¿Buscas trabajo ahí?

Miré a la mujer, que en ese momento cambió su sonrisa por una de preocupación y un pequeño apéndice de asco.

—Yo... necesito un poco de dinero.

—Existen más trabajos a parte de ese, cariño.

—Lo sé, pero... pagan bien.

La señora miró hacia el frente, pensativa. Volví a fijar mi vista en el folleto: Club Nocturno "Infernus", propiedad del Señor White. Bebida y espectáculo cada noche.
Servicios especiales para clientes especiales, con la persona que ellos deseen. Pago por adelantado.

Hay todo tipo de trabajos en el mundo, niña. No te metas en el primero que te ofrezcan solo por una buena suma de dinero. No vale la pena arriesgar tu vida de esa manera.

Volví a mirar a la anciana. En cierto modo me recordaba a mi abuela... cuando me recordaba, claro.

—Gracias por sus consejos señora, pero...

—¿Pero?

—Tengo una abuela y un hermano poco más pequeño que yo a los que mantener.

La señora me miró de nuevo, esta vez con curiosidad.

—¿Puedo hacerte una pregunta?

—Claro. —respondí.

—¿Qué edad tienes?

Tragué saliva por lo nerviosa que me estaba poniendo aquel repentino interrogatorio.

—Veintitrés.

—Eres aún una niña. Recuerdo cuando yo tenía más o menos tu edad. —giró el bastón entre sus dedos. —Cuando salía con mis amigas a dar un paseo, a tomar un batido y a bailar a la plaza. —me miró con una sonrisa melancólica. —Allí conocí al amor de mi vida.

—Debió de ser un encuentro precioso. —la respondí.

—Lo fue. Cuando fue a pedir mi mano a mi padre me convertí en la mujer más feliz del mundo. —la sonreí en respuesta. —Mi marido y yo estuvimos muchos años casados. Unos años felices, llenos de amor y cariño.

Mi mirada se volvió sombría al entender lo que la mujer quería decir. Quería salir de allí, no quería escuchar más porque sabía lo que venía ahora. No podía escuchar hablar de ese tema. Simplemente no podía.

—Hasta que mi marido murió.

Allí lo soltó. La mujer me contó cómo falleció su marido hace pocos años. Por suerte, el autobús me salvó. Me despedí de la anciana con educación y la deseé mucha suerte, al igual que ella a mí.

En cuanto me senté en el autobús, me puse los cascos con rapidez para que los recuerdos no volviesen a hacer acto de presencia.

Al llegar a casa, mi abuela estaba viendo la televisión en el salón. Cuando entré, se dio la vuelta para mirarme.

—¡Oh! ¡Hola, cariño!

Al menos me recordaba, por ahora.

—Hola, abuela. ¿Cómo has estado?

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