Capítulo 17: Arce dorado

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Con esta lección de historia pruebo que el ser humano es un animal ligeramente difícil de matar.

II

En las últimas décadas me he adueñado del piano del hogar. Nadie sabe por qué sigue aquí, excepto yo. Y Ambrosía.

Y para no causar mucho temor a los habitantes de la casa, lo toco cuando no hay nadie. También porque me gusta la privacidad.

Desde temprana edad he sentido una afición por las artes. Y el ver colores cuando escucho música, ha mezclado dos de mis mundos preferidos.

Según me he enterado no es normal hacerlo, pero se siente tan bien.

En ocasiones, la sinestesia se expande un poco más de lo debido y pensamientos extraños llegan a mi mente. Como que la letra "A" siempre está asociada al color rojo, la "E" al verde, la "I" al amarillo, la "O" al azul y la "U" al morado. Y a menudo lo relaciono con mis amigos, Ambrosía me recuerda a la "E", el pollito Chopin a la "I", el perro Coco a la "A", y Levane a la "U".

En fin, me divierte notar las similitudes.

Lo bueno es que con la muerte no he perdido esa habilidad. Supongo que es igual que con Ambrosía, quien todavía sufre del síndrome del corazón roto.

Dejo de lado la conversación conmigo mismo para tocar "Fantaisie-Impromptu".

III

Piedra tras piedra me guia por el camino, hasta un punto donde el crecimiento de las hierbas suele interrumpirse dejando en espera a la fértil tierra. Un sendero que ha estado aquí desde que mi padre creó la casa. Etéreamente bello como la luz de una ciudad, te conduce hacia ella y no puedes parar, París. Papá dijo que íbamos a ser de los primeros en tener bombillas en el pueblo. Pero se fueron antes de tiempo. Y me dejaron en este lugar, solo. Luego llegó Ambrosía, y más tarde, ella, la primera en poder vernos sin llegar a ser como nosotros.

~~~

—¿Sabes?, el revólver de mis padres ya no parece una mala idea. —Un brillo foráneo se asomaba en su mirada, efectivamente lo estaba considerando.

—No seas tonta, no voy a dejar que te hagas eso.

—Debo hacerlo, así mi cuerpo puede acompañar a mi alma que se está yendo. Deberías entenderlo. —Nunca lo entendí.

—Sé que las cuestiones mundanas son complicadas, mas con el tiempo todo mejorará. No pienses en hacer algo de lo que después te vas a lamentar, no es tan placentero de este lado —intentaba convencerla.

—Aun así, sería más que nada por ustedes, por ti. Nos merecemos un final feliz, quiero estar contigo.

—¿Aunque sea por el resto de la eternidad?

—Puede ser. —Había bajado el rostro, no estaba del todo segura acerca de la decisión.

—No te veo muy firme al respecto.

—¿No te alegra que quiera morir para estar contigo? —retomó.

—Siendo honesto, me opongo fielmente.

—¿Y por qué no lo pensaste cuando me pediste que estuviéramos juntos?

Nuestra conversación asumió una pausa y dudé por un tiempo mi respuesta. Una parte de mí sabía que me iba a arrepentir de decir lo siguiente y otra sabía que iba a ser peor si no lo hacía. Dos opciones, Guatemala o Guatepeor.

—Creo que fue una estupidez. Los fantasmas y los humanos no deben enamorarse.

—¿Estás terminando con esto? ¿Opinas que no podemos continuar saliendo debido a que estás muerto?

—Si te va a salvar de que te mates a ti misma, sí.

~~~

Y ahora estoy parado sobre el último recuerdo que me queda de nosotros. Enterrado frente al tronco del sauce llorón. El desenlace del recorrido.

Ella vivió la vida hasta el final y falleció bajo la misma estancia en la que creció. Tal como yo, sólo que ella tuvo la oportunidad de seguir. Y me alegra que lo haya hecho, a pesar de que caminó por atajos peligrosos, llegó a la meta. Me hubiera gustado decirle una vez más cuánto la amaba.

—¿Algún día vas a dejar de pensar en ella? —Ambrosía surge a mi lado. Ser su amigo significa estar al tanto de que puede espiarte en cualquier instante.

—La estoy dejando ir.

—En ese caso, te voy a abandonar así concluyes tus cosas y vienes a jugar con nosotras. Levane ha desempolvado el viejo Monopoly y es mejor que alguno de nosotros le gane para que deje de presumir su supuesta "impecable habilidad capitalista" —ríe para luego irse por donde vine.

Cuando su silueta desaparece, cavo en un sitio exacto el cual, hace múltiples veranos atrás, marqué con una ramita del mismo árbol.

Tras despojar unos cinco centímetros de suelo, la detecto. Una caja de madera donde ella solía guardar pequeños retazos de plantas.

Al abrirla, meto en ella un crisantemo blanco, el más chiquito que ví en toda mi vigencia, que se suma al resto de diminutas flores que solía regalarle, actualmente secas. A veces las prensaba y las guardaba en sus diarios, y otras veces las dejaba en este cofre.

Lo cierro dándole un último beso para dejarlo escondido de nuevo en donde pertenece, pero a diferencia de antes, lo sepulto más profundo.

Mientras me alejo, el grabado de su tapa me acompaña a medida que ingreso a la casa.

Camila & Julien

1959

Levane Y Las Almas DesorientadasWhere stories live. Discover now