Pricila

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-¿Hola?
-¿Pricila?
-¿Alexander? ¿Estás llorando?
-¿Aún no sabes?
-¿Qué cosa?
-...
-¡Alexander! ¿Qué pasa?
-Alicia.
-¿Qué pasa con Alicia?
-Amaneció muerta esta mañana. Se suicidó.

Alexander lloraba y era tan extraño escucharlo llorar.

No podía creer lo que estaba diciendo. ¡No podía ser verdad!

Él seguía llorando al otro lado de la línea telefónica y yo estaba paralizada. Mi mente estaba en blanco.

-¡No! -Grité mientras mis ojos se inundaban de lágrimas y un nudo se formaba en mi garganta. -No puede ser cierto.

Mi madre bajó las gradas tan rápido como pudo al escuchar mi escandaloso grito.

-Pricila, mi novia, mi princesa murió. -Dijo Alexander en un profundo llanto.

Dejé caer el teléfono al suelo inconscientemente, mis labios y mi mandíbula temblaban y mis gafas estaban totalmente empañadas.

Caí al suelo, llorando, gritando, y mi madre me sostuvo entre sus brazos.

No podía hablar, no podía respoderle a mi madre cuando me preguntaba qué me sucedía, con quién había hablado por teléfono. Yo solamente la abracé con todas mis fuerzas y lloré dejando empapada su blusa morada.

No lograba asimilar las cosas. No tenía cerebro para cuestionarme por qué Alicia había hecho lo que hizo. En mi mente solo vagaban recuerdos. Recuerdos de Alicia.

Mi madre me llamó desde la puerta, con dificultad podía oír que hablaba con un hombre.

Me asomé y había un oficial de policía hablando con mi madre.

-¿Pricila? -Preguntó el señor extraño, alto, castaño y ojos intimidantes. Asentí. -Necesito que me acompañes.

¿Qué, hice algo malo?

-¿A dónde? ¿Para qué? -Pregunté alterada. No era momento para estúpidos policías que quisieran culparme por cualquier cosa cuando mi mejor amiga estaba muerta.

-A la casa de Los Collins. Alicia dejó una carta.

No podía esperar menos de ti, Alicia.

Mi celular vibró. Era un mensaje de Alexander.
Seguramente un policía llegara a buscarte. No te niegues a ir con él. Dice que Alicia ha dejado algo. Voy en camino. Alexander.

Una carta. Ha dejado una carta.

Respondí al mensaje de Alexander.

Unos segundos después mi celular volvió a vibrar.

Mierda. Mi niña de las cartas.

Eso me hizo soltar una lágrima y cerrar mis ojos para llorar desconsoladamente.

Mi madre me abrazó de nuevo mientras el policía seguía parado en la puerta de mi casa. Limpié mis lágrimas y mi nariz.

-Iré con usted. -Dije.

La Carta Suicida de AliciaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora