Capítulo 2: Amargo adiós

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He culminado por cambiar la portada porque al llegar al capitulo 4 culminé por introducir otros personajes al fanfic y ya no me convencía la que tenía con los rostros de Zeyra y los demás personajes importantes, porque habrá más. También aviso de que como solo llevo 5 capítulos completos tal vez me retrase en algún momento. Voy publicando según termino los capítulos e intento, siempre, tener al menos un capitulo o dos adelantados antes de publicar. Además de que mientras no lleguemos a la arena no tengo tantas cosas claras (e incluso entonces) así que poco a poco. :)

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Capítulo 2: Amargo adiós

En la plataforma Zeyra pudo haber llorado. Conocía la tristeza, fue lo que la embargó tras enterarse, siendo niña, de que su madre, era una agente del gobierno que tuvo una aventura con Zain antes de ser destinada al distrito dos y nunca regresar.

Tristeza y frustración, tras la rabia que provocaron los rumores y el desprecio de otros. Se volvió violenta con cualquiera que soltara un comentario sobre el hecho de que ni siquiera su madre la quería y su profesora, incapaz de controlarla, la encerró en una aula para que "reflexionara sobre sus actos."

Cabe decir que ella nunca se arrepintió de sus actos, los niños siempre fueron duros con ella, que si no hablaba, que si no sonreía, que si era rica, que si sus padres ayudaban al Capitolio,... Simplemente se hartó y se exaltó con uñas, mordiscos y golpes. Después lloró para que la soltaran porque ella no era quién merecía ser encerrada, los malvados eran los demás.

Así que sí, definitivamente, pudo haber llorado, romper el muro bajo el que terminó metafóricamente encerrada con el paso de los años y decir el merecido adiós a sus familiares. Pero eso definitivamente no pasó.

—No tengo miedo, ¿sabes? —Le susurró a su hermano gemelo, el único que se había atrevido a cruzar el pasillo del edificio de justicia, agarrándola casi a la fuerza para que le abrazara. Su padre en cambio solo sabía mirarla como si no asimilara la realidad ante sus ojos. —No comprendo qué me ocurre, voy a un lugar nuevo dónde la mejor forma de salir es derramar sangre y simplemente me da igual. Quiero saber lo que es agarrar uno de esos cuchillos con los que practicamos noche tras noche y clavárselo a alguien. Como clavaba mis uñas en los brazos de quiénes me tocaban de pequeña. Un impulso, una reacción, un acto ¿Me odiarás si mato a alguien, Zerr?

Y una mirada tan profunda como peligrosa, Zeyra escondía algo tras ese vacío, no era exactamente placer, pero tampoco arrepentimiento o dolor, eso lo sabía muy bien. Zerr inspiró hondo, en su mente volaba imagen tras imagen de los juegos, y tenía miedo, definitivamente tenía miedo. Él siempre había sido una peculiar contraposición de ella, un niño dócil, cercano pero sin pasarse y hasta bastante popular, pero sobre todo buena persona.

—No puedo —afirmó. —La voté a ella, ¿sabes? La voté a ella, y a su hermano. Estaba cabreado, esa niña, nuestro pueblo... ¿Qué les importaban los métodos que utilizaba papá para mantenernos en la cima? ¡Me dan asco!

Y rabia en un rostro que antiguamente había sido angelical, Zain apenas podía creer lo que veían sus ojos: de la familia, Zerr era el bueno, aquel que lo perseguía en busca de la justicia de los delitos de otros. Alguna vez quiso utilizarlo para que los jóvenes le revelaran sus más ocultos secretos, al fin y al cabo ante un rostro tan bello como bondadoso como el de su hijo todos perdían el sentido. Pero Zerr no aceptaba ayudarle, quizás si fuera un padre más atento, vería que también había algo de oscuridad en él.

Quizás si fuera más atento vería más allá de su deseo de ver una sonrisa sincera en el rostro de Zeyra, los habría cuidado por igual y entonces tendría un hijo que fuera algo más que un amasijo de timidez y amabilidad, un aliado capaz de comprender el mundo tal y como lo concebía él.

—Hijo, no deberías de odi... —Se frenó al rato, apartando al joven de Zeyra suavemente. —No importa, tus ideas habrían culminado por destruirte. —Zerr lo observó sin comprender y ella retrocedió ante los acercamientos de su progenitor. —Siempre dije que este mundo está corrompido, que si uno se detiene cada vez que alguien sufre por sus actos no llega a nada. Porque los otros no manifestarán la misma compasión. Aplícate esa filosofía, Zeyra, y lucha por regresar del lugar adónde vas. Sé que cometí errores, que mis exigencias fueron demasiadas y ahora estoy pagando el precio. Pero tú... eres la niña de mis ojos, no puedes sucumbir.

No puedes sucumbir.

La razón por la que ella no se atormentaba por hechos tan insignificantes como el que su compañero de distrito hubiera sufrido un ataque de ansiedad, nada más concebir su sentencia. Barry era el clásico niño que todos los profesores adoraban ya que era muy inteligente, bondadoso y educado. Aquel que no vacilaba en confesar la más mínima travesura, hecha por sus semejantes a las autoridades. No importaba que fuera un profesor o un agente de la paz, su mente había sido atrapada por una vida apacible y los conceptos inculcados por el Capitolio, incapaz de percibir las razones de trasfondo de los hechos que denunciaba. A Zeyra le caería bien sino fuera porque muchas veces la denunciaba a ella por desobedecer aquellas leyes que consideraba absurdas, explorando terrenos prohibidos en busca de emociones.

Igual no importaba, todo lo que poseía el servicial Barry había sido envuelto por una nube de incomprensión y quejas ¿Cuántas veces lo había escuchado proclamar que esto era injusto?, ¿que no debería estar aquí? Casi agradeció cuando comenzó a hiperventilar tras pasar de las quejas al "voy a morir". Al menos no tendría que escucharlo más.

Desgraciadamente el chico no murió, sería una catástrofe para el Capitolio. Zeyra no tenía argumento en contra de su presencia, pero un concursante menos sigue siendo un concursante menos.

Era en lo único que se permitía pensar en su habitación de tren, de camino al Capitolio, eso y en que tenía razón. Ella era la tributo del distrito nueve del primer vasallaje.

Y volvió a preguntarse si estuvo bien no llorar ni una sola vez, su hermano estaba destrozado y furioso, ¿por qué ella no?

—¿Por qué no puedo ser normal? Sentir algo, lo que sea. —Imploró al techo luminoso, que programó, ignorando que tras esa súplica se encontraba una retahíla de sentimientos implorando por salir.

Primer Vasallaje: Cárcel emocionalDonde viven las historias. Descúbrelo ahora