1. Noche.

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Los caminos se dispersan, perdiéndose en la mente de las personas que sólo iban de paso. Pronto el atardecer rasgaba el cielo con los colores distintivos de la llegada noche, y una Luna creciente que más parecía una gran torta sin un buen pedazo decoraba en lo alto brindando una luz plateada. La oscuridad era uno de los mayores enemigos enseguida que el día llegaba a su fin, y cualquier sombra podría significar un posible peligro. Y no por ser sombras, sino por lo que se mueve entre ellas al acecho toda la noche.

Los aldeanos cuidan sus rebaños y las señoras acunan a sus niños con temor de ser robados, las leyendas son la cuna de las ciudades de Japón hasta culminar en algún lugar remoto como en estos valles inhabitados, donde nadie quiere encender alguna chimenea y asentar su hogar.

Reaper no era un fan de las historias —a veces inventadas— que sus oídos agudos alcanzaban a escuchar de la boca de los granjeros rurales contarle a los turistas sobre lo fantástico que podía ser el bosque Aokigahara, que muy bien era cierto que no tenía muy buena fama dicha arboleda, él sabía que sólo lo hacían para inculcar el miedo a los extranjeros; criaturas que se movían en la oscuridad y se alimentaban del miedo, se comían a sus ganados y se llevaban a los niños. Raptaban a las mujeres y las violaban.

Al ser un viajero que vivía de lo que cazaba, Reaper estaba tan cansado de escuchar los mismos cuentos que circulaban con rapidez. Desde hace años esos relatos fueron construyéndose junto a la base de los pueblos más visitados, fortaleciendose y cada vez más se veían "casos" de criaturas místicas que mataban granjeros e irrumpían con la paz de algún pueblo.

Él, conocido como La Muerte por esos sucios humanos, poco le importaba lo que opinasen sobre él. No podían entender el sacrificio que cada día debía enfrentar para mantenerse con vida cuando había tanta competencia, aún cuando su hogar temporal y lugar de caza estaba a sólo unos cuántos kilómetros de una manada vecina. Desde ese momento para Reaper ha sido molesto entrar en territorio contrario, el olor le advertía que no podía pasar a dónde en verdad quería ir porque sino ellos lo sabrán, y lo menos que quería era llamar la atención de sus adorables vecinos.

El agua del arroyo estaba fría a esta hora de la madrugada, bajo la Luna se reflejaba un hermoso color azúl entre las rocas en las que fluía, del mismo color que las pupilas profundas de La Muerte. Cayó como saco sentandose en un peñón de gran tamaño cansado, hoy había sido un día productivo y esperaba que los siguientes días también lo fueran e irse de maldito bosque. Estar varado en un sólo lugar no era parte de Reaper.

—Qué tenemos aquí... —se bajó el saco de cuero que tenía colgado del hombro, lo tiró al suelo e inspeccionó su contenido, una pequeña sonrisa de victoria se posó en sus labios al ver su botín que no era más que frutas rojas. Mientras corría le había arrebatado ese bolso a una joven muchacha, seguramente para llevárselo a su abuela o algo así. De cualquier forma, la carne de liebre y una manzana era una extraña pero buena cena.

Había cometido el error de seguir los pasos de la niña mientras ella se había adentrado mucho en medio de la gentuza, muchos estuvieron presentes mientras corría y varios gritos se alzaron. Casi le rebanaban con una espada, pero valió la pena con tal de acompañar su cena. Nunca le preocupaban los cazadores, porque cuando ellos se armaban para buscar al responsable del desorden público, sólo quedaba polvo del gran Lobo negro. Y así fué como de pueblo en pueblo, su amado apodo fué haciéndose conocer.

No le desagradaba para nada, el respeto que irradiaba a las demás criaturas que osaran acercarse a él le daba la ventaja de no ser molestado por nadie. Le gustaba la vida solitaria, viajera, y esperaba que siempre se mantuviera así, dejando huellas e historias qué contar para los humanos.

Los aullidos de los lobos vecinos se escuchaban a la distancia, los pájaros volaban alertados y las ardillas corrían del lugar mientras Reaper sin inmutarse continuaba desgarrando la carne de conejo. Al otro lado del río, era territorio de una de las manadas más numerosas de Japón y una de las más antiguas. Reaper admitía que le llamaba la atención, cada vez que se sentaba en el arroyo y admiraba la tierra del otro lado sentía como si este lugar fuera su propio hogar perdido después de tanto deambular por el mundo. Eran sentimientos extraños a un ser extraño, pero echaba a un lado ese pensar y seguía comiendo como quién posee hambre para alimentar el gran vacío que su ser ahueca.

Hᴜᴇʟʟᴀs【Afterdeath | Fatell #dyjawards2024Where stories live. Discover now