14. Incómodo

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Guillermo.

¿Está Samuel? —Es lo que salió de los labios de Raúl en el momento en el que aquella mujer contestó por el porterillo—. Somos unos amigos.



¡Sí, mi hijo está aquí! —Esta vez la mujer hablaba muy animada—. ¿Queréis subir?



N-n...



Sí, claro. —Me interrumpió mi acompañante. Le eché una mirada de asesino y él sólo se encogió de hombros. Ambos empujamos la puerta del portal y empezamos a subir. Él; a una velocidad increíble, y yo; lo más lento posible. Lo único que podía escuchar eran los latidos de mi corazón, que retumbaban en mis oídos todo el tiempo—. ¿Quieres aligerarte?



No. —respondí. Y los latidos se hicieron más rápidos.





Estábamos frente a la puerta abierta, yo me había quedado estático. No podía mover ningún músculo de mi cuerpo. Sólo el saber que Samuel estaba ahí dentro me hacía sentir nervioso, asustado y furioso. No quería entrar, no quería verlo.

Raúl fue a empujarme para que entrase, entonces en ese momento sonó mi móvil. Lo saqué, impacientemente, del bolsillo, esperando que fuera una excusa para poder desaparecer, cuanto antes, de allí. Pero no, era una razón más por la que debía entrar. Era un whatsapp de Samuel...

No quería leerlo, no estaba preparado para hacerlo. No ahora que me encontraba frente a su casa. No.

Conseguí moverme y mi compañero y yo entramos, cerrando la puerta tras nosotros.





Buenas tardes. —Saludó Raúl.





Allí se encontraban la madre, —supongo que era la madre—, que se hallaba con una sonrisa de oreja a oreja, y un hombre, —el padre, creo— que levantó la mirada por encima del periódico que estaba leyendo.





Buenas tardes. —respondieron ambos.





El hombre volvió a lo suyo, en lo que su mujer nos miraba sonriente.





¿Queréis tomar algo?



No, no. Gracias. —Sólo Raúl conseguía hablar algo. Yo no era capaz de pronunciar palabra alguna.



¿De verdad? Si se os apetece algo sólo tenéis que decírmelo, ¿de acuerdo? —Ambos asentimos—. Samuel está en su habitación. Está al fondo a la izquierda. —vocalizó al mismo tiempo nos hacía señas.



Muchísimas gracias. —Mi compañero y yo nos adentramos en el pequeño pasillo, parándonos frente a la puerta de la habitación, en la cual se suponía que estaba él—. ¿A qué esperas? Abre. —me dijo en voz baja.

Wigetta: Número equivocadoWhere stories live. Discover now