42. ANOTACIÓN EN DIARIO DE EMA

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Aquel día del que escribo para tratar de olvidarme, me desperté con una venda en los ojos. Así que fue como un despertar falso. Por la clase de sonidos que escuché después de que mis oídos se volvieron más finos, entendí que estaba en el laboratorio de mi padre. Sentí su silla girar como solía hacerlo para mirarme pidiéndome más tiempo, que ya terminaba. Me dijo:

-Por favor, no, no te retuerzas ni te intentes zafar. Te vas a lastimar.

Él veía que yo estaba cada vez más impaciente y nerviosa. No entendía qué pasaba. O lo entendía demasiado bien.

-¿Por qué, Aidan, por qué? –le pregunté

-¿Por qué vos no me decís papá? –fueron sus palabras. Las palabras de un hombre que mantenía vendada y atada a su hija.

Qué le iba a contestar, si yo tenía que estar con Fox del otro lado, peleando contra las pesadillas que habían poblado Traslosojos gracias a la ayuda de ese hombre de guardapolvo.

Entonces sentí algo. Nunca creí que al cuerpo podía atravesarlo una sensación tan intensa como un dolor físico. Y espero que nunca más se repita porque fue la experiencia más amarga de mi vida. Sentí que mi corazón se agrietaba, candente, como un volcán, y empezaba a chorrear sangre. Ya no había nada que pudiese hacer para arreglarlo. Y la sangre era hiel, una bilis enferma y amarillenta que me tomaba el cuerpo, la persona, el alma, me tomaba toda y me hizo la persona que nunca quise ser. Una persona manejada por el odio. ¿De eso se trata proteger a un hijo, papá?

Empecé a sentir que la piel se me secaba y endurecía. Y la oscuridad de la venda empezaba a teñirse de verde, un verde capaz de ser más fuerte que cualquier oscuridad. Un verde que cubría la hiel amarilla y la sangre roja. Entonces, todo se confundió en un imparable tráfico de los momentos más recientes de mi vida que se arremolinaban como si no quisiesen que lo verde se extendiera. Ahí me di cuenta de que en aquellos últimos momentos no había estado con otra persona que con Fox. Las primeras conversaciones en la plaza, nuestras charlas sobre la incomprensión de nuestras familias, las horas que compartíamos escribiendo las reseñas para mi canal de youtube, y las horas que pasábamos juntos desarrollando nuevas historias para sus historietas, las risas cuando me di cuenta de que estaba celoso de Percival, ¡un personaje de novela! Y él me contó que iría a enfrentarlo o, mejor dicho, sería otro personaje de ficción el que lo hiciese: Robin. Éramos dos cataratas de energía en un solo cauce que atravesaba Fisherton. A veces nos peleábamos, sobre todo cuando él se ponía a la defensiva. Todos esos recuerdos se me venían a la cabeza. La confusión estaba ganando. El tornado verde que me arrebataba el sentido común en aquel rincón del laboratorio de papá, en el que me encontraba "protegida" según él, me inundaba de veneno. ¿Qué nos pasaba a padres e hijos que no teníamos el mismo lenguaje? ¿Qué nos pasaba que lo bueno y lo malo eran conceptos tan distintos para unos y otros?

"Protegida", según él. Entonces hice el esfuerzo por entenderlo. Puse una gran energía en contra de ese remolino que me arrancaba de mis cimientos, como si no fuese dado a los hijos entender a los padres. Y lo logré.

Me reencontré con Víctor Aidan y lo entendí. Él tenía su propia historia y estaba haciendo todo lo posible con o contra ella y eso siempre complica la relación de padre e hija.

"Protegida", según él. Entonces me permití no dudar de sus intenciones. Me entregué a pensar que él, en su lengua, realmente quería protegerme y lo perdoné. Entonces, recién ahí, cuando algo de la ira mermó, pudimos hablar.

El verde se fue desvaneciendo y esa enorme criatura que lo devora todo se alejó.

El señor Aidan acababa de cortar la energía, unas luces blancas de baja potencia se habían encendido, el pueblo por completo había quedado a oscuras y quedó a la vista de todos una bruma que se hacía más espesa en las cercanías de Fisher Corp, en la base de la torre de Faradai.

Unas sirenas comenzaron a sonar. 

El cantar de los ojos baldíosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora