14. ADENTRO NO ES AFUERA

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Mi mejor amigo, al que siempre había considerado una persona áspera y un poco lejana, había resultado ser un chico sensible y con una historia que explicaba todo aquel territorio que era su persona en el mundo real. Por otro lado, la chica más callada del aula, incluso la más invisible, la que apenas una hormiga podía notar que existía, esa fue, con el correr de los días, también mi mejor amiga. Cada vez que la visitaba, en su amplio salón, el director del Fogwill nos servía el té. Allí aprendí lo que era la cetrería, por ejemplo. Melanie lo había investigado para armar su mundo. Al atardecer íbamos a las barrancas, soltábamos los halcones y conversábamos mientras permanecíamos a la espera de las aves y sus presas.

-Supongo que me gusta un castillo porque me siento segura, le puedo poner un foso, cocodrilos, o los monstruos que quiera, y subir las murallas a mi gusto y poner cientos de arqueros en línea, y nada puede pasarme.

-Acá no hay barreras para construir la seguridad. Los materiales son poderosos.

El rostro de Melanie se iluminó y, al caer el sol, se apoyó en el hombro de Felipe, que se iba materializando lentamente. La luz del atardecer volvió sus rostros dorados. Yo me puse de pie para darles espacio. Los halcones graznaron a lo lejos y yo me volví a mi cuerpo y a la cocina de mi casa. La madre de Melanie acababa de tocar el timbre. Y de alguna forma automática habíamos logrado resolver los ejercicios de matemáticas.

Intenté imaginarme cómo sería mi mundo, pero las visitas a los mundos ajenos resultaban tan entretenidas que enseguida mi mente derivaba en nuevas exploraciones.

A pesar de nuestra cercanía en su mundo, Melanie, en el aula o a la hora de hacer la tarea apenas si me hablaba. De afuera, era como si no nos conociéramos. Pocos podían concebir una relación como la nuestra. Parecía una farsa.

Una mañana, cuando quise hablarle a la salida del aula, siguió de largo. La tomé del brazo tratando de impedir que me esquivase y se lo dije:

-¡Hola! No hagas de cuenta que no nos conocemos. ¿Podemos hablar?

Pero apenas me dedicó la sombra de una mirada. La di vuelta y la miré fijo.

-¿No era que aquel mundo es el mundo de los falsos? ¿Para qué necesitás que te hable allá? -me dijo en plena sala del palacio real.

-¿Te doy vergüenza? ¿No querés que vean que somos amigos?

-Estamos bien acá. Acá está nuestra seguridad, nuestra amistad.

Se calló y al cabo de un instante dijo:

-¿No ves que acá ahora tampoco estamos bien? -me dijo, y me sacó de su mundo. Melanie me estaba pellizcando en el brazo.

Absurdamente enojado por no entender que ella podía disponer de su mundo como quisiese, durante un tiempo no la visité.

Empecé a visitar a otros chicos. Del colegio, del barrio, de la familia. Cada uno con su propio escenario, todos distintos, levantados con sus gustos, sus sueños y, sin embargo, una constante, en todos los territorios la única naturaleza era la honestidad.

El cantar de los ojos baldíosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora