3. FOX WOLTER

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Mi nombre es Federico Wolter, pero en mi pueblo mis amigos siempre me llamaron Fox, que es el la manera en que firmo ahora mis historietas. Hace diez años que no vengo a Fisherton... Ahora tomé coraje y vuelvo. Lo hago por mi sobrina. Ella era un bebé cuando me fui.

La semana pasada me llamó Samanta, mi hermana, y me dijo que quería invitarme al cumpleaños de Sol. Yo estaba esperando ese llamado con un poco de nervios. Me dijo que Sol me conocía a través de mis historietas.

Esa fue una de las pocas y esporádicas comunicaciones que tuve con mi familia en todos estos años.

Recorro en mi coche las calles del pueblo, muy despacio porque todo en un pueblo debe marchar a la velocidad del pueblo y porque quiero recordar. Tengo altas las ventanillas y uso el aire acondicionado. Prefiero mantenerme en el anonimato, aunque no sé si los vecinos podrían reconocerme hoy.

Para muchos yo maté la prosperidad de Fisherton y lo transformé de comunidad modelo a pueblo casi fantasma. El pueblo volvió a ser llano, sencillamente porque lo único que sobresalía de él en aquellos tiempos era la torre de Faradai. Pero ya nada sobresale del paisaje. Algún silo tal vez.

Atravieso con el coche la calle principal, aquella que se había convertido en un río de espuma verde y luego se había prendido fuego. Unas llamas verdes cociendo todo lo que tocaban, trepándose a las paredes de las casas, consumiendo todo, persiguiendo a la gente. Caos y mala prensa. Durante una semana todo el país habló de Fisherton e incluso el pueblo cubrió la primera plana de algunos periódicos del mundo. Luego nunca más nadie se acordó de él jamás.

Veo un grafitti que me llama la atención. A primera vista se entiende que es un conejo con rasgos humanos. Pero yo reconozco de inmediato la figura de Robin dibujada con aerosol. Blande su espada y tiene la proporción perfecta de sus orejas con el cuerpo. Solo tiene color en sus ojos: son verdes. Parece un signo de rebeldía de algún chico incomprendido. Alguno de todos, en definitiva.

Me extraña, me pone orgulloso, me confunde. ¿Quién es Robin y quién soy yo hoy para este pueblo? Vuelvo para que mi sobrina entienda por qué no la visité en todo este tiempo, quiero que cada vez que hablen en el pueblo de su tío no le dé vergüenza.

Antes de llegar a la casa de mis padres -tal vez quiero demorar el encuentro, tal vez quiero saber si todo sucedió en realidad- paso por lo que fue el complejo del museo de Tomas Fisher y Fisher Corp. Hoy son estancias vacías y semiderrumbadas. La torre de Faradai es un revoltijo de hierro y cristales. El pedazo de mi remera negra enganchado en la punta, que hace más de diez años estuvo a más de 100 metros de altura, sigue ahí y es la prueba de que todo sucedió. ¿Cómo pude haberme trepado tan alto? ¿De dónde saqué el valor? Supongo que todos tenemos un poco de superhéroes en la adolescencia.

Muchas veces me pregunté cómo había sido yo el protagonista de aquellos días oscuros en Fisherton. Yo era un chico normal, de lo más normal. Era callado y vestía de oscuro. No sé si fui un héroe como dijeron mi amigos o un delincuente como dijeron las noticias. Solo sé que tuve que hacerlo. Tenía una habilidad única y era responsable sobre ella.

Mi sobrina me espera parada a un costado de su madre. Mis padres no se ven muy movilizados. Pero desde acá puedo observar en sus ojos el brillo de la emoción.

Cuando ya estoy a pocos pasos, rompiendo una pared invisible, mi hermana es la primera que se acerca y me abraza. Se queda aferrada a mí hasta que su calor traspasa la ropa y yo reacciono y la abrazo. Nos abrazamos fuerte. Me dice que está orgullosa de mí y que le compró todas mis historietas a Sol, que mi sobrina se había vuelto mi fan número uno. Se separa de mí demasiado ceremoniosamente, retrocediendo y escurriéndose los ojos con los dedos.

Luego Sol da dos pasos e intenta un movimiento con los brazos. Pero no se anima. Me acerco y la abrazo yo. Ella me devuelve un abrazo liviano y menos seguro. Le doy confianza y la estrecho un poco más fuerte.

Yo soy el que se acerca a mis padres. Les pongo una mano a cada uno sobre los hombros y los acerco. Estoy buscando unas disculpas que no siento que deba buscar, pero prefiero un gesto de entrega y un acercamiento rápido. Quiero disolver toda la incomodidad de forma urgente. Quiero sentarme con mi sobrina y explicarle todo.

El cantar de los ojos baldíosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora