El Dios de la Destrucción

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Hubo una época, dónde la idea de superarse así mismo era lo más importante que tenía, pero en algún momento entendió que siendo quien era y teniendo el poder que tenía, difícilmente encontraría un ser en su universo que fuera más fuerte que él o mínimamente le diera una buena pelea. Prohibido como estaba pelear con otros básicamente iguales a él, o incluso invadir sus universos, su vida comenzaba a volverse en extremo aburrida.

Debía decidir que mundo estaba siendo demasiado perjudicial para si mismo o los mundos a su alrededor, dependiendo que tanto faltará para su propio proceso de autodestrucción y que tanto estaba perjudicando a los demás, él decidía si intervenir o no. Ese era su trabajo, pero para ser honestos ni él ni sus iguales la cumplían al pie de la letra, bueno tal vez solo unos cuatro. Algunos de ellos se hacían convencer con riquezas, aunque no las necesitaran realmente, con el pecado de la carne, por pereza, orgullo o simplemente por la belleza de aquellos que pedían su favor, habían muchas razones para romper reglas y a él, esas no le importaban, podía admitir que a veces pecaba de pereza, pero no había encontrado ninguna razón para perdonar a un planeta, ninguna hasta que conoció a ese tipo.

Era un demonio de hielo, su raza básicamente extinta por su tendencia a tomar el mayor territorio posible en su mismo planeta, hasta volver casi insostenible la vida en el mismo, por lo cual, su familia que resultó ser la vencedora en esas batallas civiles sin fin, expandió su necesidad de obtener territorio hacia el universo, empezando a conquistar a planetas con seres de poder menos impresionante que los suyos, armando un gran imperio que comenzaba a expandirse a cada rincón del universo. Una clara amenaza que debía destruir...pero que supo cómo ganarse algo más de tiempo.

El día que había elegido para eliminar a ese tipo y el planeta que aún habitaba. Aún no sabía cómo se enteró de su llegada, tal vez podría ser el pequeño rastro de destrucción que dejó detrás suyo, pero realmente no le dio mucha importancia, sea como sea. Ese día iban a desaparecer o eso pensaba hasta que un emisario cagado de miedo se acercó a él, temblando cuál hoja acechada por el invierno, le dijo con voz temblorosa.

- M-mi señor B-Bills - indicó con voz temblorosa - y su acompañante - agrego al ver al individuo que silenciosamente flotaba detrás suyo - El rey Cold lo invita a compartir una cena en su honor, antes de que destruya su planeta.

Susurro apenas, pero fluidamente como si hubiera memorizado cada palabra con una predicción milimétrica.

Bills intercambio una mirada con su sirviente, y después de una breve discusión silenciosa, llegó a la conclusión de que no perdía nada acudiendo a aquella dichosa cena, además que se le antojaba comer algo.

La cena, estuvo..., debía admitirlo bastante exquisita. Por la gran cantidad de mundos que había conquistado tenía una increíble variedad de exquisitos platos, sin contar la variedad de deliciosas combinaciones.

- Debo admitir que está comida me satisface.

- Me alegra escucharlo, mi señor - susurro Cold, tan inclinado que su frente tocaba el piso.

Era un tipo bastante grande por lo que la situación le parecía bastante irónica. Su piel blanca con tonos lilas hacia una gran contraste con las baldosas negras del piso, mientras sus largas uñas negras se mimetizaban en el mismo, al igual que sus enormes y extraños cuernos.

- ¿Acaso crees que deba ser piadoso con tu mugre planeta por esto?

Indicó ahora, viendo de manera inquisitiva al tipo frente suyo.

- Si a su Merced le place, me sentiría agradecido y si no... bueno al menos lo intenté.

Bills analizo un momento al sujeto, había escuchado de su crueldad, pero de igual manera de su inteligencia, era un tipo que sabía determinar cuál era la mejor estrategia para tener una oportunidad de ganar las batallas, eso era claro, eso le gustaba.

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