estaba tranquilo allí, porque la escena que se había desarrollado en el
monte de las Olivas había atraído a la gente. Durante un corto tiempo
Jesús permaneció en el templo, mirándolo con tristeza. Luego se apartó
con sus discípulos y volvió a Betania. Cuando la gente le buscó para
ponerlo sobre el trono, no pudo hallarle.
Toda aquella noche Jesús la pasó en oración, y por la mañana volvió al
templo. Mientras iba, pasó al lado de un huerto de higueras. Tenía
hambre y, "viendo de lejos una higuera que tenía hojas, se acercó, si
quizá hallaría en ella algo; y como vino a ella, nada halló sino hojas;
porque no era tiempo de higos."
No era tiempo de higos maduros, excepto en ciertas localidades; y acerca
de las tierras altas que rodean a Jerusalén, se podía decir con acierto:
"No era tiempo de higos." Pero en el huerto al cual Jesús se acercó
había un árbol que parecía más adelantado que los demás. Estaba ya
cubierto de hojas. Es natural en la higuera que aparezcan los frutos
antes que se abran las hojas. Por lo tanto, este árbol cubierto de hojas
prometía frutos bien desarrollados. Pero su apariencia era engañosa. Al
revisar sus ramas, desde la más baja hasta la más alta, Jesús no "halló
sino hojas." No era sino engañoso follaje, nada más.
Cristo pronunció una maldición agostadora. "Nunca más coma nadie fruto
de ti para siempre," dijo. A la mañana siguiente, mientras el Salvador y
sus discípulos volvían otra vez a la ciudad, las ramas agostadas y
las hojas marchitas llamaron su atención. "Maestro --dijo Pedro,-- he
aquí la higuera que maldijiste, se ha secado."
El acto de Cristo, al maldecir la higuera, había asombrado a los
discípulos. Les pareció muy diferente de su proceder y sus obras. Con
frecuencia le habían oído declarar que no había venido para condenar al
mundo, sino para que el mundo pudiese ser salvo por él. Recordaban sus
palabras: "El Hijo del hombre no ha venido para perder las almas de los
hombres, sino para salvarlas." Había realizado sus obras maravillosas
para restaurar, nunca para destruir. Los discípulos le habían conocido
solamente como el Restaurador, el Sanador. Este acto era único. ¿Cuál
era su propósito? se preguntaban.
Dios "es amador de misericordia." "Vivo yo, dice el Señor Jehová, que no
quiero la muerte del impío." Para él la obra de destrucción y
condenación es una "extraña obra." Pero, con misericordia y amor, alza
el velo de lo futuro y revela a los hombres los resultados de una
conducta pecaminosa.
La maldición de la higuera era una parábola llevada a los hechos. Ese
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El deseado de todas las gentes
SpiritualA través de las páginas de esta obra conocerás a profundidad la vida en la tierra del Ser más maravilloso que haya podido pisar nuestro mundo. Este libro está cargado de detalles que te llevarán a vislumbrar la vida de quien es El Deseado de todas l...
CAPÍTULO 64 - Un Pueblo Condenado
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