CAPÍTULO 64 - Un Pueblo Condenado

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estaba tranquilo allí, porque la escena que se había desarrollado en el

monte de las Olivas había atraído a la gente. Durante un corto tiempo

Jesús permaneció en el templo, mirándolo con tristeza. Luego se apartó

con sus discípulos y volvió a Betania. Cuando la gente le buscó para

ponerlo sobre el trono, no pudo hallarle.

Toda aquella noche Jesús la pasó en oración, y por la mañana volvió al

templo. Mientras iba, pasó al lado de un huerto de higueras. Tenía

hambre y, "viendo de lejos una higuera que tenía hojas, se acercó, si

quizá hallaría en ella algo; y como vino a ella, nada halló sino hojas;

porque no era tiempo de higos."

No era tiempo de higos maduros, excepto en ciertas localidades; y acerca

de las tierras altas que rodean a Jerusalén, se podía decir con acierto:

"No era tiempo de higos." Pero en el huerto al cual Jesús se acercó

había un árbol que parecía más adelantado que los demás. Estaba ya

cubierto de hojas. Es natural en la higuera que aparezcan los frutos

antes que se abran las hojas. Por lo tanto, este árbol cubierto de hojas

prometía frutos bien desarrollados. Pero su apariencia era engañosa. Al

revisar sus ramas, desde la más baja hasta la más alta, Jesús no "halló

sino hojas." No era sino engañoso follaje, nada más.

Cristo pronunció una maldición agostadora. "Nunca más coma nadie fruto

de ti para siempre," dijo. A la mañana siguiente, mientras el Salvador y

sus discípulos volvían otra vez a la ciudad, las ramas agostadas y

las hojas marchitas llamaron su atención. "Maestro --dijo Pedro,-- he

aquí la higuera que maldijiste, se ha secado."

El acto de Cristo, al maldecir la higuera, había asombrado a los

discípulos. Les pareció muy diferente de su proceder y sus obras. Con

frecuencia le habían oído declarar que no había venido para condenar al

mundo, sino para que el mundo pudiese ser salvo por él. Recordaban sus

palabras: "El Hijo del hombre no ha venido para perder las almas de los

hombres, sino para salvarlas." Había realizado sus obras maravillosas

para restaurar, nunca para destruir. Los discípulos le habían conocido

solamente como el Restaurador, el Sanador. Este acto era único. ¿Cuál

era su propósito? se preguntaban.

Dios "es amador de misericordia." "Vivo yo, dice el Señor Jehová, que no

quiero la muerte del impío." Para él la obra de destrucción y

condenación es una "extraña obra." Pero, con misericordia y amor, alza

el velo de lo futuro y revela a los hombres los resultados de una

conducta pecaminosa.

La maldición de la higuera era una parábola llevada a los hechos. Ese

El deseado de todas las gentesDonde viven las historias. Descúbrelo ahora