CAPÍTULO 62 - La Fiesta en Casa de Simón

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fiesta?"

Convocaron un concilio de sacerdotes y fariseos. Desde la resurrección

de Lázaro, las simpatías del pueblo estaban tan plenamente con Cristo

que sería peligroso apoderarse de él abiertamente. Así que las

autoridades determinaron prenderle secretamente y llevarle al tribunal

tan calladamente como fuera posible. Esperaban que cuando su condena se

conociese, la voluble corriente de la opinión pública se pondría en

favor de ellos.

Así se proponían destruir a Jesús. Pero los sacerdotes y rabinos sabían

que mientras Lázaro viviese, no estarían seguros. La misma existencia de

un hombre que había estado cuatro días en la tumba y que había sido

resucitado por una palabra de Jesús, ocasionaría, tarde o temprano, una

reacción. El pueblo habría de vengarse contra sus dirigentes por haber

quitado la vida a Aquel que podía realizar tal milagro. Por lo tanto, el

Sanedrín llegó a la conclusión de que Lázaro también debía morir. A

tales extremos conducen a sus esclavos la envidia y el prejuicio. El

odio y la incredulidad de los dirigentes judíos habían crecido hasta

disponerlos a quitar la vida a quien el poder infinito había rescatado

del sepulcro.

Mientras se tramaba esto en Jerusalén, Jesús y sus amigos estaban

invitados al festín de Simón. A un lado del Salvador, estaba sentado a

la mesa Simón a quien él había curado de una enfermedad repugnante, y al

otro lado Lázaro a quien había resucitado. Marta servía, pero María

escuchaba fervientemente cada palabra que salía de los labios de Jesús.

En su misericordia Jesús había perdonado sus pecados, había llamado

de la tumba a su amado hermano, y el corazón de María estaba lleno de

gratitud. Ella había oído hablar a Jesús de su próxima muerte, y en su

profundo amor y tristeza había anhelado honrarle. A costa de gran

sacrificio personal, había adquirido un vaso de alabastro de "nardo

líquido de mucho precio" para ungir su cuerpo. Pero muchos declaraban

ahora que él estaba a punto de ser coronado rey. Su pena se convirtió en

gozo y ansiaba ser la primera en honrar a su Señor. Quebrando el vaso de

ungüento, derramó su contenido sobre la cabeza y los pies de Jesús, y

llorando postrada le humedecía los pies con sus lágrimas y se los secaba

con su larga y flotante cabellera.

Había procurado evitar ser observada y sus movimientos podrían haber

quedado inadvertidos, pero el ungüento llenó la pieza con su fragancia y

delató su acto a todos los presentes. Judas consideró este acto con gran

disgusto. En vez de esperar para oír lo que Jesús dijera sobre el

El deseado de todas las gentesWhere stories live. Discover now