fiesta?"
Convocaron un concilio de sacerdotes y fariseos. Desde la resurrección
de Lázaro, las simpatías del pueblo estaban tan plenamente con Cristo
que sería peligroso apoderarse de él abiertamente. Así que las
autoridades determinaron prenderle secretamente y llevarle al tribunal
tan calladamente como fuera posible. Esperaban que cuando su condena se
conociese, la voluble corriente de la opinión pública se pondría en
favor de ellos.
Así se proponían destruir a Jesús. Pero los sacerdotes y rabinos sabían
que mientras Lázaro viviese, no estarían seguros. La misma existencia de
un hombre que había estado cuatro días en la tumba y que había sido
resucitado por una palabra de Jesús, ocasionaría, tarde o temprano, una
reacción. El pueblo habría de vengarse contra sus dirigentes por haber
quitado la vida a Aquel que podía realizar tal milagro. Por lo tanto, el
Sanedrín llegó a la conclusión de que Lázaro también debía morir. A
tales extremos conducen a sus esclavos la envidia y el prejuicio. El
odio y la incredulidad de los dirigentes judíos habían crecido hasta
disponerlos a quitar la vida a quien el poder infinito había rescatado
del sepulcro.
Mientras se tramaba esto en Jerusalén, Jesús y sus amigos estaban
invitados al festín de Simón. A un lado del Salvador, estaba sentado a
la mesa Simón a quien él había curado de una enfermedad repugnante, y al
otro lado Lázaro a quien había resucitado. Marta servía, pero María
escuchaba fervientemente cada palabra que salía de los labios de Jesús.
En su misericordia Jesús había perdonado sus pecados, había llamado
de la tumba a su amado hermano, y el corazón de María estaba lleno de
gratitud. Ella había oído hablar a Jesús de su próxima muerte, y en su
profundo amor y tristeza había anhelado honrarle. A costa de gran
sacrificio personal, había adquirido un vaso de alabastro de "nardo
líquido de mucho precio" para ungir su cuerpo. Pero muchos declaraban
ahora que él estaba a punto de ser coronado rey. Su pena se convirtió en
gozo y ansiaba ser la primera en honrar a su Señor. Quebrando el vaso de
ungüento, derramó su contenido sobre la cabeza y los pies de Jesús, y
llorando postrada le humedecía los pies con sus lágrimas y se los secaba
con su larga y flotante cabellera.
Había procurado evitar ser observada y sus movimientos podrían haber
quedado inadvertidos, pero el ungüento llenó la pieza con su fragancia y
delató su acto a todos los presentes. Judas consideró este acto con gran
disgusto. En vez de esperar para oír lo que Jesús dijera sobre el
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El deseado de todas las gentes
SpiritualA través de las páginas de esta obra conocerás a profundidad la vida en la tierra del Ser más maravilloso que haya podido pisar nuestro mundo. Este libro está cargado de detalles que te llevarán a vislumbrar la vida de quien es El Deseado de todas l...
CAPÍTULO 62 - La Fiesta en Casa de Simón
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