Capítulo 12: La búsqueda

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12. La búsqueda

Después de levantarme a las 6 am y desayunar, empecé a lavar las la vajilla.Guardaba la taza de café cuando oí unos golpes en la entrada, seguido de unos graznidos muy familiares.

  Apenas abrí la puerta, Olos entró, depositando su atención entre la mesa y mi rostro varias veces. Sintiéndome intimidado, retrocedí hasta la mesa. Entonces por fin habló:

  —Veo que intentas lo imposible —sonrió con picardía.

  —Lo siento.

  Me sentí avergonzado y bajé la mirada, cual niño pequeño a quien atraparon en medio de travesura o descubrieron un secreto suyo muy privado.

  —No te preocupes. Antes de volverte humano solías dibujar hasta que los restos de carboncillos se deshacían entre tus dedos. Era tu actividad favorita.

  —¿En serio?

  —Por supuesto —aseguró e hizo una pausa—. Bueno, vine para que me acompañes.

  —¿Ir juntos?¿A dónde?

  —A muchos lugares.

  Oí un graznido por segunda vez. No me percaté de la presencia de Winter hasta que este voló a mí alrededor por unos segundos y regresó con él, apoyando las garras en su hombro.

  —Vamos a necesitar su ayuda —declaró el pelinegro, acariciando su pico con delicadeza.

  Desplegó un mapa antiguo y amarilleando de la Tierra en el suelo. El joven búho descendió y caminó con cuidado sobre el papel, examinándolo por alrededor de un minuto. Luego señaló un punto del mapa con su garra y agitó las alas con nerviosismo.

  —Es hora.

  Lo miré sin entender.

  —Winter es un rastreador, son búhos de su tribu que pueden detectar el aura de las criaturas mágicas —explicó Olos—. Solo pueden usarla un día al mes.

  Mientras procesaba la información, se inclinó sobre el mapa y tocó ese mismo lugar con el bastón. De repente el ambiente se electrificó, la misma energía antigua que rodeaba la casa se introdujo en cada recoveco de la habitación. Un segundo más tarde fuimos tele-transportados.

  Cuando abrí los ojos me di cuenta que estábamos flotando en el aire, nuestro pequeño amigo volaba a la izquierda, guiándonos, mientras Olos me sujetaba con firmeza. Bastó con sentir la piel de gallina para saber que no debía mirar hacia abajo, o el viento frío sería la menor de mis preocupaciones.

No tardamos mucho tiempo en descender a la ciudad. Apenas mis pies tocaron el suelo, la sensación de vértigo que contuve durante todo el trayecto explotó y doblé mi cuerpo en dos, intentando no vomitar.

  Examiné el entorno, estábamos en el techo de la biblioteca más antigua de la ciudad, desde la altura podía vislumbrar la calle de doble mano. Me asomé al borde con cuidado, observé como los empleados cerraron la institución, luego bajaron la escalinata y subieron a sus respectivos autos o se fueron caminando.

  —¿Qué hacemos aquí? —pregunté, barajando las posibilidades—. Hay...

  —Seres sobrenaturales. Debemos llevarlos a la mansión —explicó, confirmando mi teoría—. Vamos.

  Con Winter como guía caminamos al otro lado del techo. Muy pronto lo oímos graznar y corrimos en su dirección, advertí que sobrevolaba alrededor de las gárgolas góticas que decoraban el edificio.

  —Buenas noches —saludó Olos—, ¿podrías salir de tu escondite?

  Una de las gárgolas reaccionó agitando sus alas, como si recién despertara de un sueño profundo, y abrió los ojos. La criatura poseía un color grisáceo, patas y cabeza de león, las susodichas alas eran de murciélago y el torso era humano.

La pensión de los olvidadosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora