Capítulo 3: Los huéspedes

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3. Los huéspedes

Las paredes de la mansión poseían dos colores distintos: verde olivo para el interior de las habitaciones y marrón claro para los pasillos. Los espacios comunes seguían esta gama solo que uno de los muros fue pintado de gris oscuro. Un aroma a incienso impregnaba todas las galerías y salas comunes, causando un efecto similar al de la niebla, solo que en vez de tratarse de una sensación de somnolencia transmitía paz y tranquilidad.

  Aun así la fragancia a tienda esotérica no desvanecía el misterio, el peligro o el silencio incómodo y pesado que reinaban sobre la mansión.

  En cualquier caso, Olos me condujo por las galerías del cuarto piso hasta llegar al segundo y se detuvo frente a una puerta con la placa "B10". En el trayecto chocamos con puntos de luz brillantes que apenas acortábamos la distancia adquirían su forma física y saludaban al anfitrión.

  —Son el servicio de limpieza de la casa —declaró—. Algunas almas deciden trabajar aquí, así obtienen la posibilidad de reencarnar en un contexto más beneficioso.

  Asentí mientras Olos tocaba la puerta con los nudillos. Esta se abrió con un chirrido y cuando escondido detrás de él, quise espiar el interior, no logré ver nada.

  —Entremos —ordenó.

  Atravesamos el umbral. Durante unos instantes todo a mí alrededor permanecía oscuro, no obstante conforme transcurrieron los segundos, mis ojos se acostumbraron a la falta de luz. Advertí que no estábamos en la típica habitación de hotel, sino en un amplio bosque: suelo de tierra y césped, arboles altos, un cielo nocturno repleto de estrellas, un claro y murmullos de búhos.

  —Gracias a la magia espacial, cada cuarto es único y se adapta a las necesidades de cada especie —informó el anfitrión. No fue necesario observarlo para saber que sonreía con suficiencia —. ¿Puedes adivinar a quién pertenece a este hábitat?

  —¿A una especie nocturna? —Tanteé.

  —Que ingenioso, tenías ser más específico —declaró entre risas—. Es aquí.

  Llegamos al claro que distinguí cuando cruzamos la puerta y caminamos hasta una estructura de piedra similar a una glorieta, que se alzaba a lo lejos. Además poseía un techo alto, circular, con amplias aberturas por donde corría una brisa fresca. Decidí esperar sentado en uno de los bancos de mármol.

  Muy pronto el interior del lugar se llenó tanto de figuras humanoides con alas de búhos de todos los tamaños y colores. Varios de ellos sobrevolaron en círculos alrededor de nosotros a la altura del techo, mientras, una chica se quitaba la capucha negra y se acercaba a Olos.

  —Oí que necesitan algo —saludó—. Estoy a su entera disposición.

  —Muchos de nuestros búhos más jóvenes necesitan ayuda para limpiar sus plumas y nos faltan manos. —La joven fue directo al grano, acompañándolo con un tono respetuoso hacía él.

  —Muy bien, enviaré a alguien enseguida —dijo mi jefe. Luego me miró por encima del hombro—. Tansha, quiero presentarte al nuevo mayordomo.

  Me incorporé casi de un salto, caminando hacia ello.

  —Buenas noches —incliné ligeramente la cabeza—, mi nombre es Dante.

  —Bienvenido Dante —saludó.

  De repente, uno de los búhos que sobrevolaban encima de nuestras cabezas posó sus garras en mi hombro. Aquello me tomó desprevenido, por lo que no pude evitar soltar un grito.

  —Le agradas a Winter. —Sonrió Tansha—. Pronto te acostumbrarás a la mansión.

  —Gracias por tus palabras —dijo Olos con un gesto de mano.

  —Muchas gracias...—murmuré con timidez.

  Winter voló hasta mi otro hombro, jugó con uno de mis dedos y luego regresó con la mujer búho. Siendo honesto no me desagradó porque es el ave nocturna favorita de mi hija mayor, recuerdo que de pequeña siempre se emocionaba al verlos en los documentales, así que mi interacción con Winter estuvo cargada de un aire nostálgico.

  En cualquier caso, nos despedimos de ellos y Olos me condujo de nuevo por la galería a otra habitación, la B18.

  —No te apartes de mí —ordenó en tono.

  —Está bien.

  Giró el picaporte y tragué saliva. Esta vez sentí la picazón del miedo y nerviosismo en la nuca gracias a la advertencia, pero al mismo tiempo tenía mucha curiosidad sobre lo que había detrás de esa puerta.

  Cuando entré, observé que el interior de la habitación de huéspedes adquirió la forma de un castillo de finales de la Edad Media. Donde cambiaron las antorchas, los candelabros con velas y tapices anticuados por luz eléctrica, tecnología de última generación y buen gusto para la decoración de interiores.

  —Disculpa mis modales y la pregunta de mal gusto, pero...—Olos giró su cuerpo hacia mí—, ¿cuál es tu grupo sanguíneo?

  —O- —dije temiendo lo peor.

  Unos murciélagos descendieron de las vigas del techo, se detuvieron un segundo frente a mí y luego se posaron en suelo. Al instante comenzaron a retorcerse en su sitio, transformándose poco a poco en humanos, al menos en apariencia.

  —Morgana, Adrien, oí que necesitan algo —saludó Olos —. Estoy a su entera disposición.

  Examiné a los dos vampiros. La "mujer" era alta, delgada, con un cabello corto rubio muy pulcro, mientras el "hombre" era un poco más bajo, con una contextura más gruesa pero estilizada y cabello castaño con rulos. Ambos poseían una piel pálida, la primera con ojos marrones mientras el segundo marcadamente pardos.

  Dentro del estereotipo de vampiros que las novelas góticas imprimieron en mi mente, ellos destacaron porque vestían ropa moderna. Por el rabillo del ojo atisbé diarios del día de hoy en una mesa e incluso una televisión.

  —Tenemos que salir a buscar sangre de animales para los niños y necesitamos que alguien los cuide durante el fin de semana —informó Adrien.

  —Vaya, que sorpresa. —Olos levantó las dos comisuras de los labios—. Creo que tengo la persona adecuada para el trabajo.

  Al instante los tres pares de ojos se posaron sobre mí. No pude evitar aclararme la garganta, cubriendo mi boca con un pañuelo.

  —Ah, tienes un nuevo mayordomo —Morgana olisqueó el aire—. Huele muy bien, de lo mejorcito que trajiste.

  —Es mi ayudante, no puedes comerlo —declaró el anfitrión—. No lo asustes en exceso, no quiero que fallezca por un infarto.

  —Lo siento, sólo quería ver su expresión —admitió la vampiresa en todo cantarín.

  Por fin logré respirar con normalidad de nuevo, tras confirmar que no amanecería con dos pequeños agujeros del tamaño de un alfiler en la nuca. Adrien me dedicó una mirada que mezclaba simpatía con burla, y de la vergüenza me oculté detrás de Olos.

  Fue entonces que cuatro murciélagos más pequeños bajaron de las vigas y me rodearon:

  —¿Es el nuevo mayordomo? ¿Es el nuevo mayordomo? —cantaron dos de ellos.

  —¡Huele muy bien!

  —No lo puedes comer, ¡es nuestra niñera!

  —Cierto, somos los primeros niños que ve, ¿cierto, cierto?

  Mi jefe me golpeó suavemente con el codo.

  —Sí, son los primeros —afirmé.

  —Es verdad pequeños, será su niñera. Su nombre Dante —secundó Adrien.

  En ese momento sentí que tal vez la posibilidad del infarto podía ocurrir. 

La pensión de los olvidadosWhere stories live. Discover now