Capítulo 9: Insomnio

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9. Insomnio

Desperté a mitad de la noche cubierto de sudor, con el pijama pegado al cuerpo como una segunda piel.

  Luego de darme una ducha, fui a la cocina a prepararme una bebida caliente. Al abrir la alacena encontré la bolsita de veneno que recibí de los niños al lado del té de manzanilla, la aparté, tomé la caja, encendí la hornalla y encima coloqué una pava con agua fría.

  A los pocos minutos, oí ese molesto sonido otra vez. La noche que regresé del cuarto de las sirenas, la respiración y los latidos del corazón de un dragón que vivía en el ala oeste resonó por todo el cuarto piso. Fue tal su fuerza que a veces cuando estornudaba las paredes vibraban ligeramente.

  Recuerdo que una de las mucamas trajo unos tapones para oídos y una bebida relajante por si no podía descansar por el ruido, lo cual agradecí porque perdí los que me regaló Olos. De todas maneras, las pesadillas que sufría de vez en cuando tampoco me dejaban dormir.

  Busqué un cuaderno y unos lápices en el dormitorio, después ocupé una de las sillas de la cocina. Bebí un sorbo de té antes de abrirlo y comencé a realizar algunos trazos en una hoja en blanco.

  Al poco tiempo volví a tachar el dibujo, no logré plasmar las facciones de Olos en el papel a pesar de internarlo varias veces. Incluso cuando cerré los ojos, su rostro y contextura física se desvanecían en mis recuerdos como agua entre los dedos a medida que transcurrían las horas.

  Entonces oí que alguien golpeaba la puerta con frenesí. Avancé a paso acelerado a la entrada mientras me limpiaba los dedos sucios de grafiti con un trapo. Cuando la abrí, me topé con varias de las almas que trabajan como servicio doméstico:

  —Dante, tenemos un problema —dijo William, un señor mayor, en tono apremiante.

  —¿Qué ocurrió?

  —Las pesadillas del ala oeste están causando problemas en el segundo piso —explicó Hestia.

  —¿Pesadillas? —repetí.

  —Son una clase de espíritus o fantasmas que se alimentan de las pesadillas que tienen los seres vivos de forma natural —respondió William.

  —¿No es un poco inofensivo para que habiten en el ala oeste? —cuestioné, todavía en el umbral de la puerta.

  —Normalmente lo son, pero hay una situación donde son muy peligrosas y pueden matar a alguien si se exceden —agregó.

  —¿Cuál?

  —Cuando las pesadillas... –

  —¡Señor Dante! —El padre de Jonás se aproximó a nosotros acompañado de otras criaturas sobrenaturales.

  —Sabemos que no debemos entrar aquí pero es una emergencia —declaró—. Las pesadillas están invadiendo el segundo piso.

  Si el libro de registro no se equivocaba, aquél grupo pertenecía a dicha planta: los hombres lobos, Flora la alquimista, brujas, muertos vivientes y distintas especies de bestias antropomórficas.

  Recordé la advertencia de Olos, sin embargo, pensé que no contempló un problema como este. Usé todas mis fuerzas para mantener los nervios en su sitio y la cabeza fría, giré el cuello en dirección al servicio doméstico, luego a las criaturas.

  —¿Alguien sabe por qué están enojados? —pregunté.

  —Los más jóvenes de su comunidad jugaban a las escondidas en su habitación cuando salieron del ala oeste —dijo Hestia.

La pensión de los olvidadosWhere stories live. Discover now