Capítulo 1: El anfitrión

22 0 0
                                    

1. El anfitrión

Una figura desconocida surgió de la tierra, agarrándome por la muñeca. Intenté huir pero una energía opresiva a la vez que magnética me detuvo y, cuando abrí la boca para gritar, la misteriosa criatura me interrumpió.

     —Te estaba esperando.

     La voz del desconocido era hipnótica, agradable y andrógina al oído; no encontré otras palabras para describirla. Apenas la oí no pude evitar levantar la mirada en su dirección, a tal punto que tardé varios segundos en reaccionar:

     —Soy Olos —se presentó.

      No realizaba ningún gesto teatral como esperarías de una criatura misteriosa y excéntrica, por el contrario, sus movimientos eran cortos pero ágiles. No desperdiciaba nada de tiempo o energía.

      —¿Olos? Perdón, no sé quién eres.

      —Es normal que no lo sepas, era un secreto. —Sonrió, mostrando unos dientes blancos perfectos—. Antes que lo preguntes, te traje con mis poderes, por eso no recuerdas como llegaste aquí.

     —¿Poderes? —repetí sin entender.

     Algo, la niebla, su voz o mi propia curiosidad, impidieron que huyera. La neblina comenzó a tornarse más densa, al mismo tiempo, sentía como esta me adormecía poco a poco, como si pretendiera ralentizar mi instinto de supervivencia.

     —Hace mucho tiempo, tu padre, Julius, hizo un trato conmigo —declaró en tono casual —. Él tendría un una vida sana y longeva, a cambio él trabajaría para mí, o en su defecto, uno de sus hijos. Y adivina...

     Cuando escuché sus palabras abrí los ojos de la sorpresa, sin embargo, a medida que reflexionaba sobre ello, todo adquirió sentido. Mi padre fue un hombre vicioso: jamás se privó de nada o se cuidó de la comida, el alcohol o el cigarrillo, e incluso a veces conducía a exceso de velocidad cuando quería llegar temprano a casa después de las fiestas. Con mis hermanos nos preguntábamos como alguien así podía gozar de salud porque cuando murió, fue de la edad, mientras dormía, en vez de por alguna enfermedad producida por los excesos.

     —Perdón, no aceptaré la deuda de mi padre —dije, haciendo a acopio de todo mi valor.

     —No tienes opción. Mira. —Olos señaló mi brazo.

     Cuando observé la zona donde me había tocado, la muñeca, encontré unas pequeñas líneas desordenadas. Froté la piel con mi otra mano, desesperado, sin embargo estas no se borraron aun utilizando todas mis fuerzas. Levanté la mirada nuevamente, y el demonio o espíritu de cabello negro, posó su dedo índice en mi frente y la sensación de somnolencia empeoró.

     No recuerdo que pasó después.

La pensión de los olvidadosWhere stories live. Discover now