Capítulo 4: Trabajando en solitario

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4. Trabajando en solitario

Reemplacé el café instantáneo por té de manzanilla.

  Cuando tomé asiento, volví a examinar la estancia: a mis espaldas estaba la puerta del dormitorio, en frente a unos metros de la mesa, la lámina de corcho donde aparecían las solicitudes. En el costado derecho había una cocina bien equipada junto a una pequeña isla, en el izquierdo la puerta del baño y en diagonal, en la misma pared que el tablón de corcho, la salida que daba al pasillo. Por si fuera poco, no sólo había un tragaluz, sino también un balcón con vista a los jardines internos de la casa.

  Antes de irse, Olos explicó que mi cuarto se encontraba en el final del cuarto piso mientras el quinto era un poco más pequeño, por lo que gracias a esa diferencia de metros se pudo construir un balcón y el tragaluz. El ala este de esta planta es del uso exclusivo de los empleados y la quinta, en su totalidad, es para el propio Olos.

  —"Creo que estaré aquí mucho tiempo" —pensé, y recordé a mi padre—. "¿Por qué tenías que hacer un contrato con tu alma? Alguien iba a tener que pagarlo..."

  No me disgusta mi jefe, francamente, si lo comparamos con un demonio malvado que esclaviza las almas humanas, es mucho mejor. Si olvido a las criaturas sobrenaturales y que terminé aquí contra mí voluntad, podría hacerse pasar por un empleo corriente para una familia adinerada o un hotel. Además, no sabía si mi familia se percató de mi ausencia, si llamaron a la policía o si Olos usó sus poderes para evitar sospechas. Deduje que la opción más factible era esta última.

  En cualquier caso regresé mi atención al tablón de corcho, caminé hasta él y divisé la placa con el número "B15". Mi primer trabajo en solitario es cuidar de esos niños vampiro durante el fin semana mientras sus padres salen a cazar.

  Cuando llegué a su habitación Adrien fue el primero en recibirme. El informó que sus hijos deben estar acostados a las 9 A.M y Morgana agregó que si no lograban dormir, los llevara a la biblioteca de la mansión y leyera un cuento en voz alta.

  —Bien, entonces con su permiso —caminé unos pasos al costado para que ambos pudieran salir, luego atravesé la puerta y me giré hacia ellos—. Me aseguraré de que se acuesten temprano.

  —Hola...niños.

  Al adentrarme al castillo, cuatro murciélagos volaron a mi alrededor antes de adquirir forma humana.

  —¡Señor Dante! ¡Señor Dante! Tenemos hambre.

  —¿Ves? Te dije que iba a venir.

  —Tú ganas.

  Los dos primeros niños eran mellizos de cabello negro como la noche, tenían mucha energía y eran los mismos que cantaron al unísono cuando los conocí por primera vez. El tercero era un niño alto idéntico a su madre y la cuarta poseía un cabello castaño que caía como cascada sobre su espalda.

  —Entonces, ¿dónde está cocina? —pregunté en tono amigable—. Seguro tienen mucha hambre.

  —Es por aquí —Los mellizos me tomaron de las manos, guiándome por varias habitaciones del castillo hasta llegar a la cocina—. Mi nombre es Jía, y él es Dion.

  —Yo soy Cadis —se presentó la niña rubia.

  —Y yo Karan —dijo el niño alto—. Somos los hermanos mayores.

  —Eso veo —comenté.

  Al igual que el resto del castillo, los electrodomésticos eran de última generación. Los pequeños señalaron una heladera, cuando la abrí advertí que predominaba la carne cruda, cajas de sangre (similares a las de leche) y hasta verduras rojas, lo que fue curioso. Al instante me mostraron donde se guardaba cada cosa, por lo que pronto empecé a cocinar mientras ellos se convertían en murciélagos y volaban a mi alrededor.

  La cena o almuerzo, fue carne cruda con tomate y un una botella de sangre de animal.

  —¿Vamos a la biblioteca? —pregunté, cuando advertí que todavía poseían mucha energía.

  —¡Sí!

  Me condujeron a paso acelerado por los pasillos de la mansión hasta llegar a la biblioteca, ubicada en un rincón apartado del segundo piso. Lo primero en lo que fijé la vista al atravesar la puerta principal, fue en las criaturas mitológicas antropomórficas que entraban y salían de allí; muchas de ellas me echaron un vistazo con interés pero al instante retomaron la lectura. Reconocí algunos miembros de la tribu búho, gacelas con cuernos de cristal (que caminaban con sus patas traseras mientras pasaban las páginas de sus libros con las delanteras), momias, sirenas, entre otros.

  Enseguida aparté mi atención de ellos por miedo a molestarlos y examiné la biblioteca. Todo el inmobiliario era de madera oscura, casi negra, con hendiduras en forma de arañazos que fueron cubiertas con un material cristalino de color verde musgo. Poseía cientos se estanterías que conformaban un laberinto extraño y donde en los espacios vacíos se colocaron algunas mesas. Los cuatro niños vampiros me arrastraron hasta el corazón de la estancia, luego caminamos hacia un rincón apartado, donde divisé una chimenea, un sillón de terciopelo verde, una alfombra en el suelo y un gran ventanal a la derecha.

  —Este es el sector de niños —dijo Jía.

  —El señor Olos nos contó que es el lugar más seguro de la casa —agregó Karan.

  —Hay gárgolas guardianes, pero no digas nada —susurró Dion luego de que agachara a su altura—, es un secreto.

  Cadis señaló las vigas del techo con los ojos en un gesto sutil y luego observó a sus hermanos correr a las estanterías.

  Dion fue el primero en volver con un tomo de los cuentos originales de los hermanos Grimm, hice una mueca con los labios y pensé si no era un poco fuerte para su edad, sin embargo recordé que estaba ante vampiros que comían carne cruda y bebían sangre. Jía fue la segunda en regresar, insistió en que me sentara en el sillón mientras sus hermanos se ubicaban en el la alfombra.

  Los cuatro decidieron que leyera "Hansel y Gretel"

La pensión de los olvidadosOnde histórias criam vida. Descubra agora