🚫 C A P Í T U L O 3 1 🚫

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Enarcó las cejas, muy sorprendida. Cuando se acercó y retiró el empaque, sus ojos se abrieron de par en par.

—¡¿Y esto?!

—Por si no lo sabías, ya que quizá tu amnesia no te ayuda, pero desde hace pocos años, se ha vuelto tradición que a las ferias de los pueblos las mujeres vayáis vestidas de flamencas.

Aunque su pérdida de memoria la hacía seguir fingiendo que desconocía aquello, claro que recordaba esa nueva tradición.

Hacía pocos años atrás, había querido acudir a la feria de Málaga con un hermoso vestido de flamenca, de no ser porque su marido se negó. Don Pedro, tan celoso y machista como era, argumentaba que dicha vestimenta solo provocaba miradas indebidas en los hombres. Desde ese día, cada vez que era temporada de feria en Málaga capital, contemplaba con envidia a las demás mujeres que, dichosas ellas, podían vestirse para la ocasión. Lo que nunca pensó, era que tan pronto le llegaría la oportunidad.

—Es... es hermoso —dijo boquiabierta y con la emoción a flor de piel.

Retiró el vestido del paquete, muy cuidadosamente, con ambas manos. Cuando lo alzó para colocarlo sobre ella y ver cómo le quedaría, no pudo menos que soltar una gran sonrisa.

—¿Me...? ¿Me queda bien? —añadió, expectante.

—Tienes que probártelo para opinar, pero así, colocado por encima, diría que te queda estupendo.

Con una mano, Catalina apoyó la parte de arriba sobre su pecho y, con la otra, sobre la cintura.

Se imaginó cómo le quedaría. Al voltear el rostro, se topó con la siempre cálida amorosa del doctor, pero ahora con un añadido más. El gesto en su rostro era de una adoración tal, que se confirmó que aquel vestido le quedaría perfecto, entallado, elegante. El momento por el que siempre había estado esperando, por fin le había llegado.

Quería hablar para agradecerle, para abrazarle, para quererle y decirle que, desde que había llegado a su vida, era más feliz, más viva, más complacida. Pero, la dicha que se respiraba en cada poro de su piel era de una inmensidad tal, que no podía expresar en palabras lo que sus lágrimas derramaban.

Preocupado, Lucas se acercó a ella de inmediato para luego formular:

—¿Por qué lloras? ¿Acaso no te gusta?

No le contestó. Seguía llorando sin parar.

—¿Acaso fue un atrevimiento de mi parte? Como ya te estoy cortejando, solo quería que te vieras bonita para la feria. Otras mujeres suelen llevar esto y...

Ella dejó el vestido a un costado y se lanzó hacia él, sin mediar palabra alguna. El leve toque de su piel, junto con su aroma, su calor y su amor terminaron por embriagarlo.

—¡Me encanta! Siempre quise vestir uno. —Hizo una pausa—. Gracias —solo atinó a decir al tiempo que sus lágrimas, de felicidad y de un agradecimiento sin igual, se mezclaban con su fina camisa.

—No hay de qué —dijo al tiempo que la acunó en sus brazos.

Permitió que ella en su pecho se desahogara al tiempo que él terminaba por curar su alma.

*******

—¡Bravo, bravo! —Se escuchaba en el ambiente.

Después de la presentación de las niñas cartameñas, el corazón lleno de orgullo no cabía dentro de su pecho. Solo halagos, vitores y aplausos eran el común denominador entre los invitados hacia la tarima de quienes estaban danzando.

La paciente prohibida [LIBRO 1] ✓Donde viven las historias. Descúbrelo ahora