―Debemos irnos ―dijo Damien rodeando la camilla, dirigiéndose al armario donde estaban guardados los abrigos. Se puso una campera de polar y me ayudó a ponerme un saco gris, desconectándome el suero. Me coloqué un pantalón y cambié mi camiseta de pijama por otra que había traído Damien en el tiempo que dormía. No tenía ni idea de hace cuanto estaba internada, o de dónde se encontraba mi familia. ¿Habrían regresado?

Aún no tuve la oportunidad de poder cuestionárselo a Damien. Pronto lo haría.

Lo observé abrir la ventana, que se encontraba a ocho pisos de altura. Me extendió una mano para comenzar a escalar hacia el techo del hospital. La tomé sin rodeos, sin pensar en las consecuencias que esto podría traer. ¿Acaso sería la última vez que vería a la madre de Joseph? ¿O la última vez que pisaría una habitación de este hospital?

Miré sobre mi hombro cómo abrían la puerta de una patada. Escuché un disparo seco, seguido del sonido de un cuerpo caer al suelo. Una oleada de elementos de la habitación volaron de un lado a otro. No había vuelta atrás. No podía bajar la guardia.

Así que seguí a Damien.

(...)

Con un jadeo terminé de subir las escaleras. En la terraza el viento parecía amenazar con lanzarnos al suelo. Gotas heladas de llovizna chocaban contra mi rostro al igual que mi cabello suelto. Alcé la cabeza mirando el cielo cubierto de nubes con distintos tonos de grises.

Me agaché al divisar una de las camionetas negras acercarse al edificio. Observé cómo bajaban aproximadamente diez hombres de ella y sentí el corazón en la garganta. Desde aquí arriba teníamos un buen ángulo de la ciudad, ya que al ser una zona con muchísimas elevaciones de terreno y el hospital quedaba en una de ellas, resultaba más fácil ver todo desde la terraza.

Apreté con fuerza el antebrazo de Damien sintiendo cómo su cuerpo se tensaba bajo mi tacto. Una bomba cayó a pocos metros de donde nos encontrábamos y alcé la mirada, casi por casualidad; chocando mis ojos con los de mi compañero. El edificio tembló bajo nuestros pies. La ciudad estaba siendo bombardeada.

El edificio vecino al hospital era una torre empresarial de la misma altura. Se distanciaban por cinco o seis metros. Como si nos comunicáramos telepáticamente, nuestras miradas se dirigieron a unas escaleras abandonadas y sin uso de hace aproximadamente diez años.

―¿Estás lista? ―preguntó el castaño provocando que su voz gruesa y imperceptiblemente temblorosa hiciera eco en mi cabeza. Una película parecía proyectarse en mi mente desde que escuché esas dos palabras salir de su boca, como si estuviese viviendo toda mi vida una segunda vez. Recordé a mis padres discutir en la sala mientras yo, siendo una niña de corta edad, me asomaba desde lo alto de las escaleras para ver cómo papá se le aproximaba a su esposa; casi gritándole en la cara.

La primera prueba fisiológica que había tenido en mi vida no fue cuando escuché la voz de Damien en lo alto de una montaña. Sucedió una tarde en la que mamá había salido a hacerse estudios en el Hospital Tucson. Yo opté por quedarme viendo una película en el sofá, sola. Estaba acostumbrada a quedarme sin nadie que me cuidara mientras mis padres estaban ausentes. Pero ese día, papá quiso sobresalir. Abrió la puerta de entrada de una patada, completamente ebrio. Sin duda alguna, aquello se convirtió en su vicio en menos de un mes.

Keyra, ven aquí ―masculló tomándome del antebrazo. Me rehusé a llevarle el apunte. Era muy precavida. Sabía el peligro que podría llegar a ser mi padre estando ebrio. Negué con la cabeza―. No me hagas enfadar, niña estúpida.

Me alzó en sus brazos pero me resistí. Mordí su brazo logrando que gimiera de dolor. Observé cómo daba pasos en retroceso, al borde de caer; tomando como sostén las cortinas de las ventanas en un vano intento. Cayó lentamente, dándose la parte trasera baja de su cabeza contra el borde de la mesa de café.

Pero había sido un sueño. Al despertarme, me incorporé rápidamente en el sillón, cayendo en la cuenta que eran plenas horas de la tarde y que el sol estaba en medio del cielo. La televisión estaba apagada, aunque algo de ella había llamado mi atención: una figura masculina parada a mis espaldas, la cual se esfumó en cuanto di la vuelta.

La cabeza me dio una punzada.

―Keyra, ¿estás bien? ―preguntó Damien.

Las pesadillas en relación a mi Atrapasueños regresaron. Las diferentes voces y discursos que Damien recitaba a la hora de introducirse en mis sueños resonaban una sobre otra. Apreté los ojos con fuerza. Mis gritos o los de las personas que fueron muriendo a lo largo de mi vida, por causa de los científicos.

Corrí apartándome del joven. Su torso desnudo parecía ser un campo de atracción visual. No iba a permitir que aquello me asesinara. Corre, Keyra. Corre.

Otra punzada.

―Escúchame. ―acunó mi rostro entre sus manos. Buscaba que mis ojos se posaran en los suyos. Quería hacerlo. Quería sumergirme en el azul de ellos. Pero no podía.

Destrozo lo que toco. Mis pies avanzan pero mi mente no. La tierra se desmorona después de mis pisadas. Los recuerdos caen junto a ella, perdiéndose... para siempre.

Gemí del dolor, apartándome del tacto de Damien. Quemaba. Me quemaba el roce de sus dedos en mi piel.

―¡Keyra! ¡Sólo ignora las visiones! ¡Corre, Keyra! ―gritó mi compañero con la voz entrecortada― Por favor, Keyra. No me dejes aquí.

Una pisada en falso. La tierra ya no caía por el precipicio. Quien ahora lo hacía, era yo. Nada podía sostenerme.

¡Tomaron el control de tu mente! Debes correr, debes alejarte o te matarán, ¿entiendes? Las visiones son muy fuertes para ti. ¡Keyra, escúchame! ―no respondí. Sentí que Damien me alzaba en sus brazos y comenzaba a correr intentando saltar al edificio vecino.

Un disparo y tres pasos.

―¡Deténganse ahora mismo! ―gritaron a nuestras espaldas. Miré sobre el hombro de Damien. Estábamos en la mira de todos. Un helicóptero sobre nosotros, y más agentes de la ICF en el angosto pasillo bajo las escaleras antiguas.

Dejé de sostenerme del cuello de Damien, mientras su agarre se deslizaba por mi cintura. Estaba dándome por vencida. Podía ver mi muerte, podía imaginarme caer, renunciándolo todo. Aunque una fuerte mano me hizo reaccionar. Damien no me había dejado caer.

Estaba en el otro extremo. Ya habíamos saltado. Corría por mi vida, ahora sí; con la mente puesta en mi escape de las personas que me prohibieron muchísimas cosas... sin mi consentimiento.





El atrapasueños.Tahanan ng mga kuwento. Tumuklas ngayon