The Edge

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Había tenido una buena infancia, llena de lujos, llena de todo aquello que deseaba. Había estudiado en las mejores escuelas de la ciudad, una educación excelente, un promedio casi perfecto.

Familia perfecta, educación perfecta, una pequeña con grandes problemas y nadie podía darse cuenta de ello.

Había pisado las oficinas de todos los psicólogos de mis escuelas desde los ocho años, todos ellos sólo decían que tenía un grave problema de concentración y muy poca necesidad de socializar con la gente, fue hasta mi edad de dieciséis cuando por fin una de mis psicólogas dio el veredicto final:

"Síndrome de Asperger."

"Edad mental cinco años menor a la que tiene."

"Eso nunca se cura."

Y con esas tres oraciones, todo tuvo sentido en mi vida. ¿Por qué puedo recordar el cumpleaños y los números telefónicos de todos? ¿Por qué he sido increíblemente talentosa con los juegos que conllevan agrupaciones numéricas o con las fechas importantes en la historia del país? ¿Por qué jamás había podido poner atención a la gente cuando habla o por qué no he podía verlos a la cara? ¿Por qué sólo he sido capaz de tener dos amigos en toda mi vida? ¿Por qué siempre supe que algo estaba mal en mi cerebro? No conocía a nadie que razonara como yo, a nadie que intentará descubrir como se llamaba el inventor de la rueda, o cómo se le ocurrió a alguien inventar las duchas. No había conocido a nadie como yo, que entre menos atención pusiera en clases, más aprendía, más conocía. Alguien que se entretenía viendo lo movimientos del agua en la piscina olímpica en la que entrenaba.

Yo y sólo yo, una vez más, tenía que ser yo la vergüenza de mamá. La que siempre tenía quejas por no ser obediente, la que siempre llegaba a casa con nuevas cortadas porque pasaba sus periodos libres escondida arriba de los árboles. Yo y sólo yo, la que había cortado a sus novios porque intentaban besarla, la que había intervenido en una pelea por defender a un amigo y casi la expulsaban de la escuela sólo por empujar a una persona. Yo y sólo yo, la vergüenza de mamá, la que no quería seguir sus pasos, la que no quería estudiar una carrera real, la que tenía miles de historias escritas en sus cuadernos de la escuela, la que quería ser escritora, la que quería ser guionista de cine. Sólo yo, quién siempre rompía los vasos, los platos, la vajilla importante de mamá, la que siempre rompía cuadros y adornos en casa, focos, pisos, espejos. Sólo yo, la que había tenido que ir a emergencias en dos ocasiones por culpa de sus riñones mal funcionales, la que tenía miles de probabilidades de ser diabética, sólo yo. La distraída, la antisocial, la enfermiza, la enojona... La vergüenza de mamá.

La universidad no había sido tan difícil después de conocer lo que pasaba con mi cerebro, sólo tenía que adaptarme a mis compañeros, a mis clases, porque es lo que hago, me adapto. Sólo una persona en ese lugar había ganado mi confianza para saber lo que ocurría con mi cerebro, sólo uno se había mantenido atento a mis acciones para ayudarme cuando lo necesitara, cuando alguna palabra ostentosa dicha por algún profesor confundiera aún más mi entendimiento, y en el mundo del cine, siempre hay miles de palabras fuera de mi razonamiento. Sólo Jacob se había quedado ahí para ayudarme con todo aquello, para ser mi compañero de bromas, mi compañero de escapadas de la escuela, mi compañero de conciertos, de cantos... Él único chico que había entrado a mi vida para quedarse siempre.

Y hubo una chica.

Sabía de mi preferencia sexual desde que tenía diez años de edad y Stephanie apareció en mi vida con su aroma a downy y su perfecta sonrisa, pero había pasado mi adolescencia negándomelo, incluso cuando supe que me gustaba mi mejor amiga a los catorce años, e incluso cuando me beso una chica por primera ocasión a los quince años, Erika. También me lo había negado después de terminar con mi segundo novio por sus intentos de besarme, tiempo récord tres meses (¿o fueron cuatro?) pero tenía dieciocho años cuando la conocí a ella. Cat. No duró, tiempo récord cinco meses, veintiocho días, dos horas.

Me engañó.

Pero jamás había creído que gracias a esa chica, mi vida iba a dar un giro, jamás imagine lo que iba a suceder. Jamás creí que "la chica Asperger" tuviera más pruebas que afrontar.

Jamás creí que yo, Camila Cabello, iba a tener un poquito de felicidad, tal vez.

The Edge (CAMREN)Hikayelerin yaşadığı yer. Şimdi keşfedin