Prefacio

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Selene tenía toda la ropa llena de sangre.

Su látigo se había partido a la mitad, y ambos pedazos temblaban entre sus dedos. Su cabello, enredado entre trenzas rubias que le envolvían la cabeza igual que una corona, tenía una larga mancha de sangre que caía por sus hombros. Gota a gota, el líquido empapaba sus hombreras de cuero y parte de su chaleco.

Frente a ella, una criatura se removía entre sus últimos suspiros. Las profundas heridas en su cuerpo habían sido causadas por el látigo, y la sangre, más oscura que la de los humanos, surgía a borbotones a través de la carne abierta.

El cielo nocturno, oculto tras densas nubes grises, dejaba caer copos delicados de nieve blanca como el algodón. La ciudad se movía, con vida propia, a sus alrededores, pero nadie parecía estar preocupado por lo que sucedía en aquel callejón.

La criatura rugió, tratando de defenderse, pero no lo hizo. No podía.

Detrás de Selene, un sequito de cuatro personas miraban la escena. Todos tenían los rostros cubiertos por mascaras oscuras y gruesas, vestían prendas oscuras e iban completamente armados.

La criatura trato de rugir, pero lo que surgió de su extraña boca fue un gemido gutural torturado. Selene ni siquiera parpadeo, se inclinó hacia adelante y, usando uno de los extremos del látigo, golpeo su rostro.

El rugió, adolorido, y ya sin fuerzas, se desplomo sobre el duro suelo de piedra. La sangre manchaba la nieve a su alrededor, creando una imagen tenebrosa que habría asustado a cualquiera.

—No lo haremos...—susurro, con todas las fuerzas que podía reunir—... Nunca podríamos... Es un asesino... Un traidor... Me ha engañado... Y aún está engañándolos a todos... incluso a ti, cazadora...

—¿Cazadora? —susurro Selene, curiosa. Su tono se volvió sombrío. Con sorna, ella se bajó una de las hombreras para enseñar su hombro derecho, que, desnudo, no tenía ni una sola mancha. La criatura abrió los ojos con sorpresa.

—Eres... Eres...una hu...

Selene levanto el látigo y cruzo su cuello con el usando fuerza extrema. La criatura apenas pudo emitir un simple jadeo antes de que su cabeza, de donde surgían dos enormes cuernos, rodara por la nieve. Todo se llenó de fluidos oscuros malolientes.

—...Humana. — susurro ella, exhalando un vaho de aliento helado. Sus ojos negros brillaron. —Recójanlo.

Se alejo del lugar dando largas zancadas, y se quitó los guantes llenos de sangre oscura. Las personas recogieron el cuerpo con sumo cuidado y lo empaquetaron en bolsas negras de gran tamaño. También juntaron la nieve llena de sangre y la apartaron en bolsas diferentes. Selene observo todo a la distancia. Para cuando terminaron, parecía que allí no había sucedido nada.

Al ver que el trabajo estaba terminado, Selene encabezo el grupo hacia la calle. Dio una mirada rápida, y espero la señal de su vigía- un francotirador que la resguardaba desde uno de los edificios más lejanos-.

Vio la señal, una luz roja intermitente, y llamo con la mano su conductor. Una enorme camioneta negra se estaciono frente al callejón, y un par de hombres, usando las mismas mascaras en sus rostros, bajaron de él.

Selene subió a la camioneta, y se quedó muy quieta, escuchando como subían las enormes bolsas que cargaban el cadáver a la parte trasera.

Condujeron a través de la ciudad durante veinte minutos, y, luego de muchas vueltas, llegaron a una amplia calle oscura.

Allí, al final, estaba ese enorme edificio de casi diez pisos que apenas dejaba salir pequeños halos de luz por las ventanas.

La gente solía evitarlo, pero se sabía que era una especie de club privado. Los edificios que lo rodeaban estaban llenos de mercaderes y vendedores, y todos solían comentar acerca del extraño edificio erigido justo al final de la calle.

Lycans III: ApoteosisWhere stories live. Discover now