•XVIII•

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Las aves empezaban a cantar y el sol era suave pero más cálido que el día anterior. El cielo era celeste puro y estaba despejado. Las gotas de agua que habían quedado atrapadas en las hojas de los árboles bajaban poco a poco. Refugiado bajo uno de esos antes mencionados árboles, Alvin se había quedado dormido, aún aferrándose a Riki.

Pronto despertó. Encandilado por el sol, se hizo sombra en los ojos vagamente con su mano. Se quedó apoyado contra el tronco unos segundos en lo que se despabilada. Después, respiró profundo y miró a Riki, preparándose para lo peor.

Pero sin embargo no fue así, aparentaba seguir igual que el día anterior (Aunque honestamente no sabía si eso era algo bueno o malo)

—Ay, Riki...—Suspiró Alvin, apoyándose en su pecho para sentir sus latidos y su apenas existente respiración—¿Por qué la gente siempre se da cuenta de que tiene algo que decir, solo cuando está en este tipo de situaciones?...¿Será muy estúpido de mi parte decirlo ahora? Ni sé si me escuchas...

Alvin dejó de hablar y se enderezó con sorpresa cuando su amigo se movió ligeramente. Sintió alivio al ver que Riki fruncía el entrecejo, tratando de acostumbrarse a la luz. Sus miradas se cruzaron y Alvin esbozó una leve sonrisa. El más alto habló con un débil hilo de voz:

—Alvin...

—¿Q-qué...?—Le contestó el con un montón de emociones encontrándose en un solo lugar.

—Yo también quiero...Que sepas algo—Empezó, pero Pintos no lo dejó terminar.

—Eh...No ¿Sabes qué? D-decime después mejor, por favor—Le rogó—Ahora no hagas nada, ni hables ¿Sí?—Riki se mostró un poco frustrado ¿Tan importante era?—¿Me prometés que vas a descansar hasta que te mejores?

—Bueno...Pero-

—Riki. Te lo digo en serio—Entonces, Alvin se sintió un poco mal, pues el otro le puso mala cara— Eh, está bien ¿Qué me querías decir?

—Te la voy a hacer corta...Jej...Para que dejes de lloriquear—Qué cosas, ni siquiera estando medio moribundo cambiaba su actitud. Eso era lo que decía Pintos para sus adentros—Eh...Qué...Uh...Qué agradable forma de amanecer es esta...

—No tengo interés en saber qué significa eso—Admitió el de menor estatura.

En el establecimiento de los Marrero, en la habitación de Santiago, él y Yara se habían puesto a pasar el rato haciendo algo que ambos amaban: música. El chico tocaba cálidas notas en su piano y Yara lo acompañaba en la guitarra con notas igual de hermosas. Era una forma muy bonita de conectar que se arrepentían de no haber probado antes.
Al terminar, Marrero anunció:

—Mi viejo ya debe andar por ahí...Voy a decirle de—Titubeó—Eso ¿Te molesta esperar un poco?

—No—Le contestó Yara—Vos hacé todo lo que tengas que hacer, después de todo me estás ayudando.

—Te quiero, linda—Expresó él con mucha timidez encima, y acto seguido, tomó valor para darle un beso en la frente.

—Hm, yo igual, te quiero—La de piel morena le sonrió.

Marrero salió de la habitación y bajó las escaleras en busca de su padre, a quien encontró hablando con dos de sus empleados, ya los conocía, eran de lo más chupa-medias. Seres despreciables, le incomodaba un poco su presencia, pero era ahora o nunca.

—Disculpe—Le habló a su padre con respeto, esperando que eso alivianara todo, pero este al verlo lo interrumpió.

—¡¿Santiago, qué te pasó en la cara?!—Se acercó junto a sus dos empleados, que más que empleados habría que llamarles guardianes(?) Los tres tenían demasiadas preguntas.

—No es nada, tuve una pelea con alguien pero—Volvió a ser interrumpido.

—¿Sí sabés que Flora te quería ver? Iba a ser tu oportunidad para conseguir una esposa. Ahora con ese aspecto ¿Qué vas a hacer? Qué vergüenza vamos a pasar ¿Y siquiera agarraron al gaucho ese?

—Ver a Flora no va a ser necesario—Trató de explicar, evitando el tema del gaucho—Ya elegí una esposa.

—¿Qué?...¿Quien te va a querer? Sos un impresentable, Santiago.

—Eh...Yara, es una paisana que conocí hace poco, quería que la conocieras, así que la traje conmigo—Sonrió nervioso.

—¿Una paisana?

—Este...Sí.

—¿Y está acá?

—Sí...Quiero que nos casemos cuanto antes.

—Sabés que una paisana no es digna de esta familia—Empezó el representante de los Marrero, fríamente. Entonces miró a sus guardianes—Busquenla y ya saben qué hacer. No la quiero en mi casa a esa trepadora.

Su hijo, sintió un nudo en la garganta y parecía como si el alma se le cayera. Se sintió ingenuo al creer que un plan así iba a tener éxito. Y sabía que por más que insistiera, ya no podía hacer mucho. Pero aún podía correr a avisar a Yara para que huyera.

Mientras tanto, en ese mismo momento pero en otra parte de Tajo, Cano vagaba por la ciudad, sin acordarse nada de la noche anterior y con un terrible malestar. No podía esperar a llegar a su rancho para dormir por una semana. Pasaba por en frente de un callejón cuando vio por el rabillo del ojo que había un caballo parado ahí y le pareció raro (Aunque en Tajo eso es de lo menos raro que puede haber) 

Miró al costado para después ir con prisa hasta el dueño del animal, se trataba de Tavella.

—¡Bo! ¿Estás bien?

—No—Le dijo en un tono monótono—Andate.

—Uy, perdoná—Gruñó Cano con cansancio—¿Serías tan amable de decirme qué pasa? Te ayudo, dale, necesito limpiar mi conciencia.

—No.

—¿Por?—Ladeó la cabeza.

—No te incumbe, rajá de acá, pedazo de cretino.

—Sí soy...Ehm, como quieras...Pero vuelvo en un rato, eh ¿Vas a querer whisky?

—Bueno.

•Bandido• (Cuarteto De Nos) [Sin Editar]Where stories live. Discover now