A mi oído, en mi entorno, pude notar levemente un murmullo, imperceptible, inaudible siendo que venía de todos lados, a la vez que de ninguno.

Recargué nuevamente, dando unos pasos hacia atrás, esta vez dirigiéndome a la puerta, tomando el pomo e intentando abrir la puerta, amenazando con otro disparo al abismal quien no se contuvo, y en poco tiempo trató de atacar asestando un tajo mortal, en respuesta disparé, haciendo que el retroceso del arma terminara por sacarme de la casa.

Rodé hasta terminar en la entrada, mientras que el monstruo ni se inmutó ante aquel disparo.

Recargué. Se había atorado, quedaban aún balas, pero era incapaz de desencajar el casquillo para poder disparar nuevamente.

—Mierda— Esbocé furiosamente.

Quería asesinarlo, acabar con su vida, si es que eso era algo vivo. No quería morir.

Ahora fuera, veía todo ridículamente cambiado, tenía en mismo énfasis que dentro de la casa, quedé anonadado al ver mi entorno, el cielo, carente de mucha luz, se teñía de un leve color carmesí, no había luna, era incapaz de iluminar el cielo por el que me encontraba, todo era más mórbido y oscuro.

Como antes había visto, las calles se mostraban grotescamente, como si estas quisieran atormentarme, estaba harto de todo esto, sentía un profundo dolor de cabeza, parpadeé, viendo ahora como la entrada de mi casa estaba decorada de cadáveres tiesos y fríos, descompuestos a más no poder, cuya sangre teñía suelo y paredes.

No pude evitar espantarme, temblar, retirarme estrepitosamente y gritar conmocionado.

Tras la puerta, solo pude divisar como aquella pesadilla acercó su mano, que ahora podía mostrar retazos, como compuesta en varias partes, levantando un dedo, y callándome con un gesto.

Dejé de gritar.

No me podía escuchar, mientras más intentaba dar un aliento, vociferar, hacerme escuchar, más dolía.

Escuché sus cadenas, agitarse nuevamente.

Intenté huir como pude, corriendo entre las calles, infestadas de aquella peste característica, los pasos eran más difíciles, mientras me alejaba, sentía que volvía levemente mi realidad, eran meros flashes, destellos que vislumbraban mi mirar.

Escuchaba sus cadenas, golpes fuertes del metal oxidado contra el suelo, me perseguía, me sentía cansado, agotado.

—¿Qué haces?

Escuchaba voces sin una boca que las profesara.

—No habrá otro día.

¿De dónde veían estas voces?

—Deberías morir.

¿Acaso venían de mi cabeza?

Quería que se detuvieran, quería pensar libre nuevamente, quería vivir, quería seguir, no podía morir.

Una mano me tocó al hombro. Sobre exaltado volteé y tomé el cuchillo, apunté hacia él, siendo tan solo un hombre asustado que llamó mi atención.

—Oye ¿Estás bien? ¿Te ocurre algo? —Escuché una voz cantarina, amable.

Era un hombre mayor, notaba su anillo de casado, sus ojeras y una identificación "Moreau". Estaba conmocionado al verme así, aun así, trataba de ayudarme como podía, tenía una mirada noble.

Sentía que debía mantener mi paso, seguir corriendo, pero en vez de eso quise pedir ayuda, me sentía seguro, pero no estaba seguro de si tomaría en cuenta lo que diría.

AcluofobiaWhere stories live. Discover now