Celebraciones

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Era un día maravilloso

Me sentí espléndido aquel día, me desperté temprano y salí lo más temprano que pude, percibí el olor del azúcar, de las palomitas y demás, en mi camino me cruzaba con gente sonriente, eufórica y expectante para por fin llegar al festival, me encontré con todos al llegar, Chloe y Damián quienes esperaban en una banca, mientras que por otro lado estaba Henry quien traía casi a regañadientes a Víctor, insistiendo que se divirtiera ahora que estaba más calmado.

Me encantaba este lugar, había mucho por probar mucho por comer y mucho que hacer, era imposible no divertirme, incluso mi padre lo hacía, veía que contaba chistes a lo lejos con Eugen y otros compañeros de trabajo.

Al final del día, todos acordábamos al ir a mi casa, compramos unas cuantas cosas y arreglamos la sala para estar más cómodos, bromeábamos, conversábamos y veíamos películas, no me preocupaba de nada, no me angustiaba en lo absoluto, me sentía aliviado, me sentía feliz.

5:00 pm

Desperté confundido, desorientado en el sofá, tenía encendida la televisión y aún tenía aquel cuchillo en mis manos. Ni siquiera me había preocupado por ir a trabajar ¿Qué sentido podría tener en verdad?

Puse mi mano en mi nuca, rozando algo en mi cuello, una costra del corte proferido la anterior noche.

¿Qué había soñado? No lo recordaba, pero por alguna razón sentía nostalgia.

Era inconsciente de aquello que me afligía, que tanto me agobiaba y dolía. He vivido toda esta vida, sin saber que los traumas han tomado el control de mi vida. No me queda mucho, aquella figura cada vez está más cerca, la siento acechándome, no podré estar mucho más así. Esta será mi último día, el preludio a mi deceso.

¡¿En qué maldito punto de mi vida?! Pasé de ser aquel niño que recordaba, soñador, ávido e imaginativo el cual todos elogiaban ¡A ser la persona que soy ahora! Tras el reflejo de mi espejo, tan solo lucía alguien de aspecto fatal, una mirada hastiada, perdida, para nada lucía como lo imaginaba, como me concebía a mi mismo hace unos años. Juraría que, si me viese a mí mismo justo ahora, no habría admiración, no habría ilusión, solo una profunda decepción.

Estaba cansado, pero no toleraba seguir aquí, así que tomé una pastilla, no puedo explicar cómo, pero esas meras cápsulas, me ayudaban en cierto modo a sobrellevar mejor todo, era adictivo, sentirme más tranquilo, más alegre, y era hasta un tanto cautivador, me ayudaban a salir y sobrellevar todo. Aunque en realidad, no estaba consciente de ello, tampoco lo llegaría a concebir, pero este era, tan solo el preludio del fin, de la noche que quedó grabada en mi memoria, y tan solo era lo que más quería olvidar.

Todo afuera, lo que sentía tan solo pasar el portón de la puerta, era sumamente cálido, un extraño sentimiento familiar, que me decía que todo iría bien, que todo sería perfecto, percibiendo una variedad de olores en mi camino, sonidos melódicos, cantares infantiles y risas cantarinas, y eso tan solo en la entrada.

Algo me decía, que sería un gran día, aun si todo indicara lo contrario.

—¡Crawford! ¿Todo está bien? —Preguntó en un cordial y sentimental saludo Eugen, quien me veía sentado en una banca.

—Sí, si lo está, por supuesto. Es un muy bonito festival.

—Gracias. ¿Has hablado con tu padre? —Me invitó a sentarme.

—No mucho la verdad, aunque sí que hemos hablado.

—Desde que murió mi hija, no he hecho nada más que pensar en ella, en cómo le encantaba alegrar a todos, aun si no los conociera —Su voz se tornó en una trémula, cuanta diferencia hacía cuando se trataba de su hija.

AcluofobiaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora