Estuve un tiempo, tratando de tranquilizarme, tratando de afrontar lo que acontecía, lo que sabía que tarde o temprano, iba a suceder.

Me costó admitirlo, pero me inquietaba la noche, las cuales las sentía más largas, más silenciosas, pero turbulentas, eso aún sin contar mi padre ya no estaba, lo que, en cierta forma, me recuerda a algo oscuro, haciéndome entender que me atormenta la soledad de la oscuridad.

Perdí el hilo de mi pensar nuevamente, vagaba en ideas sin relación alguna ¿pasaría así, los últimos momentos de mi existencia?

Que patético.

Agitaba mi cabello enredado con minucia y ansia, mordía mi labio con desespero, gimoteaba en mi más inmenso desespero.

Tomé del mesón el frasco con pastillas, parecía algo inútil, pero aseguraba que eso me sosegaba.

Toc, toc, toc

Maldición.

Escuché golpes en mi puerta, dudé unos segundos si en verdad debería contestar, vi mi teléfono y observé que Chloe no había visto mis mensajes, una opción menos.

TOC, TOC, TOC

Golpeó de nuevo, esta vez con más fuerza, tomé un cuchillo guardado, el cuchillo de caza, me acerqué cautamente a la puerta de la mesa, no había ventana que me pudiese auxiliar, ni un ojo tras la puerta con el que me pudiera apoyar. Pregunté quién estaba tras la puerta, pasaron unos segundos en silencio pese a ello no escuchaba respuesta alguna, un poco más exaltado volví a preguntar con más fuerza.

Llegué a escuchar una voz, una voz amable y apacible que me respondía desde el otro lado "¿Acaso no conoces a tu mejor amigo?"

Sentí un enorme alivio al escuchar su voz, tan reconfortante como siempre había sido.

Guardé mi cuchillo y abrí la puerta, en definitiva, era Henry, con un ánimo más calmo, ya no tan taciturno, con todo lo acontecido, en mi confusión, delirios y desesperos no hice otra cosa que abrazarlo en la entrada.

Han pasado días desde la última vez que había interactuado con él, la última vez como he de recordar, estaba en un estado pésimo, no parecía para nada ser el mismo y aunque, no era lo mismo que rememoraba de mi amigo, tampoco era aquella figura en un borde preocupante, esta vez, parecía exhausto, pero tan solo en cierta forma, no estaba animado, pero tampoco era cortante.

Era extraño. Pero ansiaba conversar con él, una última vez, antes de ser consumido irremediablemente en el abismo.

Le invité a pasar, obviamente aceptó, nos acomodamos en la mesa de la sala, y conversamos un tiempo, iba de un tono normal, típico incluso, como si repitiera una conversación anterior con él, pese a los tropiezos que este hacía, lo comprendía e incluso me acostumbraba poco a poco. Sin duda, podría asemejarse al de siempre y recordar levemente cómo era antes.

Me repasó sus días, los exponía con nostalgia y poco ánimo, hasta prácticamente indiferente, teniendo en cuenta que lo que decía, hacía referencia directa a que todo se le iba a la mierda, sin embargo, ahí estaba, relatándolo como si no fuera nada, como si fuera algo normal.

8:30 pm

Pasaba el tiempo, y cada vez me sentía más angustiado, en cualquier momento, podría aparecer aquella aberración, no la quería con Henry aquí. Corté de inmediato, cambiando de tema, había algo que tenía que contarle.

—Hablé con tus padres.

En verdad, no me iría de la mejor manera de no acabar con esto, con ver la expresión de Henry al momento de decirle, que por fin era libre, tal y como lo había prometido.

—Les dije todo, absolutamente todo, todo lo que decías, todo lo que sentías, todo lo que sufrías, todo aquello que te guardaste por años, eso que tanto miedo te daba, que te impedía alzar la voz, que te dejó un nudo en la garganta, todo eso se los dije, en tu nombre, por fin eres libre.

Ya podría ver la expresión de él, casi cayendo en llanto de la alegría, sonriendo honestamente.

—Ah, ¿En serio? Está bien.

Alegó con un gesto completamente indiferente, como si aquello que había dicho no le importara en lo absoluto.

No lo he explicado antes, quizá porque mi paranoia se extendía más que tan solo mis delirios, pero ahora era claro, notaba algo extraño, inusual, era inquietante.

Me hacía sentir un tanto psicótico, o inseguro, todo este tiempo hablábamos con una naturalidad plástica, fingida, cada tropiezo lo delataba.

Ni siquiera miré sus ojos.

Necesité, tan solo unos segundos para saber que mi paranoia estaba en lo correcto, pues al verle a los ojos, pude notar una expresión vacía, carente de pupilas, solo un iris pálido, vacía, como órbitas abismales.  

AcluofobiaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora