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Terim sintió un poco de miedo.
Si era un animal no podría hacer nada.
Dio la vuelta con lentitud.
Y quedo...maravillada.
Era un caballo, y era...monstruoso, precioso, era como el doble del tamaño de un caballo promedio.
Cerca de tres metros y medio.
Tardo, pero logro reconocerlo, nadie podría olvidar algo como lo era aquella monstruosidad.
Su padre tenía una pintura de uno de esos en su estudio, recordó la vez que le contó la historia de su creación.
Salieron de los peores sentimientos de la madre naturaleza.
Seres imparables, sedientos de sangre, guerreros, dueños de las tierras por derecho, podían matar a 40 hombres sin ningún daño si así lo quisieras.
Pezuñacuernos.
Podría estar asustada, pero se sentía extasiada.
El pezuñacuerno no se movía, se mantenía firme ante ella.
Terim saco con cuidado una manzana, y la extendió hacia el caballo, sin acercarse para no presionarlo.
-¿No eres precioso?...¿No eres magnifico?- El cabello aun no se movía- Eres gigante, ¡Y también genial!
El animales soltó un gran bufido, sacando humo por sus fosas nasales, y se acerco despacio a ella.
Terim mantenía su mano estirada con la manzana, como si estuviera dando una ofrenda a un ser celestial.
El pezuñacuerno tomo la manzana, y la trago de un solo mordisco, como si fuera del tamaño d un cerezo.
-Eres hermoso- Repitió- Pero me tengo que ir- Dio una reverencia rápida y dio la vuelta, pero oyó pisadas- ¿Me acompañaras?-
Obviamente el animales no pudo responder.
-Bien, muchas gracias, te llamare Ukuduma- Saltó un charco- Como trueno- Le sonrió.
Parecía un buen día.
Parecía.
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