Capítulo 21 - El baile de los Vampiros

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Permanecimos dos horas más en el mirador, a la espera de que Luna nos diese una señal. Durante todo aquel rato Conrad me mostró el auténtico arsenal que llevaba en el maletero, con el que ambos nos armamos, y me explicó algunas de las aventuras que había vivido durante aquellos años. me narró su salida de Umbria, lo que pasó a continuación y, después de una intensa hora de intercambio de información, nos quedamos en silencio, él en el asiento de piloto y yo de copiloto, sumidos en nuestros propios pensamientos. Yo no dejaba de pensar en Luna, en cuanto me preocupaba el no saber nada de ella y las ganas que tenía de confirmar que la teoría de Conrad de que ya estaba perdida era falsa. Que aún le quedaba mucho tiempo. Él, en cambio, pensaba en otras cosas. No sé en qué, pero por el modo en el que fumaba y miraba al frente diría que estaba en completa concentración, preparándose para lo que estaba por venir. Porque el amanecer se acercaba peligrosamente, pero aquella noche se iba a decidir todo...

Porque aquella noche era el final.

Alcanzadas las cuatro de la madrugada, Luna volvió a contactar únicamente para enviar una pulsación: su geolocalización. La comprobé en el teléfono móvil, sintiendo la sombra de Conrad cubrirme al asomarse él también, y antes de revelar su posición, le miré a los ojos.

—Prométemelo.

—Esa chica ya está perdida —dijo una vez más.

—Prométeme que no le vas a hacer nada.

—Vas a cometer un error.

—¡Prométemelo!

—Lo prometo.

Volví a mirar la pantalla del móvil, sabiendo una vez más que no estaba siendo sincero, y memoricé las coordenadas. Acto seguido, encendí el navegador de su coche y las introduje, compartiendo con él nuestro destino.

—Diría que es el bosque —dije—, de camino a las oficinas de Takano.

—Es uno de los mataderos —corrigió él—. No aparece en los mapas, pero he estado allí. Tiene un acceso bastante complicado y lleva más de quince años cerrado, pero lo conozco... no está demasiado lejos de aquí.

—Un matadero —repetí con amargura—. De acuerdo, arranca.

A mi mente acudió la imagen de Luna, la dulce Luna, de la mano del perturbado de su prometido, adentrándose en las profundidades de aquel sombrío lugar. Perdidos en el bosque, en una instalación abandonada a su suerte, nadie escucharía sus gritos si no lograba llegar a tiempo...

Nadie la oiría pedir socorro, tratando de escapar de su trágico destino.

No quería que la devorasen, pero por encima de todo, no quería que la transformasen.

Respiré hondo.

—Aguanta.





Recorrimos la carretera que conectaba con Oniria a una velocidad infernal, muchísimo más rápido de lo que jamás hubiese podido controlar. Conrad daba volantazos a diestro y siniestro, abriendo y cerrando curvas como si las tuviese grabadas a fuego en su mente. A su lado, me sentía como un niño: como un alma condenada a morir en aquella maldita montaña antes de poder salvar a su princesa.

Por suerte, me equivoqué. A pesar del miedo que pasé durante el viaje y de estar casi convencido de que tarde o temprano nos despeñaríamos por uno de los barrancos, el cazador logró mantener el control del vehículo en todo momento, logrando gracias a ello reducir el tiempo del viaje a casi la mitad. Una auténtica locura.

El sonido de la lluviaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora