Capítulo 22 - El amor

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Francesca Takano me empapó en su propia sangre al explotar tras haber sido alcanzada entre los ojos. Estalló como lo hacían los demonios en Umbria, con la diferencia de que ella dejó a su paso, grabado para siempre en mi memoria, un grito juvenil de terror.

Era una maldita niña, Tommy, una niña.

Pero aquello ya era una cuestión de pura supervivencia. Conrad había entrado en acción y los disparos y los gritos se multiplicaban por toda la sala, con dos grandes objetivos a ojos de los vampiros: el propio Conrad y yo, que tras los primeros disparos ya tenía todos los sentidos alerta. No podía ver en la oscuridad, por supuesto, pero sus miradas de ojos amarillos los delataban: podía ver dónde estaban y hacia dónde se dirigían.

Y por supuesto, cuando intentaban asesinarme.

Otro de los vampiros cargó contra mí justo mientras me quitaba la sangre de la cara. Fueron tan solos unos segundos, pero tiempo más que suficiente para que lograse derribarme. Inmediatamente después, abalanzó sus manos contra mi cuello, a lo que yo respondí apartándole con un fuerte cabezazo en la frente. No lo suficiente para hacerle daño, por supuesto, aquellos monstruos tenían la cabeza de hierro, pero sí para apartarlo de mí y entrometer el arma entre ambos. Apunté a su cara y él se zafó, logrando con el disparo arrancarle únicamente una oreja.

Se alejó aullando... pero únicamente porque otro de sus compañeros ya caía sobre mí, con las manos transformadas en garras. O eso creo, vaya. Lo único que sé es que las hundió en mi estómago y vi las estrellas. Sentí como varios cuchillos se clavaban en mis carnes y me aparté, evitando morir empalado por pura suerte. El vampiro, que cargaba como un tiro, pasó de largo, lo que me proporcionó cierta ventaja: giré sobre mí mismo y disparé en la parte trasera de su cráneo, acabando así con su maquiavélico intento de asesinato. Acto seguido, sintiendo ya el aliento del otro en la nuca, me volví y disparé sin apuntar. Ni miré: simplemente me dejé llevar por el instinto...

... y una nube de sangre me salpicó la cara, tiñendo mi visión de rojo.

—¡Oh, mierda! —grité, llevándome la mano a los ojos para limpiármelos.

Una explosión retumbó por todo el matadero, tirándome de nuevo al suelo. Esta vez no fue tan violenta como la primera, pero me lanzó varios metros atrás. También lanzó el brazo amputado de alguien, que me golpeó la cabeza. Lo aparté de un manotazo, temiendo que su dueño estuviese al final del extremo amputado, pero para mi sorpresa no había nadie. El brazo salió rodando por el suelo cada vez más encharcado y yo volví a levantarme, sintiendo la locura desatada a mi alrededor.

Disparos, sangre, gritos...

Y en mitad de aquella absurda locura, Flavio y Luna cogidos de las manos bajo el arco de rosas, mirándose como dos estúpidos enamorados. Irónicamente, una de las antorchas había caído y había empezado a prender el cadáver de uno de los invitados, gracias al cual se podía ver la perturbadora pero romántica escena.

Poco importaba que el mundo hubiese enloquecido a su alrededor, aquel par de enamorados solo se necesitaban el uno al otro...

Una nueva explosión seguida de una ráfaga de disparos alcanzó a Flavio, que se derrumbó sobre los brazos de Luna. Ambos cayeron al suelo, ella sujetándole a él, y por un instante tan solo le escuché a él gritar de dolor y de amargura. De tristeza. Inmediatamente después se incorporó, situándose frente a Luna en una posición que pretendía ser de defensa.

Y hubo más disparos... suficientes para que comprendiese que Conrad no iba a cumplir con su promesa. Ahora que Luna era uno de ellos, no iba a hacer excepciones.

Tenía que intervenir.

Algo me golpeó en la cabeza cuando hice ademán de ir a por ellos. No había calculado que nada más pudiese alcanzarme, pero tal fue el impacto que caí derrumbado al suelo. Permanecí unos segundos tirado, tratando de volver en mí, y cuando al fin comprendí que había sido una piedra propulsada por una de las explosiones la que me había alcanzado, me incorporé. Flavio y Luna se habían escondido detrás del arco, cuyas rosas estaban siendo víctimas de los disparos de Conrad. Del resto de vampiros, sinceramente, no había ni rastro. Estaban en algún lugar, estaba convencido, pero en aquel entonces solo los veía a ellos. A Flavio, malherido y tratando de proteger a su prometida, y a Luna.

El sonido de la lluviaDär berättelser lever. Upptäck nu