Capítulo 5 - Amistades peligrosas

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Llegué al Sanatorio Mental de Escudo, la "casa" de Luna, pocos minutos antes del amanecer. La noche había sido larga y perturbadora, con una patrulla inacabable por las calles de Oniria en la que había tenido tiempo más que de sobra para reflexionar sobre mis próximos movimientos. El contrato seguía muy presente en mi mente, con la duda de si debía aceptarlo o no, pero también la petición de mi comisaria. "Por el bien de todos, haga lo que le diga", me había dicho, y aquellas palabras se habían grabado a fuego en mi mente.

Por el bien de todos...

El respeto se estaba transformando en miedo. No recordaba en qué momento había llegado a esa conclusión, si mientras rodeaba el hotel Corona o en la plaza del ayuntamiento, pero el concepto estaba apoderándose de mis pensamientos. La imagen de Gabriel Verdugo estaba cambiando, pasando de un hombre elegante y poderoso a un mafioso peligroso, y no por sus actos, sino por el modo en el que el resto hablaban de él. Con aquella mezcla de miedo y respeto que poco a poco estaba transformándole en un ser perturbador. Un ser al que temer...

Un ser que me recordaba demasiado a lo que había vivido en Umbria como para no empezar a dudar. ¿Sería posible que los demonios se hubiesen extendido por todo el continente?

Definitivamente, necesitaba respuestas. Necesitaba saber un poco más sobre lo que estaba pasando, y la clave era Luna. La misma Luna que aquella madrugada me estaba esperando cuando llegué, sentada en el primer escalón de la entrada al hospital, con su pijama blanco y los pies descalzos.

Se puso en pie al verme aparecer.

—¡Tommy! —exclamó, saludándome con la mano—. ¡Te has tomado tu tiempo, eh! ¡Llevo más de una hora esperándote aquí fuera!

—Perdona, quería asegurarme de que todo estuviese bien ahí arriba —respondí, acudiendo a su encuentro—. ¿De veras llevas una hora aquí fuera? Debes estar congelada.

—Ahora se me pasa.

Luna me cogió de la mano y tiró de mí hasta el vestíbulo, donde el cálido abrazo de la calefacción nos envolvió a ambos. Ella respiró hondo, agradecida por el cambio de temperatura, y acudió al mostrador para intercambiar unos cuantos susurros con el celador que había de guardia. El hombre, un señor de unos sesenta años de imponente musculatura y cabeza afeitada, me miró con fijeza antes de asentir a lo que fuera que Luna le estaba diciendo. Después, antes de que nos alejásemos hacia las escaleras, salió de detrás del mostrador para recordarme la existencia del botón rojo.

—Estaré atento, agente —me dijo a modo de despedida.

Subimos juntos hasta la segunda planta, donde pasamos al módulo B a través de un corredor colgante. Una zona mucho más tranquila y silenciosa en la que, a lo largo de dos plantas, decenas de enfermos descansaban tranquilamente en sus habitaciones.

Recorrimos el pasadizo principal en silencio, tratando de no molestar. La habitación de Luna se encontraba al final del módulo, por lo que el paseo se me hizo algo largo. Me sentía incómodo recorriendo aquel lugar. En la teoría todos los pacientes debían estar durmiendo a aquellas horas, pero por los sonidos difusos que escapaba de algunas de las habitaciones era evidente que no...

Por suerte, todo fue bien. Atravesamos el edificio y, una vida entera después, entramos en la habitación de Luna, una amplia estancia de paredes acolchadas en cuyo interior había tan solo una cama y una mesa baja con una tetera y un par de vasos de cerámica.

—¡Y aquí estamos! —exclamó con alegría.

Admito que me sorprendió el acondicionamiento de la sala. Luna no estaba bien, era evidente, pero no creía que llegase al extremo de necesitar un lugar de aquellas características.

El sonido de la lluviaWhere stories live. Discover now