Capítulo 12 - La noche de las bestias

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Decidimos volver a Escudo aquella misma tarde para comprar disolvente, rodillos y botes de pintura. Luna estaba convencida de que, si lográbamos quitar las cruces y cubrirlas, Flavio podría regresar a su hogar y recuperar parte de su memoria. Personalmente no le veía demasiada consistencia a su teoría, pero teniendo en cuenta que era ella quien mandaba, preferí no opinar. En el fondo, todo era tan descabellado que hasta podría funcionar.

Dejar Oniria me devolvió un poco la fe en la humanidad. Atrás dejábamos el pueblo ya no tan abandonado, para regresar a un núcleo urbano donde, al menos en teoría, eran personas las que recorrían sus calles y no monstruos.

Admito que aquel nuevo encuentro con el mundo paranormal me estaba aportando una visión diferente de la realidad. Hasta entonces, tras mi experiencia en Umbria, había acostumbrado a tachar de monstruos peligrosos todos los seres con los que me había ido cruzando en mi vida. Había ciertas excepciones, por supuesto, pero mínimas. Tenía la sensación de que todos ellos deseaban arrebatarme la vida, y en cierto modo no me equivocaba. Sin embargo, Luna me estaba dando una imagen tan romántica de los vampiros que empezaba a tener ciertas dudas. En el hotel había estado convencido de que Francesca y el resto de los suyos habían intentado ir a por mí para atacarme... para asesinarme, pero ¿y si solo hubiesen querido hablarme? ¿Y si, en realidad, me estaban pidiendo ayuda?

Al fin y al cabo, ¿no era yo también un bicho raro como ellos? Y policía, claro.

Y no solo eso: admito que el saber que tarde o temprano Luna se convertiría en uno de ellos me influía. Imaginarla transformada en un monstruo-chupasangres no era una imagen demasiado atractiva, sin embargo, el verla como un ser sobrenatural, elegante y poderoso, era otra cosa. Algo bastante más interesante...

Mucho más, la verdad.

Porque no nos vamos a engañar, después de aquellos días tan intensos en compañía de la hija de Gabriel Verdugo, no podía evitar empezar a sentir cierto aprecio por ella. Luna era divertida, era valiente e impredecible, y eso la hacía especial. Y si además se le sumaba su atractivo natural, que no era poco, y todo el misterio que la rodeaba, la cosa mejoraba.

Y no solo eso, me aceptaba tal y como era. Podría haberse llevado las manos a la cabeza y haber intentado escapar al descubrir la verdad sobre mí, pero no lo había hecho. Probablemente porque ella estuviese peor de la cabeza que yo, no nos engañemos, pero aquel gesto fue importante para mí. De hecho, fue tan crucial que aquel día, cuando volvimos a Escudo, ni tan siquiera me ofrecí a llevarla de regreso al Centro Psiquiátrico. Quería pasar más tiempo con ella, y si para ello tenía que dormir en el sofá una vez más, no me importaba, me sacrificaba.

Y a ella parecía encantarle la idea.

Así pues, tras regresar a la capital, nos fuimos directos a un centro de bricolaje donde pasamos un buen rato buscando entre sus estanterías todo el material que necesitábamos. Ninguno de los dos sabía demasiado al respecto, por lo que optamos por pedir ayuda a uno de los dependientes. Llenamos el carro de la compra con muchos más productos de los que seguramente necesitábamos, monos, gafas protectoras, botes de pintura, brochas y rodillos, y regresamos a mi piso, donde no pasamos ni media hora. Dejamos las compras en la entrada y, con el estómago rugiendo de hambre, salimos a las calles de Escudo. Pasemos, miramos tienda, entramos en centros comerciales... no paramos de pasear hasta llegar al centro, donde comimos en el restaurante favorito de Luna. Un local de lo más singular de inspiración árabe cuyos camareros la saludaban por el nombre y los cocineros la conocían desde que era pequeña.

Le preguntaron en varias ocasiones por su padre, pero la respuesta siempre fue la misma: le verían a la hora de la cena, pero no a la de la comida. El señor Verdugo estaba "ocupado" a esas horas. Cosas de ser un vampiro.

El sonido de la lluviaWhere stories live. Discover now