31 [parte 1]-Carson

Start from the beginning
                                    

— Pues nosotros, los humildes –enfatizo adrede–, cenamos en la cocina y si no, mira:

Me detengo para subirme a la encimera en tanto acaparo toda su atención. Destapo el pomo e introduzco la cuchara. Y mientras Calen me ve con una insipiente sonrisa, pruebo.

— ¿Ves? –retomo.

— ¿Es una invitación? –tantea.

— Lo cierto es que no...pero si quieres, ven. Toma otro

— No hay otro.

Resuelta que la compra de mi Nutella fue algo aleatorio. De esas elecciones que uno va por las tiendas y dice: «me llevo este», sin ni siquiera mirar de qué rayos se trata. En consecuencia, decido compartir como es lo usual y le pido una de sus palmas para dejarle caer un poco.

— ¿Qué? ¿Así comen los humildes?

— No, que va: así lo harás tú por subir sin tomar antes una cuchara...

— No, de ninguna manera. Pido que se me trate como al resto...

— ¿Qué? –le discuto– Pues ve a por una cuchara y punto –resuelvo al señalarle.

— ¿Pero qué tal si tú prescindes de la cuchara? Al fin y al cabo ya yo tengo la Nutella en mi mano.

Lo pienso para terminar aceptando porque no tengo deseos de irle a la contraria en algo tan sencillo. Entonces, reposo mi cuchara entre los dos como una especie de separación a la que damos nomenclatura de «La Orden de la Cuchara», lo cual, básicamente estipula que ambos debemos probar la misma cantidad de Nutella, sin cuchara y sin rebasar el límite que nos separa. Cumplimos con ello: de manera que nos vamos rotando el recipiente de uno a otro entre risas tontas, mancharnos la barbilla, o echarle un ojo al contrario para vigilar que no tome mayor porción de la correspondiente.

Hasta que ambos sacamos las lenguas para exigir más pero a la vez notar que nos hemos zampado todo. Así que nos limpiamos la boca con el dorso de la mano y vamos a por algo más porque lo cierto es que continúo con hambre. Preparamos sándwiches, tomamos doritos, cheetos, helado de chocolate en potes al por mayor y bollería con café y yogurt. Algo que degustamos sobre la enorme encimera de granito en colores negros, tan extensa que nos hace ver como un punto en un papel blanco. Para después, nos parece que la madrugada es día. En consecuencia: no queremos dormir.

— ¿Ay pelis disponibles en las TV del yacusi? –cuestiono al recordarlo.

— Sí ¿Por qué? O sea, no pensarás entrar a un yacusi de madrugada porque es malo, según tú... ¿o no?

Su pulla reclama un golpe que le lanzo por el hombro pero lo hacemos: nos colamos en la habitación de mi dormitorio para adentrarnos en el yacusi. Calen me ayuda a entrar aunque no hay necesidad, e igual me sostengo de él. Mi espalda y la suya tocan la loza mientras Calen prende la pantalla.

— ¿Qué quieres ver?

— Harry Potter

— ¿Qué? ¡No!

— ¿Espera, no te gusta? –me asombro.

— Sí pero lloro mucho

Ahora río.

— ¿Con cuál muerte? –sondeo.

— No te diré.

— ¡Sí! Dime. Con mayor razón. Apaga esas luces.

Me refiero a las que parecen rayos de sol en ambos extremos y una vez lo hace me relajo más en el yacusi. Estiro mis pies para mover con ligereza los dedos y mis ojos pestañean ansiosos. El instrumental de la película: «Harry Potter y el Prisionero de Azkaban», suena al tiempo que se ensancha mi pecho. Tiempo después Calen (cuando volteo a ver), retiene las lágrimas consecuente de la emoción al momento en que Harry invoca el Patronus para salvarse a él y a Sirius de los dementores. Luego pasa igual con: la despedida del profesor Lupin, la de Sirius, En «Harry Potter y el Cáliz de Fuego» lo noto tenso a causa de la expectativa con el torneo, e incluso en instantes muerde su lengua. En el fallido intento de los gemelos Weasley por poner su nombre en el Cáliz, él ríe y se relaja en el tiempo del festejo. Para cuando Harry gana la segunda prueba, le veo reír eufórico, con lo cual, me digo que estoy más al pendiente de sus reacciones que de la película. Y por supuesto ambos lloramos con la prematura muerte de Cedric, para no detenernos, sino llorar más cuando Lily y James se aparecen en medio del duelo con Voldemort.

— Es suficiente –se queja al terminar.

Sin embargo, horas después ambos deseamos que alguien lance una Avada Kedavra a Dolores Umbridge, nos emocionamos con el ejército de Dumbledore, gritamos con los Wesley, ¡casi nos abrazamos al ver a Dolores siendo llevada por los centauros! Qué alegría. Pero nos limitamos. Y con la muerte de Sirius él me limpia las lágrimas como si no tuviese varias chorreándole mejilla abajo. Ríe como tomándonos por tontos pero se niega a ver la próxima.

— Una más –pido.

— No.

— Una más –reitero.

— No.

Le beso. Calen me ve recreando tal rose de labios.

— ¿Y eso?

— Por favor. Otra –demando–. Es que tengo la sensación de que no has llorado como antes dijiste.

— Bien pero ¿para qué quieres verme llorar?

Lo cierto es que no he tenido sueño, tengo las pulsaciones a mil, estoy alerta, contenta. No quiero irme a la cama. Quiero saber, por poco que sea, algo más de Calen. Esta vez soy quien se reserva su respuesta, él comprende esto y así empezamos la próxima película. En la cual me cae la sensación de ser la observada. Lo soy: porque Calen me ve disfrutar de cada detalle que va siendo revelado, hasta que giro para verle en son de comprobar si también guarda luto por la muerte de Aragog. Lo hace.

Minutos después sí nos acercamos por los nervios de ver a Harry junto a Dumbledore en su misión para coger el relicario de Slytherin. En la escena de Harry tomado agua de la laguna, cuando sale la mano y lo toca, Calen me jala y estampa mi espalda contra su pecho. Me rodea con sus brazos sin darme tiempo a auspiciar negativas. El agua del yacusi se remueve por el movimiento, pero junto con Malfoy en la próxima escena, todo entre nosotros vuelve a ser silencio.

Luego lloramos la muerte de Dumbledore pero esa no es la muerte que más le duele a él.

— Ya ¿cuál es? dime –le instigo al acabar la peli sabiendo que no veremos otra.

Estoy demasiado cerca y sitiada por sus pies debajo del agua pero no quiero escapar, sino obtener respuesta. Me he encasillado con ello, y como perro que muerde el hueso, no quiero soltar. Calen niega.

— Habrá que esperar al próximo maratón

— ¡Y una mierda! Esto no ha sido un maratón completo –le espeto.

— ¿Y ese genio, novia?

— Falsa –ultimo.

— Deberíamos ir a dormir.

Le despido. Con todo, tras resoplar hasta cansarme una vez ya he ido al baño y vuelto a la cama, me pasa que le quiero de vuelta. Suspiro. No. Eso no puede ser, mentalizo. Cierro al segundo mis ojos para ajustarme debajo de la colcha. Entonces; la única persona que me acompaña en esta casa desolada toca a mi puerta, tal cual el alba para un nuevo día. Me muerdo los labios pero voy a abrir con prisa. Calen aferra mi cuello para enseguida besarme y adentrarse en la habitación.

Sociedad Italina (Completa) ✓©Where stories live. Discover now