7. Investigando

Magsimula sa umpisa
                                    

‒¿Me vas a explicar de una vez qué querías saber del sabio de Herlanis?

Aquello le hizo recordar lo sucedido, lo cual le volvió a sumir en un estado de confusión y rabia.

‒Preferiría no hablar de ello, no ha salido como yo esperaba.

‒¿El plan ha fallado?

‒No, el plan ha funcionado a la perfección. El problema es que he ido a buscar respuestas, y he vuelto con más preguntas de las que tenía antes de ir.

‒¿Y cuáles son esas preguntas, si se puede saber?

‒¿Sabes lo que es un río incendiado?

Se hizo un silencio, y de pronto Ethel se excusó de una manera muy precipitada y cortó la comunicación.

Daelie se volvió a dejar caer sobre su cama, y miró al techo, a las estrellas de luz que Ethel había pintado... y pensó en lo extraña estaba desde lo de la Bilandil, y con lo que acababa de oír, estaba claro que su hermana le estaba ocultando algo. Y la chica presentía que ese algo era la pieza que faltaba para resolver el rompecabezas. Estaba tan cansada que, mirando las estrellas, se quedó dormida.

Por la mañana, mientras desayunaban, Eldiva le anunció, a regañadientes, que su castigo se había terminado porque debía prestarle más atención a los estudios. Aquella era la suya.

‒Gracias, madre, aprovecharé la mañana para ir a la biblioteca y consultar unas dudas sobre transformación.

‒Bien, pero no pierdas el tiempo, y ni se te ocurra llegar tarde a las clases con tu hermana.

Ella asintió, y cuando los padres se levantaron, sus hermanos se marcharon a la escuela, mirándola con envidia porque ella no tenía que ir. Subió a prepararse y pronto salió en dirección a casa de Silvan.

Era tan pronto, que los pilló desayunando. Laia le ofreció un poco de su pastel y ella, por cortesía, se sentó con ellos a la mesa.

‒No te esperaba tan pronto.‒le dijo Silvan, cuando ya iban para la salida.‒ Creía que estabas castigada.

‒Esta mañana me han levantado el castigo. Vamos a la biblioteca.

‒¿Para qué?

‒Para buscar información. Quiero averiguar por mí misma lo que es ser un río incendiado para poder ir ante Oswald y restregarle la respuesta por toda la cara.

‒Por puro orgullo, vamos.‒aclaró él, riéndose.‒Bueno, no tenía nada mejor que hacer hoy, así que te ayudaré.

Se encaminaron a la biblioteca de Edhelia, que aunque era una aldea, tenía muchos recursos culturales, y como siempre, fueron el centro de atención.

Daelie sugirió que lo que estaban buscando podía ser una metáfora, así que miraron primero en la sección de cantares y manuales de metáforas, pero no hubo suerte. Revisaron todos los libros por el estilo, incansables, y llegó el medio día, y aún no habían encontrado nada. Pararon para comer un par de piezas de fruta que Daelie se había traído de casa, y después volvieron dentro y siguieron trabajando.

Por desgracia para ella, unos de sus antiguos compañeros entraron en la biblioteca, y habiendo muchas mesas libres, se sentaron en la más cercana a ellos y no pararon de mirarles, cuchichear y reírse bajito.

‒Anda, mira... los que faltaban...‒susurró Daelie.

‒Vámonos.‒susurró Silvan.

‒No. De aquí no nos movemos hasta que encontremos algo o hasta que llegue la hora de ir a casa de mi hermana.

Silvan resopló. No le apetecía estar ahí aguantando burlas, ahora que no tenía que soportarles en clase. Trató de ignorarlos y de centrarse en la tediosa tarea de buscar cualquier referencia a un río incendiado. Pero los cuchicheos le llegaban como un molesto zumbido de una abeja cerca de su oído... y distinguía algunas palabras.

‒Vaya dos idiotas... se creen que matándose a estudiar podrán compensar el curso.

‒Ilusos.

‒Como se les ocurra presentarse con esas pintas, les echan antes de darles el examen.

‒Y como a Daelie se le ocurra enseñar el tatuaje del brazo...que Madre Agua se apiade de su alma.-dijo Felsin.

Aquello les hizo levantar la vista a los dos y mirarles con todo el odio que fueron capaces mientras se reían. Silvan, muerto de rabia, se levantó de un golpe y sin que se diera cuenta Felsin, le dio un bofetón en la cara con tal fuerza que lo tiró de la silla. Todos se quedaron de piedra, Silvan incluido, cuyo puño dolorido le palpitaba con fuerza. Pero luego aunó todas su resolución para decirle, con seriedad:

‒Eso es lo que les pasa a los que se dedican a asaltar a la gente. Cada vez que te mires al maldito espejo, recordarás que yo, el mestizo, te hice callar esa asquerosa boca que tienes.

Él y sus amigos salieron corriendo, pero el momento de gloria de Silvan duró muy poco. Exactamente el tiempo que tardó la bibliotecaria en llamar a dos soldados de seguridad. Y así fue como Silvan y Daelie fueron expulsados de por vida de la biblioteca de Edhelia.

Cuando volvían de otra desastrosa clase en casa de Ethel, Daelie se atrevió a romper el silencio que había reinado entre ellos durante el resto de la tarde.

‒Sé que lo hiciste por mí, pero no tenías que haber ido tan lejos...

‒Lo sé, me excedí, pero no lo pude evitar. Oír cómo se reía de ti Felsin con sus estúpidos amigos, simplemente reventó mi paciencia.

Ella sonrió levemente. Parecía que, si tenía que hacer algo por ella, Silvan era capaz de dejar atrás sus miedos, supersticiones e inseguridades.

‒Aunque... te lo agradezco. La verdad es que fue una venganza a la altura de lo que me hizo.

‒Sí, pero tranquila, no paseará su fea cara por los alrededores al menos por unas semanas.

Los dos se rieron.

‒¿Cómo no lo pensé?‒ preguntó ella, más para sí que para Silvan.‒Las voces de los agresores eran las de Felsin y los demás. En ese momento no caí en la cuenta.

‒Es normal, bastante tenías con lo que te hicieron en el brazo esos bastardos.

Se hizo otro silencio.

‒¿Y ahora qué hacemos? No podemos ir a la biblioteca de Edhelia... ¿de dónde se supone que vamos a sacar las respuestas?

‒¿Y si se lo preguntas a tu hermana?

‒Ya lo he intentado, pero siempre evade esa pregunta. Está muy rara últimamente, al menos conmigo. Creo que está ocultando algo muy importante.

‒Puede ser. Hay cosas que, aunque se quieran decir, simplemente no se puede. Quizá haya hecho un pacto de silencio total, quién sabe.

‒Pues entonces es que hay más gente pendiente de lo que yo haga o deje de hacer de lo que yo pensaba...‒ concluyó Daelie, preocupada.

Al cabo de un rato, Silvan dijo:

‒Podríamos probar suerte en la biblioteca de Herlanis.

‒Sí.‒respondió ella, sin muchas ganas.‒No tenemos más opción.

‒A partir de aquí ya puedo ir andando solo, no quiero que te regañen por llegar tarde a casa.‒dijo el chico, bajándose de Irvial.

‒Gracias por todo, Silvan.‒dijo, sonriendo con tristeza.‒Aunque no avancemos demasiado, saber que cuento contigo y tu apoyo incondicional me da fuerzas para seguir adelante.

Ninialam, querida amiga.

Ninialam.

Río IncendiadoTahanan ng mga kuwento. Tumuklas ngayon