Kalinda:

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El teléfono debe haber sonado unas tres veces, las cuales he escuchado perfectamente pero a riesgo de perder comodidad y horas de sueño ni siquiera me he molestado en hacer el intento de levantarme. Al final he quedado sola en casa. Cuando llegué ayer, más tarde de lo pensado, me encontré con la sorpresa de que era la única habitante. Sin preocuparme demasiado me aseguré de que todo estuviera en orden y cerré puertas y ventanas que no eran necesarias tener abiertas. Mi hermano mayor pasó unos minutos en casa buscando algunas cosas, ropa más que nada, y luego se fue. Yo me encontraba desparramada en el sillón y en ninguna ocasión volteé a verlo. Solo cuando ingresó ya que me asusté y estaba preparada para dar un golpe cuando lo vi. Aun así a los segundos me olvidé de él y prendí la tele para matar el tiempo.

Cuarta vez que suena el teléfono y por temor de que puedan llegar a ser mis padres, los cuales sin dudas gritaran maldiciones a los cuatro vientos de ser ellos, decido abandonar la cama y sin cambiar mi ropa de vagabundo salgo al pasillo y antes de llegar a las escaleras me detengo. Parpadeo un par de veces hasta aclarar la vista y solo entonces desciendo sujetando con fuerzas las barandillas, ya que parezco un borracho luego de muchas cervezas. No evito bostezar y casi deseo volver a mi camita cuando vuelve a sonar. Sin apresurarme llego hasta el aparato y descuelgo el tubo.

Ñam. ¿Se supone que nos veríamos aquí a las seis, no? Si es que no me he equivocado… no, estoy segura que era a esta hora. Tal vez se le han prolongado sus asuntos más de lo pensado y por esa razón aún no está aquí. Y aun si no fuera así es temprano todavía. Lo que ocurre es que llegué antes por miedo a llegar tarde. Recién son las seis y dos minutos. Temprano. Tampoco es que debíamos ser puntuales. Juego con mis manos y reviso mis uñas una por una buscando alguna anomalía. Me entretengo para no parecer una lunática a punto de entrar en pánico. Debo confesar que los lugares notablemente poblados no me gustan en absoluto. Directamente ninguna agrupación de gente me sienta bien, ya sea grande o pequeña.

— ¡Ya estoy aquí! —algo cae a mi lado y me asusto hasta que avisto algo familiar— Lo siento, ¿esperaste mucho? —se disculpa al tiempo que me da un abrazo y deja algo entre mis piernas. Observo curiosa el regalo y sonrío por los colores que tiene. Sería una pena romper la envoltura.

— Es por las molestias. —comenta sonriente.

— No era necesario. —respondo mientras que con sumo cuidado saco el papel. En verdad quiero conservarlo. Paso mis dedos sobre la caja y con delicadeza la abro, al hacerlo dejo al descubierto un pequeño llavero con forma de mariposa. Eso sí, solo es la mitad de una.

— Yo tengo la otra. —me muestra su juego de llaves en donde se puede apreciar la otra parte. Sonrío por inercia y antes de que lo olvide hago lo mismo que ella ha hecho con su media mariposa.

— ¿Qué haremos? —pregunto cambiando por completo el tema. He guardado la caja, así como la envoltura, en mi mochila.

— ¿Recorremos el lugar y luego comemos algo? —propone sin borrar la sonrisa de su rostro. A diferencia de ayer, hoy la noto feliz. Sin dudas, está mucho más relajada. Tal vez esto era lo único que le hacía falta. Salir con alguien y desprenderse un poco de sus obligaciones.

La chica común y el boxeador imponente.Nơi câu chuyện tồn tại. Hãy khám phá bây giờ