TRECE

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Elaia se despertó horas más tarde, siendo cargada boca abajo por un cuerpo grande y musculoso. Sin embargo, no era eso todo lo que le preocupaba, sino que una arcada de vómito subía por su garganta. Entonces lo vomitó todo encima del traje negro del hombre que la cargaba.

¡Joder! ¡La puta niñata me acaba de vomitar entero!— espetó una voz grave, en un idioma que vagamente Elaia pudo reconocer como español, pero seguía sin comprender nada en absoluto.

Deja de quejarte, el jefe la quiere ya y de una pieza— añadió otra voz desconocida.

Elaia se sentía mareada, completamente ida y tenía ganas de apuñalar a alguien, de no ser por lo adormecida que estaba. ¿Cuánto valium le habían dado? ¿Cuánto tardaría en expulsar tal cantidad? Elaia sabía que los efectos de un sedante no se iban por arte de magia, era muy probable que si le habían dado una cantidad excesiva tardaría varios días en poder sentirse en sus cinco sentidos de nuevo. Incluso semanas. Intentó ubicar el lugar, pero solo veía tierra árida. Definitivamente, no estaba en Londres. ¿Estaría siquiera en Europa? Elaia trató de hacer memoria de sus conocimientos de geografía, ¿habría algún lugar tan árido y seco en Europa? Elaia consideró que estuviese en España, el idioma encajaba. ¿Pero qué hacía ella en España? ¿Quién la querría en España? Según ella, el control de España era de la Cosa Nostra, así que los rusos estaban descartados. ¿O habrían logrado territorio y ella no lo sabía?

Odiaba que su mente no colaborase. Se odiaba a sí misma por haber confiado en ese hombre que no era Aaron. Extrañó a Aaron, a Athos, a todos. ¿Siquiera saldría viva? ¿Para qué la querrían? Ella no sabía nada, Athos no confiaba en ella y tampoco la amaba. Si alguna vez alguien la salvaba sería por una lucha de poder, no porque su vida importase. Quiso llorar, pero estaba notando también los síntomas de la deshidratación. No tenía ni un gramo de energía en el cuerpo, ni siquiera para luchar por su vida, estaba acabada. No podía creer que fuera a morir y solo le había dicho a Athos que le quería cuando estaba borracha.

Quiso seguir despierta, para ver que conseguía averiguar sobre los hombres que la cargaban, pero le fue imposible, sus ojos pesaban aún cuando luchaba contra ello, pero al fin su cuerpo ganó la batalla y se desmayó, despertando en una caseta de madera vieja, colgada y en ropa interior. Su cuerpo se puso en tensión por el miedo intentando con todas sus fuerzas deshacerse de las cuerdas que mantenían sus manos unidas. Gritó, hasta quedarse sin voz, pidiendo ayuda, pidiendo que la sacaran, esperando que alguien, alguna alma caritativa la sacara de ese infierno al que la habían metido.

La puerta se abrió, dejando paso a un hombre joven, con abundante cabello negro y un bronceado debido al sol. Se acercó a ella con cara de pocos amigos.

Sigue gritando, chica, nadie te escuchará en pleno desierto. —Elaia entrecerró los ojos y giró suavemente la cabeza a un lado sin entender lo que el chico le estaba diciendo. Este rodó sus ojos y dijo en un perfecto inglés— Nadie te puede escuchar, estás en el desierto. Así que me iría ahorrando esos gritos, el jefe te quiere de una pieza y eso significa que tu voz tiene que estar en perfecto estado.

— ¡Suéltame, hijo de puta!— le gritó Elaia al joven que había entrado— ¡Suéltame! ¡No tengo nada, no sé nada, no valgo nada, así que suéltame!

— Oh, mia regina, vales más de lo que piensas—dijo una voz muy familiar.

Elaia se fijó en el hombre que se acercaba a ella y al joven. Llevaba un traje Armani negro, su pelo castaño estaba perfectamente peinado y su barba estaba recortada. Su sonrisa le dio escalofríos y sus ojos castaños tenían un brillo oscuro cuando se fijaban en ella. Jaime D'Angelo. Lo habría reconocido en cualquier parte aun cuando solo lo había visto pocas veces a lo largo de su vida. La última vez que lo vió fue en su boda, cuando este mató a su suegro.

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