Confusión

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Macarena tenía horario de vuelo a las nueve de la mañana ese viernes. Pero no completó ni tres horas de sueño la noche anterior; dando vueltas en su cama; pensado si llamaba a la morena, escribiendo largos textos que quedaron sin remitente, ante su imposibilidad de enviarlos; pensando en cada palabra pronunciada dentro de su vehículo; todo le martillaba la cabeza.

Al estar lista para su nuevo día se miró fijamente en el espejo —lo que quedaba de ella después de semejante noche—, entonces decidió: que no podía irse de viaje y dejar todo así, ¿cómo esperar hasta el martes?, si Bárbara optaba por seguir ignorándola sin llamadas o sin wasapear en ese lapso; nada la había preparado para semejante incertidumbre o prueba, esa de vivir su día a día sin la presencia de su persona preferida en el mundo.

El día empezaba y con él su lucha, de dejar a un lado su orgullo, decepción y rabia, para que solo predominara la razón y su amor. Era lo primordial.

En la casa de los López, la morena estaba en condiciones parecidas, como era costumbre conciliar el sueño sin tener a la rubia a su lado le había restado horas de descanso pleno, sin embargo, esa noche la rubia estaba muy presente, pero no en ninguno de los términos que ella hubiese deseado.

—No debí decir eso... —se dijo así misma cuando el agua comenzó a caer por su rostro. Y recordaba todo el nefasto parloteo del día anterior.

—No debí insinuar nada... —se recriminaba recordando cómo había insinuado de una traición de su rubia. Continuaba con su ducha, muy pasivamente. SU mente estaba centrada en otros aspectos.

—No debí... herirla... —A esas alturas de su ducha tenía su frente contra la pared, pegando superficialmente contra ella y sus brazos recargados en los azulejos, mientras el agua corría por su espalda.

—No debí... No... —Se dio por vencida, reconoció su culpa en el desenvolvimiento de aquellos lastimosos acontecimientos.

Terminó su ducha con un debate interno, ya más conciso.

Las distintas versiones de las explicaciones que le daba a lo sucedido, a esas palabras, a los celos e inseguridades que ella dejó emerger, a las ofensas que iban y venían, le estaban carcomiendo su mente. Y llegó a una conclusión: Ellas no eran así.

No tenía idea de la hora de salida del vuelo de la rubia, las razones le hicieron renegar en sus adentros, era su prioridad saber ese dato.

Así que al salir de casa iría por ella, el llamado ese día era a las diez. Tenía tiempo de, al menos, averiguar si estaba en su casa.

Una llamada, no le parecía correcta, descartó la idea, la rubia no la había llamada, ni escrito, era obvio que estaba molesta, ¿y cómo no?

—¡Buenos días!, Pa... —quedó muda al entrar a la sala donde acostumbraban a desayunar, en una de las terrazas de la amplia casa.

Perfect Time (Terminada)Where stories live. Discover now