Capítulo 4

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Emmelie

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Emmelie

Dos años atrás

El ruido de la puerta de mi taquilla cerrándose de golpe me sobresaltó, a pesar de haber sido yo la que la cerraba. Inflé mis mejillas para evitar soltar un gruñido y luego solté el aire de manera que sonó como si un globo se hubiera desinflado. Escuché una risa detrás de mí y mis mejillas automáticamente se pusieron rojas. No quería que nadie en especial viera lo que hacía.

—Hola Millie —saludó una voz que ya se me hacía reconocida y me giré hacia él, rodando los ojos. Siempre estaba pinchándome por lo torpe que era y eso me irritaba más de lo que cualquier persona haría.

—Hola Gabriel —lo esquivé por el lado derecho y comencé a caminar hacia mi clase de física. Él me seguía.

—Cuidado con las escaleras, bonita —advirtió lo cual no era necesario porque jamás en la vida me había tropezado con las escaleras.

—Déjame en paz —dije con un tono que prometía problemas si no me hacía caso.

—¿O qué? ¿Te caerás encima de mí por accidente? —él se creía todo perfecto con sus pullas poco ingeniosas y su apariencia sexy pero boba. No entendía por qué todas las chicas se morían por él.

—No, Gabriel. Solo quiero que me dejes en paz —expliqué con paciencia y la voz un poco cortada porque ya me estaba faltando la respiración. 

¿Por qué nos hacían subir tantas escaleras en lugar de instalar un simple y bonito elevador?

—Oh, vamos. Tú sabes que eso no es cierto. 

¡¿Es que era tan difícil de entender que quería llegar a mi clase a tiempo y tranquila?!

—Sí lo es —seguí insistiendo con aparente calma. Estaba a una frase más de explotar y darle con mis libros de texto en la cabeza.

—Bien. Esta vez haré como que te creo, Millie —su sonrisa marca de la casa se mostró en su rostro, aunque había un poco de nerviosismo y enfado en ella. En ese momento toda mi irritación desapareció, reemplazada por la curiosidad. Pero él no me dio tiempo para preguntar por su repentino cambio de actitud porque enseguida se fue, bajando las escaleras de dos en dos. 

Entre tanto, sentí que una mirada quemaba en mi nuca, tal y como pasó el día de la fiesta. Rápidamente volteé mi cabeza para ver quién era, pero la persona que había sido ya no estaba allí. Extrañada, entré en el salón de clases donde no había casi nadie todavía.

Sin nada que hacer, más que repasar la clase de ese día, me senté en mi escritorio y abrí mi libro de física. Leyes de la Termodinámica. Puff. Pero qué cosa para más fácil.

—Así que también eres asustadiza, ¿eh? —casi salté de la silla cuando oí su voz. Pude sentir que sus manos estaban en el respaldar, casi tocando mis hombros. Alcé la cabeza con cuidado para encontrarme con sus ojos azules apenas ocultos por el cabello castaño oscuro que caía sobre su frente. Había algo diferente en su rostro que no estaba las últimas veces que hablé con él. La sonrisa. Una pequeñísima sonrisa socarrona.

Somos tú y yo | 2 |Where stories live. Discover now