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Conforme avanzaba la tarde la emoción aumentaba en el cámping, como una neblina que se hubiera instalado allí. Al oscurecer, el aire aún estival vibraba de expectación, y, cuando la noche llegó como una sábana a cubrir a los miles de magos, desaparecieron los últimos vestigios de disimulo: el Ministerio parecía haberse resignado ya a lo inevitable y dejó de reprimir los ostensibles indicios de magia que surgían por todas partes.

Los vendedores se aparecían a cada paso, con bandejas o empujando carros en los que llevaban cosas extraordinarias: escarapelas luminosas (verdes de Irlanda, rojas de Bulgaria) que gritaban los nombres de los jugadores; sombreros puntiagudos de color verde adornados con tréboles que se movían; bufandas del equipo de Bulgaria con leones estampados que rugían realmente; banderas de ambos países que entonaban el himno nacional cada vez que se las agitaba; miniaturas de Saetas de Fuego que volaban de verdad y figuras coleccionables de jugadores famosos que se paseaban por la palma de la mano en actitud jactanciosa.

—He ahorrado todo el verano para esto ―le dijo Ron a Harry mientras caminaban con Hermione y Cedric entre los vendedores, comprando recuerdos.

Aunque Ron se compró un sombrero con tréboles que se movían y una gran escarapela verde, adquirió también una figura de Viktor Krum, el buscador del equipo de Bulgaria. La miniatura de Krum iba de un lado para otro en la mano de Ron, frunciendo el entrecejo ante la escarapela verde que tenía delante.

―Sabes Ron, pareces obsesionado con Víktor Krum ―mencionó Cedric.

El pelirrojo miró al castaño como si este estuviera loco.

-Eso es mentira.

―Tienes tu cuarto lleno de pósters de él, además de que ese es tu tercera figura.

―Como dije y vuelvo a repetir, ¡eso es mentira!

El ambiente se puso un poco incómodo, ya que el Cedric y Ron seguían peleando.

―¡Vaya, miren esto! ―exclamó Harry para llamar la atención de los dos, se acercó rápidamente hasta un carro lleno de montones de unas cosas de metal que parecían prismáticos excepto en el detalle de que estaban llenos de botones y ruedecillas.

―Son omniculares ―explicó el vendedor con entusiasmo―. Se puede volver a ver una jugada... pasarla a cámara lenta, y si quieres te pueden ofrecer un análisis jugada a jugada. Son una ganga. Diez galeones cada uno.

―Ahora me arrepiento de lo que he comprado ―reconoció Ron, haciendo un gesto desdeñoso hacia el sombrero con los tréboles que se movían y contemplando los omniculares con ansia.

―Deme cuatro ―le dijo Harry al mago con decisión.

―No... déjalo ―pidió Ron, poniéndose colorado.
Siempre le cohibía el hecho de que Harry, que había heredado de sus padres una pequeña fortuna, tuviera mucho más dinero que él.

―Es mi regalo de Navidad ―le explicó Harry, poniéndoles a él, a Cedric y a Hermione los omniculares en la mano―. ¡De los próximos diez años!

―Conforme ―aceptó Ron, sonriendo.

—¡Bien!, entonces el mío será mejor.

Cedric sabía que fue mala idea haber dicho eso, ya que recibió una mirada por parte del azabache que significaba que no se debía ilusionar con eso.

—No lo creo, Harry siempre da los mejores regalos.

El ojiverde le regaló una sonrisa a su amiga.

—¡Gracias, Harry! —dijo Hermione—. Yo compraré unos programas.

Con los bolsillos considerablemente menos abultados, regresaron a las tiendas. Bill, Charlie y Ginny llevaban también escarapelas verdes, y el señor Weasley tenía una bandera de Irlanda.
Sirius tenía pintada en la cara líneas verdes, mientras que Remus solo lo miraba divertido. Fred y George no habían comprado nada porque le habían entregado todo el dinero a Bagman.

My Angel <ᴴᵉᵈʳⁱᶜ> Donde viven las historias. Descúbrelo ahora