—Es su turno, letrado Márquez —concede la señora cuando Tortosa concluye—. Tiene la palabra ahora.

Mi abogado se pone en pie con una postura recta y erguida propia de un hombre que se toma muy en serio su trabajo.

—Señoría, los hechos relatados por parte de Tortosa no son más que puras calumnias distorsionadas e inventadas por su cliente —inicia Márquez con calma—. El señor Daniel Ros, aquí presente, simplemente se dejó llevar por un ataque de ira ante los acontecimientos ocurridos en octubre del año pasado con su pareja. En ningún momento el acto fue premeditado ni planeado con alevosía como la parte contraria intenta demostrar, pues mi cliente nunca supo que el señor Manuel Pujante fue quien agredió sexualmente a su pareja hasta ese día en ese preciso momento.

—Protesto, señoría, se está dando una imagen de mi cliente distorsionada —replica Tortosa, y a punto estoy de saltar hacia él para callarle la boca a golpes.

—Protesta denegada —responde la jueza, interesada en el relato de mi abogado—. Continúe, letrado.

—Gracias, señoría —Márquez inclina la cabeza a modo de agradecimiento—. Puede que mi cliente cometiera la falta de la agresión contra el señor Pujante, cosa que admito que no estuvo bien, pero también he de confesar que hizo lo que cualquier novio haría de ser el caso.

—Protesto, señoría, una agresión jamás estará justificada —interviene el imbécil que defiende al hijo de puta.

La rabia puede conmigo, llevándome agresivamente a levantarme con rapidez y estrellar las palmas sobre la mesa.

—¡¿Y una agresión sexual sí está justificada?! —exclamo furioso, sin llegar a gritar pero elevando bastante la voz.

—No hay pruebas que lo demuestren más allá de una simple confesión de la señorita Vera García —responde el abogado contrario, mirando a la jueza con altanería, como si creyera que va ganando.

La jueza da un golpe con el mazo sobre la mesa para que dejemos de pelear y nos centremos en el juicio.

—Esto no es un patio de colegio —nos recuerda con seriedad—, así que les agradecería que se ciñeran al protocolo y dejaran de actuar como niños en busca de pleitos sin sentido —mira hacia mi abogado una vez que acaba, sosteniendo unos papeles en sus manos—. Letrado, ¿son estos los informes médicos aportados por la señorita Vera García?

—Así es, señoría.

—En ellos no se menciona nada acerca de una violación.

—Lo sé, señoría. Cuando ocurrió la agresión, la señorita García quedó inconsciente y mi cliente llamó a un médico sin saber lo que le había ocurrido más allá de los golpes, hematomas y arañazos en su piel, por lo que el doctor no pudo observar señales de violación al no ser ninguno de los dos conscientes de ello.

Esto empieza a quemarme la sangre...

No me gusta oír hablar de esto y menos aún si no tengo a Vera conmigo para poder abrazarla, aunque prefiero que no esté presente mientras tanto para no hacerla sufrir más.

Ojalá toda esta mierda fuera una horrible pesadilla de la que poder despertarme de inmediato porque saber que todo esto es verdad puede conmigo. No asimilo que una vez Vera fue violada y cada minuto que estoy aquí pasa sin que pueda dejar de imaginarla pidiendo un auxilio que nadie fue capaz de socorrer. Detesto saber que nadie hizo nada por ayudarla y que nada hará que pueda olvidarlo para siempre.

—Señor Pujante —pronuncia la jueza, mirando al hijo de puta de Manuel—, ¿es cierto que la noche del veinte de octubre usted se encontró con la señorita García?

Entre Tus BrazosWhere stories live. Discover now