Capítulo 37

235 31 2
                                    

Helena escuchaba con asombro la historia que le contaba Juan David. Entendía que le hubiera mentido, aunque una parte de ella se sentía someramente herida al pensar que él no confiaba en ella. También sentía miedo, estuvo cerca de la muerte y ella no lo sabía. Pero además del miedo y la tristeza por la falta de confianza, la inquietaba saber quién era esa mujer y por qué Juan había llegado hasta tal punto con ella. Entendía que estuviera en peligro y que, incluso ella, la hubiese ayudado, pero había algo más que en ella que había logrado mover algo en Juan David para que asumiera tal riesgo. 

No eran celos, era el misterio, la incertidumbre ante esa mujer. Ella sabía que él la amaba. Ella estaba segura de los sentimientos de Juan hacia ella. Ya no era la jovencita ingenua que no sospechaba ante las mentiras. Cuando Juan David terminó de contarle todo, estuvieron un largo rato en silencio. La miraba y ella miraba a algún punto de la pared, sopesándolo todo. 

—¿Te pasa algo?— le preguntó Juan David acariciando su mano.

Ella respiró hondamente y lo miró a los ojos con muchísima intensidad, torció la boca y cuando iba a responderle, la voz de una mujer irrumpió en la habitación.

— Doctor...

Ninguna de las dos pudo articular palabra después de verse. Se reconocieron de inmediato, a Claudia la invadió la angustia, pero también la esperanza. Helena, sin embargo, sintió un estremecimiento por su cuerpo y un calor intenso invadió su sangre, por lo que tuvo que levantarse de la cama para poder entender si era cierto lo que sus ojos esmeralda veían. 

— Helena...— dijo Claudia teniéndose de la cerradura de la puerta, con una voz casi inaudible.

— ¿Claudia Helena?— dijo la pelinegra, frunciendo el ceño y mirándola, como tratando de convencerse de que era ella.

Juan David era un espectador estupefacto de la situación. Sintió un golpe en el estómago cuando se dio cuenta de que se conocían; su boca se secó y su cabeza empezó a dar muchas vueltas.

— ¿Ustedes se conocen? — les interrogó tratando de levantarse de la cama.

— Siéntate, Juan, por favor— le dijo Helena al verlo levantarse, pero no era un tono cariñoso ni suplicante, era un tono imperativo y él lo constató cuando vio su mirada dura y la tensión que invadía su cuerpo. 

Claudia Helena se quedó allí, observando la situación y no pudo evitar recordar a Eliezer al tener a Helena al frente. Pero no podía adivinar qué tipo de relación tenían ellos, pues en su mente, Antonio seguía casado con ella. También sintió vergüenza y culpa ante la mirada dura de Helena. Podía salir corriendo si quería, ocultarse y no hacer nada, pero recordó su promesa y permaneció allí, en silencio, aunque todo se viniese abajo después.

— ¿Qué hace aquí, Claudia Helena?— le dijo mientras alternaba la mirada con ella y con Juan.

— Yo... Helena, lo siento. Yo venía a ver si el doctor estaba bien, pero ya me voy, lo siento...

Helena, entonces, lo entendió. Era ella, la mujer por la cual estuvo arriesgando la vida era ella. El calor que inundaba su cuerpo se transformó en furia, miles de momentos amargos de su pasado llegaron a su memoria como una ráfaga y por consiguiente, los sentimientos que los acompañaban también.

—¿Es ella? — dijo mirando a Juan David con gesto dolido— ¿Es ella, Juan?

La mirada de Helena se le clavó en el pecho y sintió miedo. Ignoraba lo que había detrás de esos ojos cargados de dolor, de ira, de enojo. Cerró los ojos y los abrió nuevamente para tratar de calmarla con la mirada.

— Sí, es ella. 

Claudia Helena no pudo moverse de su sitio. Solo seguía observando lo que sucedía mientras una crisis de ansiedad empezaba a apoderarse de ella. 

Todo Por TiDonde viven las historias. Descúbrelo ahora