Capítulo 36

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—¡DOCTOR!

El grito resonó en toda la entrada del hospital. Juan David sintió un enorme peso en sus pies por unos instantes. Sentía que su cabeza le daba vueltas. Un escalofrío recorrió su cuerpo y las palabras no podían salir de su garganta. 

—Cállese, loca— le decía Ramírez a Claudia Helena mientras sujetaba su brazo con más fuerza— nos pillan y la mato— le dijo con voz gutural, cerca de su oído. Ramírez no veía al doctor al que ella llamaba.

Juan David respiró profundo varias veces y recobró la consciencia. 

— ¡Suéltela, suéltela!— grito con todas sus fuerzas para llamar la atención de todos.

Rostros curiosos se asomaron desde la puerta del hospital, entre ellos, el guardia. Recuperó el control de su cuerpo y se dirigió con pasos largos y airosos hacia Ramírez y Claudia Helena, que empezaban a alejarse. Ramírez la jalaba con fuerza, casi arrastrándola. Un auto verde, Renault 21, esperaba en la carretera que llegaba al parqueadero externo del hospital. 

—¡Que la suelte, hijueputa, suéltela!— le gritaba aún más fuerte el médico con pasos cada vez más rápidos para alcanzarlos. 

Claudia Helena ponía todas sus fuerzas en su cuerpo para no dejarse llevar. La angustia invadía su cuerpo y su mente; luchaba por soltarse del fuerte agarre de Ramírez. Sabía que si se la llevaba, no tendría escapatoria. Aun con la debilidad que sentía por los últimos acontecimientos, aun con la enfermedad que sentía, con el decaimiento, luchaba. De pronto, su cuerpo empezó a calentarse; sentía la sangre caliente correr por sus venas y sintió una especie de renovación, un impulso, un aliento que la hizo tensar su cuerpo y revolcarse con todas sus extremidades, hasta darle unos golpes en la cara a Ramírez, que se tapa el rostro con la mano libre, pero sin soltarla, haciendo uso de toda su fuerza para seguirla arrastrando. 

Juan David, al ver que el guardia no los alcanzaba, pensó rápidamente y corriendo se abalanzó sobre los dos cuerpos que forcejeaban. Terminaron los tres en el piso; Helena debajo de él, mientras Ramírez aún la sujetaba. Se abalanzó sobre el hombre para golpearlo, pero Ramírez era astuto, tenía experiencia y alcanzó a esquivar los primeros puños que le lanzó el médico, para luego sacárselo de encima de un empujón. Se levantó del suelo rápidamente y sacó un arma de la parte trasera de la pretina de su pantalón. Helena estaba aún en el piso y Juan David sentado junto a ella, tratando de cubrirla ante la inminente amenaza del hombre del pelo plateado. 

En ese momento, el guardia de la entrada del hospital se acercaba también empuñando la suya, tratando de acercarse al médico y la paciente que estaban en el suelo. 

—Señor, baje el arma, por favor.

— Ni mierda, el que me toque me lo cargo— respondió Ramírez mientras retrocedía poco a poco, tratando de acercarse al auto, sin dejar de apuntar. Otros médicos, enfermeras y personas miraban desde la puerta del hospital o del otro lado de la calle. 

— Baje el arma, señor. No va a pasar nada— le repetía con voz nerviosa el joven guardia mientras estaba cada vez más próximo  a Juan David y Claudia Helena.

Las sirenas de la policía empezaron a escucharse fuertemente y cerca. La gente murmuraba. Ramírez llegó a la puerta de copiloto del coche, aún apuntándole al doctor. La abrió con la mano libre, de espaldas y justo antes de montarse, disparó dos veces a Juan David.

El hombre de cabeza plateada subió al auto verde, que arrancó a dejando un ruido estruendoso y tensión en el ambiente. Juan David yacía boca arriba, sobre el cuerpo de Claudia Helena, ella verticalmente y él, de manera horizontal. Formaban una cruz con sus cuerpos. 

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