Capítulo 26

326 32 1
                                    

Helena sentía que cada poro de su piel emanaba el olor nauseabundo de Antonio. Sentía una enorme necesidad por deshacerse de él, pero su hija le preguntaba insistentemente desde que entraron a casa por lo que había pasado y tuvo que decirle que se sentía enfermo y por eso los hombres se lo habían llevado.

—Pelo si Juan David es dotl pol qué no lo ayudó- preguntó astutamente la pequeña— mientras fruncía el ceño.

—Porque tu papi necesitaba irse con esos señores que lo iban a ayudar más rápido y así tú y yo y tu mami podíamos quedarnos a comer pizza— le respondió Juan David rápidamente.

—No. No, mi amor— interrumpió Helena al ver que no podía engañar a su hija del todo— tu papi estaba un poco ebrio, ya sabes que él a veces toma bebida de adultos— respiró hondamente— entonces, eso hace que a veces la gente  haga cosas que no debería hacer y que puedan llegar a incomodar o hacerle daño a las personas.

— ¿mi papi te quelía hacer daño ota vez?— dijo la niña con gesto de asombro— ¿por eso se cayó?

— No me estaba haciendo daño, pero estaba incomodándome, yo no quería estar cerca de él ni abrazarlo y tú sabes que si no quieres que alguien te toque, sea quien sea, y esa persona insiste, debes defenderte, por eso tuve que empujarlo— le dijo con resignación.

— Sí, mami— respondió la niña y se fue al sofá a ver la televisión al ver que acababa de iniciar la Doctora Juguetes.

Juan David intentó abrazar a Helena, pero ella lo detuvo con un solo gesto.

—Dame un momento para ducharme. Siento que ese olor está en todo, en mi ropa, en mi cuerpo, en mi cabello— dijo amargamente y se fue a su habitación.

—Está bien, cariño— respondió él extrañado  y la dejó ir. 

Helena entró a su habitación y con asco empezó a quitarse su ropa. Mientras lo hacía, pensaba en cuándo acabaría esa pesadilla de Antonio, cuándo dejaría su vida en paz, no quería que desapareciera, quería que les diera la oportunidad de una vida tranquila, sin interferir en ella. 
Fue a la ducha y tentó el agua hasta que estuvo caliente, lo más caliente que la pudo resistir. Mientras sentía el agua recorrer su cuerpo se permitió llorar. La tensión acumulada del amargo encuentro y la ira que la invadía se enmarañaron en un montón de lágrimas que no dejaban de correr por sus mejillas, camuflándose con el agua. 

Empezó a recorrer su cuerpo con sus manos, a refregarlo para erradicar cualquier indicio del contacto de Antonio, de su olor, de su aliento. Tomó su jabón corporal y lo frotó fuertemente por cada zona. Tomó el champú en sus manos y usó una buena manotada y lavó fuertemente su pelo. Quería sentirse limpia, fresca, nueva y lo logró. Mientras enjuagaba su cuerpo Juan David entró al baño, sus fosas nasales se inundaron del olor fresco del champú de Helena. Pudo ver su esplendoroso cuerpo a través del vidrio empañado, una silueta majestuosa. Quiso entrar allí y acariciar cada parte de ese cuerpo que tanto adoraba, quiso sentir el roce de su piel húmeda y caliente. Se quitó su pantalón rápidamente y su camisa. En unos simples bóxer blancos corrió la puerta de vidrio de la ducha y la vio, no pudo pronunciar palabra, se dedicó a contemplarla y no supo si el calor que sentía en su cuerpo debía a esa gloriosa imagen o a la temperatura del agua y los vapores. 

Helena  estaba de espaldas a la ducha, su cuerpo blanco estaba casi frente a él. Sus senos estaban redondos, los pezones erectos y pudo apreciar esa hermosa curva de su cintura hacia su cadera. El agua con despojos de champú y jabón recorrieran su cuerpo con la misma suavidad y lentitud con la que él lo haría. Su cabeza estaba hacia atrás mientras  masajeaba su cabello para eliminar el exceso del producto. Tenía los ojos cerrados y fruncía el ceño en expresión de placer. Cuando enderezó su cabeza y abrió los ojos se encontró con la cara de Juan David, su gesto de ensoñación y su boca estaba ligeramente abierta. El doctor dejó escapar un suspiro.

—¿qué haces aquí?— le dijo ella sintiéndose un poco avergonzada

—Mi pregunta es por qué no subí antes— le dijo él mirándola de arriba abajo mientras acercaba una mano para tocar el hombro húmedo de Helena.

— ¿estabas espiándome?— le dijo ella en tono divertido y con una sonrisa llena de picardía.

— No. Bueno, en eso terminó todo, solo quería ver si estabas bien porque estabas extraña después de lo que pasó y pues terminé aquí embobado y excitado contemplándote— le dijo mientras se pasaba la lengua por el labio y lo mordía ligeramente. 

Helena se derretía ante aquella mirada profunda y concentrada de Juan David, pero se prendió aún más al sentir el toque de sus manos en su hombro. Se quedó mirándolo también, aprecio su pecho, los músculos de sus brazos y sintió un hormigueo en la parte baja del vientre al verle lamerse los labios. No lo pensó y tomó la mano de él para atraerlo de un solo jalón hacia sí. Lo besó desesperadamente y él le correspondió de la misma manera. Un beso lascivo que endureció a Juan David y humedeció en un instante a Helena. Ella sintió ese miembro duro sobre su abdomen, separado por la tela mojada del bóxer y mientras le acariciaba el pelo con una mano, con la otra sacó su pene de aquella jaula blanca y lo pegó hacia su abdomen mientras disfrutaba de la sensación de la piel caliente y húmeda. 

Juan David estaba loco, sus manos querían tocarlo todo. Iba a su cabello y besaba su cuello, mientras recorría sus glúteos con una mano y su espalda con la otra, mientras se gemía por los leves mordisco de Helena en su cuello  y el balanceo del cuerpo de ella por sentir su pene contra su vientre. No aguanto más y la alzó, recostándola en la pared del baño, mientras ella, en consecuencia, enredó sus piernas en la cintura de él. 

Helena lo besaba locamente, mordía sus labios, tocaba su pecho. Él la miró unos segundos para avisarle lo que vendría después y con un beso correspondió a la mirada. La primera embestida los hizo morderse mutuamente los labios, pero las siguientes los llevó a gemir en voz alta. El placer era demasiado, las sensaciones de sus cuerpos, la humedad, el deseo por la entrega y los niveles de excitación ante cada embestida terminó haciendo que cada uno ahogara sus gemidos mordiendo el hombro del otro. Juan David apretaba los glúteos Helena, cada uno en una mano, mientras ella enterraba sus uñas en sus omoplatos ante las sensaciones previas al orgasmo que empezaba a recorrerle el cuerpo. Cuando estaba en la cima, en ese punto donde todo estalla y el propio cuerpo es incontrolable, solo atinó a aferrar sus piernas a la cintura de Juan David y moverse rápidamente para disfrutar de la sensación, sin dejar de morderle. 

Ante este despliegue de excitación y placer, Juan David no tuvo más remedio que corresponder. Las contracciones de la vagina Helena lo enloquecían, la sensación de humedad y la calentura que lo envolvía mientras ella se corría lo llevaron a aumentar el ritmo de sus embestidas mientras abría los glúteos de ella con las manos y le mordía también el hombro. El orgasmo fue inminente, caótico, delicioso, delirante y cuando desprendió su boca de aquel cuerpo, se permitió gemir guturalmente mientras la movía fuertemente hacia su cuerpo. Sintió entonces el líquido caliente que salía de Helena correr por su vientre y bajar por sus piernas, mientras ella echaba la cabeza hacia atrás y tensaba su cuerpo sin dejar de mover sus caderas. 

La danza de los cuerpos llegó a su fin y él sintió la gloria mientras respiraba grandes bocanadas de aire para recuperarse. Ella también lo hacía y de un momento a otro explotó en una gran carcajada que se le hizo contagiosa. Deshicieron la unión de sus cuerpos mientras se miraban. Estaban en una nube. Saciados, limpios, libres, felices y así, en medio de esta ensoñación, se ducharon juntos, ayudándose el uno al otro, en medio de besos calientes, recorriendo el cuerpo del otro. 

Lucía pudo escuchar uno de los gemidos de Helena mientras ellos se entregaban al goce. Así que decidió camuflarlo poniendo música en la sala, a la par del encuentro sonaba "Rara bien" de Rupatrupa.

Pero tú...Te agarras a mis notas
Te agarras a esta melodía loca que brota de mi boca
Pero tú...Te cuelgas de mi espalda
Yo vuelo por el filo de tu falda hasta tus pies...

Todo Por TiDonde viven las historias. Descúbrelo ahora