Capítulo 16

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Isabel, la secretaria del museo fue la que me atendió, se había sorprendido bastante al verme llegar para dejar un currículum.  También se sincero conmigo, diciéndome que pese a que todos saber que era buena en mi trabajo y habiendo trabajado antes allí, por ahora estaban todas las plazas ocupadas y dudaba mucho que me llamaran.

Era de esperar, tampoco es que esperara que me recibieran con los brazos abiertos y me entregaran mi antiguo, pequeño y acogedor despacho.  Pero tampoco iba a mentir, estaba muy preocupada por que hacer a partir de ahora.  Vale que aun tenia la tienda y aún faltaba mucho por quitármela de encima, además de tener como base lo que sacara de ella.  Pero con eso no bastaba para seguir viviendo.  Necesitaba un trabajo, y a ser posible uno estable.

- ¿Cómo ha ido? – pregunta Tom al otro lado del teléfono.

- No me van a llamar. – comento dejándome caer en un banco de la calle.

- No seas tan negativa…

- No, es lo que me ha dicho.  No exactamente esas palabras pero es lo que quería decir.

- ¿Qué vas a hacer ahora? – pregunta tras un soplido.

- Por ahora iré a ayudar a mi tía en la tienda, la he dejado sola toda la mañana.

- Vale, espero verte esta noche.  Esta mañana apenas hemos podido hablar.

- Ya…

- ¿Estás bien?

- Claro. – dije, aunque ni yo misma sabia como estaba. – Tengo que dejarte, no quiero hacer esperar tanto a mi tía.

- Vale, nos vemos por la noche.

Me levante y empecé a caminar sin rumbo aparente hasta que llegue a una relojería y mis ojos se detuvieron en un precioso reloj de correa marrón y los números plateados.  Entre y salí con en una bolsa dorada y guardado en una cajita negra. 

Esperaba que a Tom le gustara, ya le había agradecido por la mañana lo que había hecho por mí, pero no me parecía suficiente, además él siempre daba todo por mí y yo parecía quedarme atrás sin hace nada.  Luego pensé que también podía haberle regalado algo de la tienda, pero ya era tarde.

Al llegar mi tía estaba escribiendo en el libro de ventas.

- ¿Y bien? – dice sin levantar la vista de su tarea.

Solté un suspiro y me deje caer sobre el sofá de la trastienda.

- No te desanimes, se que yo fui quien te dijo que tenias que darte prisa pero un trabajo no surge de un día para otro.  Dale tiempo.

La campana de la entrada sonó cortando nuestra conversación, en el caso de que esta hubiese seguido.

- Encárgate tu, aun tengo que anotar unas cosas.

- Voy. – dije en dirección al hombre mayor que acababa de entrar. - ¿Le puedo ayudar en algo?

- Oh querida, por supuesto.  Mañana hago cincuenta años de casado, quiero algo especial para la mujer más especial.  Estaba pensando en un cuadro.  ¿Tienes alguno campestre?

- Tengo uno de un campo de lavanda.

- Querida has dado en el clavo.  Nuestra primera cita fue en el campo, estaba todo lleno de lavanda.

- Entonces seguro que le gustara. – dije mostrándoselo.

- Ya lo creo que sí.  ¡Me lo quedo!

- ¡Que rapidez! – grito riéndome. – No quiere ver algo más por si le gusto otro.

- Este me sirve jovencita.  Sentí lo mismo al mirar a sus ojos, este es el indicado.

Luna de óxidoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora