Marta viste de una forma en la que yo lo haría; pantalones vaqueros y jerséi gris a juego con sus zapatos. Su melena castaña descansa en una coleta alta de cabello liso y sus ojos del mismo color que los de su madre buscan a Daniel por el local hasta dar con él. Entonces, la joven sonríe ampliamente.

—¡Dani! —exclama su hermana, lanzándose a los brazos de mi campeón—. Te he echado de menos.

—Yo a ti también —responde mientras se separan.

—Y por eso me debes cincuenta euros.

—¿Perdona?

—Han pasado muchos meses desde navidad, así que me debes el regalo.

—¿No te bastó con los cien que te envié?

—Los invertí en mamá, entonces no cuenta.

Daniel la mira con reproche un momento, pero sé que está intentando contener la sonrisa. Entonces, Marta se hace a un lado y es el turno de Rocío para abrazar a su hijo.

—¡Ay, mi grandullón! —exclama la mujer contenta—. No puede pasar tanto tiempo sin vernos, no vuelvas a dejarnos plantadas.

—Lo siento. He tenido unos meses horribles y...

—No importa, cariño, ya estamos aquí —dice ella, sonriendo al separarse de Daniel.

El momento en el que se saludan y abrazan después de todo el tiempo que llevan sin verse me parece bonito y emocionante, pero no puedo aguantar los nervios que arañan mi estómago y que me hacen temblar cuando mi novio decide prestarme toda su atención al pasar su brazo por mi espalda.

—Marta, mamá, esta es Vera —me presenta orgulloso y quiero comérmelo a besos—. Chicas, esta es...

—¡Ay, dios, eres guapísima! —grita la mujer sorprendida, interrumpiendo a su hijo y aplastándome en un abrazo que me corta la respiración—. Estoy tan contenta de conocerte al fin. Daniel nos ha hablado mucho de ti.

La mujer se separa de mí y es el turno de Marta para saludarme.

—Tranquila, sólo nos ha contado cosas malas —bromea Marta después de darme dos besos.

—Es un placer conoceros —digo, aguantando la vergüenza a raya para que no desate el huracán de nervios que tengo por dentro.

Trato de mantenerme serena y de apartar los pensamientos negativos a un lado para poder pasar la velada en calma, pero mi mente no colabora y los problemas se me amontonan en la cabeza mientras me fuerzo a sonreír para no evidenciar el agobio que siento.

Estoy a punto de un colapso mental y emocional del que no sé si podré salir.

—¿Comemos? —propone Daniel con una sonrisa y agradezco que su humor sea tan bueno porque ayuda a aliviar la tensión que llevo por dentro, aunque esta no llega a desaparecer.

Nos sentamos en la mesa que mi campeón y yo habíamos elegido y la familia se pone al día mientras decidimos qué vamos a comer. Mientras tanto, yo me mantengo callada y sonrío cuando me miran, aparentando también que busco algo de mi interés en el menú a pesar de tener el estómago cerrado.

Acabamos pidiendo lo deseado y yo me decanto por una simple ensalada para no llamar la atención, ensalada que no voy a comerme entera seguro, y la conversación entre la familia sigue siendo vivaracha y alegre a la vez que yo me retuerzo los dedos bajo la mesa producto de la inquietud que carcome mis entrañas.

Mi pierna se mueve rápidamente de arriba abajo mientras pienso en que no quiero pensar más y Daniel parece ver que los nervios me van ganando la batalla porque toma mi mano con la suya y la acaricia con el pulgar mientras escucha lo que su madre le dice.

Entre Tus BrazosWhere stories live. Discover now